EL SÍMBOLO DE MARIA
(Helena Petrovna Blavatsky)
En toda la superficie del planeta, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, desde los helados golfos de los países nórdicos hasta las tórridas llanuras de la India meridional y del corazón de América, desde Grecia hasta Caldea, el Fuego Solar ha sido adorado como símbolo del Poder Divino creador del Amor y de la Vida. La unión del Sol (el elemento masculino) con la tierra y el agua (la materia–elemento femenino) se ha conmemorado en los templos esparcidos por el Universo entero. Nueve meses antes de llegar el solsticio de invierno, los paganos celebraban una fiesta conmemorativa de esta unión en la que se decía que Isis había concebido; pues bien, los cristianos hacen lo mismo, pues celebran nueve meses antes de la Navidad el grande y santo día de la Anunciación, día en que la “Virgen María ” recibió el favor de (su) Dios y concibió al “Hijo del Altísimo”
¿De dónde procede la adoración del Fuego, de las luces y de las lámparas que se colocan en las iglesias? ¿Por qué se hace esto?
Porque Vulcano, el dios del Fuego, se unió con Venus, diosa del mar. Por esta misma razón los Magos y las Vírgenes–vestales cuidaban del Fuego sagrado. El Sol era el “Padre” de la Naturaleza; o sea, de la eterna Virgen – Madre. La relación de aquel con ésta se repite en la dualidad Osiris–Isis y en la de Espíritu–Materia, la cual fue adorada bajo tres estados por los paganos y los cristianos. He aquí de dónde proceden esas Vírgenes vestidas con un traje azul salpicado de estrellas, que pisan una luna creciente, símbolo de la naturaleza femenina (en sus tres elementos: aire, agua y fuego), fecundada anualmente por el Fuego o Sol masculino con sus radiantes rayos, (las “lenguas de fuego” del Espíritu Santo).
ElK alevala, que es el poema más antiguo de Finlandia, cuya antigüedad pre-cristiana es indiscutible para los eruditos, habla de los dioses finlandeses del aire y del agua, del fuego y de los bosques, del cielo y de la tierra. El lector podrá encontrar en la magnífica traducción al inglés de J.M. Crawford, Rume L (Vol. II) la leyenda entera de la Virgen María, de Ukko, el gran Espíritu que moraba en Yumala (el Cielo o Paraíso), eligió a la Virgen Mariatta con objeto de que le sirviera de vehículo para encarnarse por su medio en forma de Hombre–Dios. Quedó ella encinta al comer una baya roja(marja). Repudiada por sus padres dio a luz a un Hijo inmortal en el pesebre de un establo, pero el “Santo Niño” desapareció inmediatamente y Mariatta se lanzó en su búsqueda. Preguntó a una estrella– ”la estrella guía de los países nórdicos”– dónde se ocultaba “El Santo Niño”, pero ésta le repuso irritada: Aunque lo supiera, no te lo diría: porque tu hijo fue quien me creó en el frío para que brillase eternamente…
Y la estrella no dijo nada a la Virgen. La dorada luna no consintió tampoco en ayudarle, fundándose en que el hijo de Mariatta la había creado dejándola en el anchuroso cielo: Aquí me dejó para que durante la noche vagase en completa soledad por las tinieblas y luciera para bien ajeno…
Únicamente el “Argentado Sol” se compadeció de la Virgen–Madre y le dijo:
Allá lejos está el Niño adorado.
Allí reposa tu santo Hijo, durmiendo oculto con agua hasta la cintura entre cañas y juncos…
Y Mariatta se lleva al Santo Niño a su casa y mientras que ella le llama “Flor”.
Otros le dicen Hijo del Dolor.
¿Nos encontramos, en este caso, ante una leyenda post–cristiana? De ninguna manera, pues ya dije antes que es una leyenda de origen esencialmente pagano, siendo creencia que es anterior al cristianismo. De esto se sigue que, con semejantes datos literarios en la mano, pierden su finalidad las acusaciones dé ateísmo e idolatría que se repiten sin cesar. Por otra parte, el término idolatría es de origen cristiano, pues sabido es que esta palabra fue aplicada por los nazarenos primitivos durante los dos primeros siglos de nuestra era y la primera mitad del tercero a las naciones que utilizaban iglesias, templos, estatuas e imágenes, porque los primeros cristianos no tenían templos, ni estatuas, ni imágenes, cosas que ellos aborrecían en extremo.
El término “idólatras” podría aplicarse con más propiedad a nuestros acusadores que a nosotros, como lo demostraremos en este escrito. El católico que coloca Madonas en cada encrucijada y fabrica estatuas de Cristo, de ángeles de toda especie e incluso de Santos y Papas, no puede acusar de Idólatras a los hindúes y budistas.