En diciembre de 1945, en un pueblo egipcio llamado Nag Hammadi (en árabe "Pueblo de Alabanza") unos campesinos hallaron cerca de mil páginas en papiro: 53 textos divididos en códices, cuya antigüedad se remonta probablemente hacia el Siglo IV d.C.
Estaban enterrados junto al acantilado oriental en el alto valle del Río Nilo. Se tratan de traducciones originales del griego al copto, que contienen evangelios (de Tomás y Felipe), Apocalipsis, tratados teológicos y palabras atribuidas a Jesús, de franca orientación gnóstica y considerados por la Iglesia Católica como apócrifos.
Lo que ahora se conoce como Nag Hammadi, se llamaba antes Xhnobockeion, donde en 320 d.C. San Pacomio había fundado el primer monasterio Cristiano. En 367 d.C., el obispo Atanasios de Alejandría emitió un decreto prohibiendo las escrituras no aprobadas por la Iglesia central. Esto motivó a que algunos monjes locales copiaran unas 45 de esas escrituras, incluyendo las de Tomás, Felipe y Maria, en 13 volúmenes encuadernados en cuero. Esta biblioteca entera fue sellada en una urna y escondida entre las piedras, por casi 1600 años.
La iglesia de Roma no considera "evangelios" a los de Felipe, María y Tomás, principalmente por su contenido que desdibuja sus dogmas judeo-cristianos y su argumento es decir que no fueron inspirados por Dios ni nacieron en comunidades cristianas, olvidando que sus evangelios sinópticos (los de Mateo, Marcos y Lucas) fueron impuestos en el fraudulento Concilio de Nicea del 325 bajo el argumento infantil de la inspiración del Espíritu Santo. El cuento es que habiendo tantos evangelios decidieron ponerlos todos en el altar de una capilla contigua al local de sesiones y los dejaron toda la noche y cerrada la puerta con llave. Al amanecer del día siguiente encontraron todos los evangelios en el suelo menos al de Juan y los tres sinópticos, porque el Espíritu Santo los había escogido. ¿Será?
En la actualidad, los escritos de Nag Hammadi tienen una gran vigencia que se extiende a varias ramas. No sería extraño que todavía se estén haciendo traducciones o actualizando las ya hechas, pues la importancia de tal descubrimiento lo hace digno de un cuidadoso rigor científico. Por otra parte, ha sido fuente para el desarrollo de numerosas investigaciones y la producción de cantidad de artículos, libros y hasta películas.
Otro fragmento es el de la Logia de Oxyrhynchus, donde aparece en boca de Jesús la teoría gnóstica de la ubicuidad, la misma que también se expresa y en los mismos términos en el evangelio de Tomás, segundo de los trece códices hallados en Nag Hammadi. Al retomarse el tema de la ubicuidad en el evangelio de Tomás se le presenta como una compilación de enseñanzas propias de Jesús y escritas por él mismo bajo la figura de Tomás su mellizo (Dídimo) o su doble etérico.
El Evangelio de Felipe es otro evangelio cuya complejidad de contenido lo hace ver dirigido a medios gnósticos capaces de interpretarlo. Reproduce la teoría de la unión de principios Amor y Servicio a nivel cósmico (PLEROMA) y cuyos resultados se van degradando conforme se consolidad la manifestación. Sirven de base para este evangelio los libros canónicos de Juan y sus epístolas.
San Agustín afirma, en su escrito CONTRA EPISTULAM QUAM VOCANT FUNDAMENTI, que el Evangelio de Felipe fue conocido en tiempos de Mani y posteriormente mal empleado por la secta maniquea, según lo confirma los relatos de Timoteo de Constantinopla (De receptione haereticorum) y Teodoro de Raithu (De Sectis). Hay quienes consideran a Jesús como autor de otros dos escritos gnósticos usando el mismo sobre nombre de Tomás y ellos son la Pistis Sophia y Actas Apócrifas de Tomás.