LAS LECCIONES SOBRE LA MASONERÍA DE
J. G. FICHTE (1800)
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Fichte,
iniciado en la logia Gunther zum stehenden Löwen am |
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Tenemos constancia de que Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) ya formaba parte de la masonería en noviembre de
1794, concretamente estaba afiliado a la logia Gunther zum stehenden
Löwen en Rudolstadt. Ese mismo año, Fichte fue llamado por la
Universidad de Jena para ocupar la cátedra que había pertenecido desde 1787
a Karl Leonhard Reinhold. No obstante, expulsado de Jena en 1799 bajo la
injusta acusación de ateísmo, se trasladó a Berlín en donde estableció
relaciones con varios masones. Uno de ellos fue Ignacio Aurelio Fessler, una
de las figuras más relevantes del reformismo masónico alemán del cambio de
siglo. Fessler solicitó su colaboración en la revisión de los rituales de
los grados superiores que estaba llevando a cabo en ese momento dentro de su
sistema masónico, logrando además convencer a Fichte para que se afiliase en
una de sus logias. El 11 de abril de 1800 pidió Fichte su afiliación en la
logia Pythagoras zum flammenden Stern, siendo admitido por unanimidad
en la votación tenida el día 17. En mayo era nombrado Gran Orador de la Gran
Logia Royal York zur Freundeschaft a la que pertenecía la logia
Pythagoras zum flammenden Stern.
Durante esos años pronunció varios discursos
en logia mostrando «los principios filosóficos de la masonería, incluso para
aquellos que no son masones». Esas lecciones fueron publicadas en la revista
Eleusinien des 19. Jahrhunderts. Oder Resultate vereinigter Denker über
Philosophie und Geschichte der Freimaurerei,
tomo I, 1802, pp. 1-43 y tomo II, 1803, pp. 1-60. Y en
1802 y 1803 en un libro titulado «Cartas Konstant».
En dicha obra Fichte pregunta qué
es lo que la Orden masónica puede o debe ser. La respuesta no nos la
va a dar la literatura masónica, sino nuestra propia razón a partir de la
constatación empírica de que sigue habiendo «varones sabios y virtuosos
que se ocupan con la Orden masónica». El varón sabio y virtuoso
solamente puede querer como fin el fin último de la humanidad sobre la
tierra, y éste «no es el cielo ni el infierno, sino únicamente la
humanidad […] y su mayor formación posible». Pero entonces, ¿qué
sentido puede entonces tener la existencia de una asociación particular
cuyo fin compete ya a sus miembros por el puro hecho de ser seres humanos
«simplemente por su nacimiento a la luz del día?».
La sociedad en la que vivimos no
solo se olvida de preocuparse directamente por la realización de ese fin
universal humano, sino que, al estar dividida en multitud de ocupaciones
particulares, unilateraliza a los hombres en esas particularidades, los fija
en ellas, desviándolos así de la preocupación por su formación como puros
miembros de la humanidad: «(Esa sociedad) ha separado en partes la
totalidad de la formación humana, ha dividido toda su actividad en distintas
ramas y ocupaciones y ha señalado a cada estamento su campo particular de
actuación... Cada individuo se forma así preferentemente solo para el
estamento que ha elegido... Y así, por culpa de la mayor formación
estamental posible, se frena por todas partes la mayor formación posibles de
la humanidad (el fin supremo del ser humano); aún más, esa mayor formación
posible de la humanidad tiene que ser frenada necesariamente, ya que cada
individuo tiene la obligación ineludible de formarse lo más perfectamente
posible para su profesión particular, lo cual es casi imposible de hacer sin
el peligro de la unilateralidad». Si esto es así, está entonces claro
cuál debe ser la única finalidad posible de la hermandad masónica: la de
«contrarrestar las desventajas del tipo de formación propio de la gran
sociedad, y la de fundir la formación unilateral para el estamento
particular en la formación humana común, en la formación polifacética del
ser humano total, del ser humano en cuanto ser humano».
Por eso, dada la situación de la
gran sociedad en la que vivimos, el fin humanista solo podrá ser cultivado
por los individuos, «entrando a formar parte de una sociedad separada de
la gran sociedad, que no daña bajo ningún aspecto nuestra pertenencia a esta
última, y que está organizada para poner de vez en cuando ante nuestros ojos
y en nuestro corazón el fin de la humanidad, haciéndolo así nuestro fin
pensado, y que trabaja, usando mil medios, para limpiarnos de los defectos
propios de nuestro estamento y de la gran sociedad y para elevarnos a una
formación puramente humana... El masón, que nació como ser humano, y que
pasó por la formación propia de su estamento y (fue configurado) por el
Estado y por el resto de las relaciones sociales, ha de ser formado de
nuevo, en este ámbito (de la masonería), en cuanto puro ser humano».
Fichte culmina su razonamiento
deductivo en tres pasos más. En primer lugar, es claro que la orden
masónica no puede tener como finalidad nada de lo que ya se ocupe cualquier
estamento o cualquier institución dentro de la gran sociedad, ya que
entonces sería superflua. En segundo lugar, la orden masónica
únicamente puede tener una finalidad tal para la que la gran sociedad no
solo no tenga ninguna institución, sino para la que además sea incapaz
de tenerla por su propia naturaleza. En tercer lugar, ha de ser por
tanto una finalidad que solamente pueda realizarse fuera de la gran
sociedad, separándose o retirándose de ella. Esta finalidad es
la de «contrarrestar las desventajas del tipo de formación propio de la
gran sociedad, y la de fundir la formación unilateral para el estamento
particular en la formación humana común, en la formación polifacética del
ser humano total, del ser humano en cuanto ser humano», finalidad que
solamente puede alcanzarse en una sociedad separada, ya que el puro
retiro a la soledad individual «más que suprimir nuestra unilateralidad la
refuerza aún más, cubriendo nuestro corazón con una costra de egoísmo. Por
tanto únicamente (podemos alcanzar ese finalidad) entrando a formar parte de
una sociedad separada de la gran sociedad, que no daña bajo ningún
aspecto nuestra pertenencia a esta última, y que está organizada para poner
de vez en cuando ante nuestros ojos y en nuestro corazón el fin de la
Humanidad, haciéndolos así nuestro fin pensado, y que trabaja, usando
mil medios, para limpiarnos de los defectos propios de nuestro estamento y
de la gran sociedad y para elevarnos a una formación puramente humana. (…).
El masón, que nació como ser humano, y que pasó por la formación propia de
su estamento y (fue configurado) por el Estado y por el resto de las
relaciones sociales, ha de ser formado de nuevo, en este ámbito (de la
masonería), en cuanto puro ser humano».
Fichte vuelve a insistir más
adelante, dentro todavía de su primera lección, en que la formación
«puramente humana» solamente puede llegar dentro de una sociedad (y
no en un aislamiento individual) a transformar interior y profundamente al
individuo, al transformar en el roce con los demás su carácter y no
tan solo su «manera de pensar». También vuelve a insistir en la idea de que
la pertenencia a esa sociedad separada no daña para nada a la
sociedad civil, antes bien la favorece: «Nadie cumple mejor con su cargo
en la gran sociedad que aquél que es capaz de ver más allá de los límites de
su propio puesto (…). La masonería eleva a todos los hombres sobre su
propio estamento; por tanto, en la medida en la que forma seres humanos,
está formando a la vez los miembros más capaces de la gran sociedad».
«Se podría decir que el fin de
toda la humanidad es el de configurar una única gran alianza como la que
actualmente debería ser la alianza masónica (y aquí añade en una nota a pie
de página: “hacia eso parecen apuntar también ciertos símbolos masónicos”).
Pero ya la pura existencia de la masonería demuestra que todavía no se ha
alcanzado de ninguna manera aquello que hemos llamado fin en sí mismo».
Esa «única gran alianza», que estaría configurada por «toda la
humanidad», va a pasar a convertirse en el concepto clave de la
filosofía masónica y social de Krause.
La segunda lección va a estar
dedicada a concretar los contenidos fundamentales de la enseñanza masónica. Fichte selecciona tres sectores fundamentales de la vida de la gran
sociedad: la Iglesia (religión), el Estado (legislación) y el
Arte mecánico (dominio sobre la Naturaleza). Con respecto a la
religión, la masonería no ha de enseñar los contenidos de ninguna religión
eclesiástica o particular, sino los de la religión moral (en sentido
kantiano) que es propia de todo hombre en cuanto puro hombre. Con respecto
al Estado, la masonería ha de enseñar un amor a la patria, y un respeto y
obediencia a sus leyes (imperfectas), que nace de y está alentado por un
espíritu cosmopolita. Finalmente, con respecto a la industria (al «arte
mecánico»), la masonería ha de enseñar la igual dignidad humana de los
distintos trabajos, concretamente de los corporales, llamados «inferiores»,
y los espirituales o intelectuales, llamados «superiores».
Fichte va a deducir también
que hayan existido siempre sociedades separadas o secretas,
semejantes a la masónica; como ejemplo la sociedad de los pitagóricos, y
afirma como «lo más probable» la existencia de una cadena ininterrumpida de
esa «formación o cultura secreta puramente humana», que haya acompañado
hasta nuestros días a la formación o cultura pública, proponiendo además
como «imaginable» el que la historia pública de la Humanidad pueda ser
explicada a partir de la historia «secreta», debido a la influencia ejercida
en la primera por notables miembros de las sociedades separadas o secretas.
Fichte explica la forma
específica que ha tenido que tomar la enseñanza en todas estas sociedades
separadas, incluida la masónica: No la forma de la disputa y del
razonamiento, sino la del revestimiento de las ideas en expresiones
metafóricas y en imágenes, y de la transmisión oral de una
enseñanza que sólo puede ser comprendida por aquél «que ya la lleva dentro
de sí»; es decir, se trata de una enseñanza esotérica.
Extractado de:
-
Enrique M. Ureña
(Universidad Pontificia de Comillas), "Pensamiento universalista masónico e
ilustración", en Pedro Álvarez Lázaro (coord.), Maçonaria, egreja e
liberalismo. Masonería, Iglesia y Liberalismo, Actas da Semana da Faculdade
de Teologia, Porto, 1994, Porto-Madrid, 1996, pp. 59-62.
- Enrique M. Ureña, "Orígenes
del Krausofröbelismo y Masonería", Historia de la Educación. Revista
interuniversitaria, nº 9, 1990, pp. 43-62.
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