Sintéticamente podríamos asociar al silencio
como un estado activo de vacío, de aquietamiento de la mente, al que se llega
por un acto voluntario y libre de desprendimiento. Es un viaje hacia la
profundidad, un espiral desde la superficie del ruido profano hacia la
comprensión de la más absoluta soledad y desnudez del ser, un viaje de
purificación y preparación. Cada espacio de silencio es una oportunidad de
renacimiento y de reencuentro con uno mismo.
Al igual que en la música la palabra es una
formidable construcción simbólica que tiene vida, y requiere de tres
paradigmas: sabiduría (que reside en su "tempo" o longitud de la expresión y
verdades que transmite), la fuerza (que reside en su densidad y contenido
emocional), y la belleza (en su altura o frecuencia, y en el efecto que provoca
en nuestras emociones).
Desde
el punto de vista esotérico el silencio y la palabra forman parte de los pares
de opuestos, manifestando la dualidad siempre presente en masonería que nos
recuerda el tapiz mosaico.
Precisamente
cuando el Venerable Maestro abre los trabajos rituales nos solicita "Silencio en Logia" invitándonos a dejar
de lado las preocupaciones y pensamientos del mundo profano para introducirnos
en la disciplina del silencio facilitando así la sinergia.
El silencio no es ausencia, no es callar, no
reprime nuestra voz, por el contrario
libera nuestra percepción del entorno, permitiéndonos abrir nuestra
mente a todo lo que nos rodea. El silencio significa escuchar, ver, observar,
reflexionar. Es por excelencia la herramienta que en masonería debemos usar y
practicar continuamente. Así como el uso de la palabra, debe ser la proyección
de nuestro pensar, de nuestra reflexión y de nuestro ser.
En
tanto no guardemos el silencio más preciado y, dominemos y entendamos el poder
de la palabra estaremos inevitablemente ligados a indefinidas ataduras e
impedidos de imponer el orden en el caos.
La
firme simbología del silencio permite alcanzar un mayor espíritu crítico, a
emplear la razón, la sabiduría, el fortalecimiento de los lazos que nos unen,
el crecimiento personal y colectivo, a jerarquizar el respeto practicando la
virtud de la prudencia, la práctica de la meditación y la reflexión para
progresar en nuestro camino iniciático.
Si hacemos un justo equilibrio entre silencio
y palabra, no existirán palabras sin contenido o silencios que no hagan
reflexionar o meditar; ahora por el contrario, si no logramos ese equilibrio,
tendremos palabras intrascendentes o silencios que nada aporten a los demás.
Al hacer uso de la palabra en nuestros trabajos, es bueno hacerlo si
tenemos algo para expresar, intentando evitar la práctica profana de "hablar
por hablar". Hablar eligiendo las palabras gestadas durante el silencio,
buscando la rectitud en nuestros juicios y la justa medida en nuestras
apreciaciones.
El silencio despierta nuestra mente, nos
invita a la reflexión, al desarrollo de nuestras ideas, al pensamiento, al
diálogo con nosotros mismos, ha conocernos cada vez más.
El silencio no implica ser mudo por
imposición sino callado por decisión, esto impide que se digan cosas que
posteriormente pensamos que no se deberían haber dicho y es ahí donde la
palabra se puede transformar en una herramienta de poder, porque hablar
oportunamente es caer en el acierto.
La palabra se utiliza tanto para defender una
verdad o una injusticia como para rectificar meditando en silencio, y es ahí
donde se da el aprendizaje.
Entonces
es en el silencio donde germina la esencia de la palabra, pues se gesta en un
plano inmaterial, intangible, en el pensamiento, porque es en el plano de las
ideas de donde ella se nutre.
Siempre debemos medir nuestras palabras para
no provocar ofensas. En caso de que una palabra sea ofensiva es preferible
apelar al silencio.
Cabe tener en cuenta que la práctica de
fomentar aquellas virtudes que se despliegan con el ejercicio del silencio, no
es exclusiva de la Masonería, muchas corrientes filosóficas antiguas y
religiosas, ya la han trabajado como forma de enseñanza.
Tanto
la palabra como el silencio están íntimamente vinculados, la primera la
firmeza, la estabilidad; la segunda la madurez, el criterio y lucidez; pero sin
embargo ambas comportan intrínsecamente un sentido filosófico y místico que nos
llevará a proyectar nuestra propia Luz interior, la del discernimiento,
evitando las tinieblas que dominan nuestra mente logrando finalmente el más
afinado equilibrio, "el de la Perfección Espiritual".
Tradicionalmente, en masonería se prohíbe a
los Aprendices expresarse. En el Gran Oriente de la Franc-Masonería
del Uruguay no prohibimos, sino que recomendamos e invitamos - que
es diferente -, la práctica del silencio como un elemento esencial al
aprendizaje masónico, pues es un valor de disciplinamiento y ordenamiento
mental; porque es de la complementariedad entre silencio y palabra, que surge
potente el Verbo que ilumina.