LESSING Y SUS DIÁLOGOS PARA MASONES
(1778)
|
G. E. Lessing fue iniciado el 14 de octubre de 1771 en la logia Las Tres Rosas de Oro
de Hamburgo
|
|
|
El concepto de la libertad fue hilo conductor de toda su obra.
En sus trabajos religioso-filosóficos defendió la libertad de pensamiento de
los cristianos creyentes. Con el fin de
iniciar una discusión pública contra la ortodoxa "Fidelidad a la Letra",
publicó entre 1774 y 1778 siete "Fragmentos de un Innombrado" (Fragmente
eines Ungenannten), lo que llevó a la llamada "Controversia de los
Fragmentos" (Fragmentenstreit). Su adversario principal en esta controversia
fue el pastor principal de Hamburgo, Johann Melchior Goeze, contra quien
Lessing redactó, entre otros, once escritos llamados Anti-Goeze.
En numerosos enfrentamientos con los representantes de la opinión ortodoxa
tomó partido por la tolerancia frente a las demás religiones del mundo.
Cuando se le prohibió publicar más ensayos teóricos Leesing expresa
este posicionamiento en su drama "Nathan el Sabio"(1779) que utiliza
como un púlpito para explicar por medio del teatro el diálogo entre las
religiones y la tolerancia entre unas y otras. Lessing, como teólogo y
filósofo, escribe a Elisa Reimarus: “En mi púlpito, en mi teatro, por lo
menos me dejarán predicar tranquilo”, porque su voluntad es la de ser un
educador de la sociedad, ilustrándola. Expuso más detalladamente su opinión
en "La
educación de la humanidad" (Die Erziehung des Menschengeschlechts)
(1780), La educación del género humano.
En la
década de los años sesenta Lessing estudió con atención la masonería,
especialmente interesado en su origen y en su sentido, como luego
haría también otro gran filósofo del Idealismo Alemán, Fichte. En
Hamburgo, Lessing intentó entrar en la masonería a través de su amigo
Bode, maestro de la logia Absalón, pero le negaron la entrada, entre
otros motivos, alegando los de su edad y un carácter excesivamenye
fogoso, pero entonces, sólo unos días después, lo aceptaron en una
logia rival: Las tres rosas. Según los testimonios que de aquel
momento nos han llegado, una vez iniciado, el Venerable Maestro le
dijo: “Ve usted cómo no halló nada contrario a la religión o al
Estado?” Lessing respondió: “Pues hubiera preferido encontrarlo”. En
1772, el duque Fernando de Braunschweig, a cuyo servicio estaba
Lessing, es nombrado Magnus Superior Ordinis, teniéndole así como
hermano en los puestos más altos del mundo iniciático y profano.
La masonería se oponía al
absolutismo del Estado sin necesidad de hacer revoluciones, ejerciendo
su influencia desde los salones y clubes, con los escritos de sus
miembros, como los de Montesquieu, que entró en la masonería durante
su estancia en Londres entre 1729 y 1731, entre muchos otros
intelectuales, científicos, propagandistas o académicos, pero también
entre políticos y la numerosa nobleza que se hallaba entre sus
columnas.
Lessing señala, en sus
Diálogos para francmasones, una comparación con la Iglesia, pues las
instituciones tienden a acomodarse y perder los ímpetus y el sentido
de sus orígenes. En cuanto a la masonería, como educadora de la
humanidad, igual que la Iglesia, tendió a sistematizarse la doctrina y
a dar excesivo protagonismo a los uniformes y títulos, a los
reglamentos y puestos que los hermanos iban ascendiendo, los premios,
medallas, juegos infantiles y mundanos de vanidades que ayudan a
buscar subir pero también tienden a enturbiar las relaciones más
profundas de tales instituciones.
|
Monumento a Gotthold Ephraim Lessing
(1729-1781), Tiergarten, Berlín
|
|
|
En el primer diálogo, Falk
dice que es francmasón no tanto por haber sido recibido en una logia
regular sino porque comprende qué es y por qué existe la masonería y
de qué manera se la promueve, así como sus dificultades. Es decir, que
lo es porque comprende plenamente su sentido, no sólo porque ha
entrado formalmente en la institución. Así, Falk, el masón del
diálogo, comenta luego que “La francmasonería no es cosa arbitraria,
no es algo de lo que se pueda prescindir, sino algo necesario y basado
en la naturaleza del hombre y la sociedad civil... La francmasonería
existió siempre”. Pero no se refiere a ello como institución, con su
organización, signos concretos y leyes, sino como espíritu compartido
en la humanidad por muchos hombres de todas las épocas. Incluso los
francmasones que están en el secreto de su Orden, no pueden
comunicarlo verbalmente, ¿cómo es que, a pesar de todo, propagan su
Orden? Con obras. Aquí Lessing recuerda una expresión: “por sus hechos
los conoceréis”. Pero “No se trata sólo de que los francmasones se
apoyan mutuamente y de que se apoyan con la mayor eficacia, que es o
no pasa de ser una característica de cualquier banda. ¡Es lo que hacen
en favor de la generalidad de los ciudadanos del estado del que son
miembros!”, es decir, que se unen y apoyan pero no para beneficiarse a
sí mismos sino para beneficiar a toda la humanidad con sus obras. Así
van comentando obras sociales que en diversas ciudades han hecho los
masones, con sentido filantrópico, de beneficencia y de educación,
para los pobres y otros abandonados. Pero no es eso lo fundamental,
pues dice al final, a través de Falk: “Puedo y sé decirte solamente
que las obras de los francmasones son tan grandes, son de una amplitud
tal, que puede que pasen siglos antes de poder decir: eso lo han hecho
ellos. Pero han hecho todo lo bueno que hay en el mundo (...) Y siguen
trabajando en todo lo bueno que irá habiendo en el mundo (...)”.
El segundo diálogo muestra las
claves de esa gran acción y es que analiza cómo la humanidad
necesariamente, por su extensión y tamaño, se divide en grupos, y así
surgen naciones, estados, costumbres y religiones diversas. Pero ¿es
posible el orden aun sin gobierno? “Si los individuos saben conducirse
a sí mismos, ¿por qué no?”. Al igual que Proudhon o Bakunin, y tantos
otros masones, Lessing parece compartir un ideal político, pero no lo
ve fácil ni viable. Lo que sí tiene claro y ahí ve una característica
propia de los masones, es que el Estado y todas las instituciones han
de servir a los individuos y no al revés. Casi adelantándose a algunos
postulados de Bentham o a Stuart Mill, mantiene que “la felicidad del
estado es la suma de la dicha particular de todos los miembros. Además
de ésta, no hay otra”. Y es que “la vida social del hombre, todas las
constituciones políticas, no son más que medios en orden a la
felicidad humana. (...) Nada más que medios. Y medios de invención
humana (...)”. Lessing explica que hay muchas constituciones, unas
mejores que otras, pero todas muy deficientes pues las más bellas
ideas, cuando se cristalizan en una institución, tienden a producir
efectos contrarios a su propósito llevando a la infelicidad de los
hombres. La sociedad no puede unir a los hombres sin separarlos, sin
separarlos sin consolidar abismos entre ellos, sin interponer entre
ellos murallas divisorias: “¡Y qué terribles son esos abismos! ¡Qué
insuperables resultan a menudo esos muros divisores! (...) No se trata
sólo de que la sociedad civil divide y separa a los hombres en varios
pueblos y religiones (...) es que la sociedad civil prosigue también
su separación en cada una de esas partes por decirlo así hasta el
infinito”. Pero si se eliminaran las diferencias de clases y se
repartiese a todos igualitariamente, “ese reparto igualitario no
duraría ni dos generaciones. Unos utilizarían las propiedades mejor
que otros. Además, unos tendrán que repartir su mal administrado
patrimonio entre más descendientes que otros. Así que habrá miembros
más ricos y miembros más pobres”.
Aquí tiene pleno sentido la
masonería, actuando con sus individuos por la fraternidad universal no
tanto de modo institucional, sino atravesando las instituciones con
sus miembros que con un enfoque peculiar sobre el fin de la humanidad
las flexibilicen y logren la unidad entre los seres humanos más allá
de las diferencias: “Pues las leyes civiles nunca se extienden más
allá de las fronteras de su estado. Y este asunto estaría precisamente
fuera de las fronteras de todos y cada uno de los estados”. Esos
hombres, con el espíritu de la francmasonería, han de estar más allá
de las normas y las reglas que les rodean. “Es muy deseable que en
todo estado hubiera hombres a quienes no deslumbre la grandeza social
y a quienes no fastidie la insignificancia social; hombres en cuya
sociedad el grande no tiene inconveniente en abajarse y el chico en
atreverse a alzarse”. Eso es precisamente lo que sucede en los roles
de las logias como experimento para lo que después se ha de aplicar en
la sociedad.
En el tercer diálogo retoma el
tema anterior y lo vuelve a dirigir de nuevo: ¡Los males inevitables
del estado! Lessing no cree que haya que disolver los Estados pues los
concibe como males necesarios, inevitables, pero hay que contrarrestar
sus efectos negativos para potenciar lo positivo. No se trata tanto de
hacer política concreta, de partido, de ideas sobre una determinada
opción sino de buscar el bien general común más allá de los partidos y
las naciones. Por eso, en la masonería, se trata de “Aceptar en su
Orden a todo varón digno y apto, sin distinción de patria, sin
distinción de religión, sin distinción de clase”. Porque hay un
principio fundamental en el fondo y es “presuponer la existencia de
esos hombres que están por encima de las divisiones”.
En el cuarto diálogo ya trata
de asuntos más esotéricos y comenta cómo “el secreto de la masonería
es lo que el masón no puede llevar a sus labios aunque fuera posible
que el masón quisiera hacerlo”. Porque es lo inexpresable, lo que hay
que vivir, y por mucho que se describa no puede entenderse plenamente,
podríamos decir que, de modo análogo al enamoramiento. El que nunca ha
estado enamorado no sabe lo que es.
La cuestión de los orígenes de
la masonería le lleva a dar por válido que desciende de la Orden del
Temple, tema que aparece en su conocida obra de teatro Natán, el
sabio, pero se burla de los intentos de imitarles porque aquellos
míticos guerreros acabaron confundidos en el deseo de alcanzar poder y
riquezas; así, en la masonería, algunos actúan como niños en busca de
cargos y honores. Por eso Lessing es muy crítico con la línea de la
masonería que ve en su tiempo:
El quinto diálogo explica,
entre otras cuestiones, la teoría de que los masones no eran en el
pasado tanto los constructores de catedrales e iglesias sino los que
se reunían sentados a la mesa fraternalmente y que así "la sociedad de
la tabla redonda era la mesonía más antigua, de la que proceden todas
las demás”. De ahí surgen las de los templarios y se continúan con las
que se dan en Londres, una de origen templario, según él, hasta final
del siglo XVII, de la que saldría la masonería moderna. Hoy nos hace
sonreír su ingenuidad a la hora de hacer historia de la institución,
pero en la Alemania de la época parece que tampoco se tenían
demasiados datos para hacer estudios historiográficos con mucho más
rigor.
Además de los diálogos sobre
francmasones, Lessing tiene, entre otros escritos, un agudo diálogo
dedicado a las últimas palabras de San Juan Evangelista. Cuando lo
publicó ya estaba iniciado. En ese escrito, titulado El testamento
de Juan, de 1777, se basa en Gálatas, c. 6, de Hieronimus: El
apóstol era ya muy viejecito y cuando los discípulos le preguntaban
algo siempre respondía lo mismo; “Hijitos, amaos los unos a los
otros”. Y si le volvía a preguntar: “Maestro, ¿por qué dices eso
siempre?”, el respondía: “Porque es precepto del Señor y, sólo con
cumplir esto, basta”.
Extractado de: Ilia Galán,
“Poetas y masones”, en Cultura masónica, 4 (2010), pp. 45-66.
Bibliografía: T. Tomasi, Massoneria e Scuola.
Dall´Unità ai nostri giorni, Florencia,
1980, p. 10 y ss.
EL INICIADO FALK
Muy pocos eran los que,
perteneciendo a la élite espiritual de la Ilustración, eran capaces de
penetrar y meditar sobre las funciones polémicas de su instrumentarlo
conceptual.
Lessing se contaba entre ellos
como ningún otro ilustrado en Alemania. Lessing consideraba lamentable
la mezquindad y la impertinencia de muchos hermanos de logia y
criticaba la desunión y el particularismo de los sistemas. Pero sabía
callar y también insinuar mucho más, porque era capaz de captar
sagacísimamente los síntomas políticos, ya que él mismo se había
iniciado en el laberinto de secretos corredores que poseyó la
Ilustración en cuanto movimiento político. Conocía bien el doble fondo
de las formas de pensamiento y de conducta ilustradas, que estaban aún
poco desarrolladas en Alemania, porque, con fina capacidad de
distinción conceptual, pensó hasta el fin su contraposición
político-moral. De ello da testimonio su escrito sobre la masonería,
que tan afanosamente se empeñaron en conocer todos los ilustrados
alemanes de primera fila.
La moral practicada pertenece
a sus reglas exotéricas. «Sus verdaderas acciones son su secreto»,
dictaminaba Falk, el iniciado. Sin penetrar más de cerca en el
secreto, se deslinda de momento el campo de actividades de estas
verdaderas acciones de los masones. Ellos «han hecho todo lo bueno que
queda todavía en el mundo; fíjate bien: ¡en el mundo! Y prosiguen su
trabajo incansable en todo lo bueno que habrá de venir aún al mundo;
nótalo bien: ¡al mundo!».
El mundo, este gran campo de
planificación de los francmasones, evidencia tres males fundamentales,
«que parecen ser las objeciones más irrefutables contra la Providencia
y la virtud». De estos tres males mayores, el primero es la
diseminación y escisión del mundo humano en los Estados más diversos,
que se dividen entre sí por medio de «abismos» y «muros de
separación», y que entran permanentemente en recíproca «colisión»
debido a sus diferentes intereses. El segundo mal fundamental son los
estratos superpuestos de carácter social, resultantes de la estructura
estamental dentro de los Estados; el tercero, por último, es la
separación de los hombres entre sí por obra de las diversas
religiones.
Con ello suministra Lessing un
esbozo de los tres principales puntos en que se concentraban los
ataques de los masones cosmopolitas: los Estados, los estamentos, las
Iglesias, pero —y esto es lo decisivo para la andadura del pensamiento
de Lessing— los males enumerados, resultantes de la diversidad humana,
de sus delimitaciones y separaciones, no son para él meros azares, que
podrían no haberse dado jamás a los cuales se podría eliminar
fácilmente, sino que pertenecen a la estructura misma de la realidad
histórica.
Las diferencias entre los
hombres, las fronteras entre los Estados y la pluralidad de los mismos
son para Lessing, desde luego, un mal moral; pero no llevan el sello
—como para los masones, llenos de utópico candor— de la arbitrariedad
inmoral, sino que están dotadas ya en la misma naturaleza del hombre.
Lessing, ha delimitado al mismo tiempo, con su exposición del «mal
inevitable», el ámbito de la política. El diálogo entre Ernst y Falk
se dirige a las verdaderas acciones de los masones.
La francmasonería constituye
un único y poderoso movimiento en contra de este «mal inevitable».
Ellos son «la gente que ha tomado sobre sí, voluntariamente, la tarea
de oponerse de modo activo a los inevitables males del Estado». El
carácter inevitable de los Estados y de las diferencias sociales, y,
con ello, también de la política, es reconocido por los masones
iniciados, pero su intención se dirige precisamente a «no dejar que
tomen mayor incremento del que requiere la necesidad» todos aquellos
males que se dan inseparablemente con la política. Y ello «con la
intención de hacer que sus consecuencias sean tan inofensivas e
inocuas como fuese posibles».
El Estado se convierte para la
sociedad burguesa en un medio subordinado, en un medio «para los
hombres». Radica en la finalidad que estos hombres se proponen la
superación de los males (políticos), que hacen posible y necesaria,
por lo demás, la realización de buenas acciones (morales).
Como las separaciones y
abismos humanos son realidades ontológicas dadas, sólo es posible
«superarlas», pero no eliminarlas. «Suprimirlas totalmente»
significaría «aniquilar el Estado juntamente con ellas». Y tal cosa es
para Lessing —no por impulso del patriotismo o de la sumisión al
Estado, sino en razón de sus ideas políticas— una esperanza que jamás
podrá ser realizada. Lessing, pues, no sólo bosqueja los fines
utópicos últimos, como acostumbran a hacer los escritos masónicos
populares, sino que al mismo tiempo pone en evidencia los límites de
la teología moral. El iniciado Falk sabe muy bien que estos límites,
en la ejecución de la planificación moral, son superados y traspasados
forzosamente; la verdad que percibe Ernst es que la moral se torna de
modo forzoso, en este contexto, en valor político, y que lo
mejor es callar este hecho. Con ello, conoce un secreto de los
masones, secreto que él «no puede revelar, aunque fuese posible que
llegase a desear tal cosa».
Extractado de: Reinhart Koselleck, Crítica y crisis. Un estudio sobre la
patogénesis del mundo burgués, Madrid, 2007, pp. 82-87.
|