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ICONOGRAFÍA
MASÓNICA EN LA LOZA FRANCESA ANTIGUA
Plato masónico al petit feu sobre
fondo amarillo, Marsella, Veuve Perrin, s. XVIII. |
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Hacia 1725, y
tras su eclosión primera en Inglaterra, la Masonería pasó a la
Francia ilustrada donde conoció un auge inusitado. Entre las
huellas testimoniales a partir de las cuales se puede estudiar la
Historia de la Masonería francesa de los siglos XVIII y XIX,
merece capítulo aparte una de sus formas más refinadas e
ilustrativas de expresión: la cerámica. Superado el legendario
oscurantismo que envuelve el pasado de la Orden, las piezas de
loza antigua que han sobrevivido al paso de los años, nos desvelan
detalles no sólo acerca de la atmósfera fraternal durante los
ágapes subsiguientes a las tenidas, sino, mayormente, de la
Masonería como una filosofía de vida regida por la tolerancia, la
solidaridad y la esperanza en la perfectibilidad del espíritu
humano. Ora explícita y descifrable, ora alusiva y misteriosa, la
fayenza antigua constituye, pues, un inestimable medio para
profundizar en la evolución de esta forma de pensamiento. Tal
componente antropológico unido a su valor decorativo convierte a
estas piezas de loza en objeto apetecido para masones y
masonólogos pero también para profanos, coleccionistas o
aficionados a las artes aplicadas.
Dentro de la
amplia tipología de objetos cerámicos, nos ocuparemos aquí de lo
que en Francia se denomina faïence y que puede traducirse
por el término castellanizado de fayenza o, de modo más común,
como loza. Se trata de un tipo de alfarería cuya base de barro
cocido esta recubierta de un esmalte blanco que le confiere un
aspecto tierno, opaco y poroso. Gracias a la labor de artesanos
itinerantes de origen italiano, esta clase de alfarería se
introdujo a comienzos del siglo XVI en Francia, donde, por su
similitud con la mayólica hecha en la ciudad de Faenza, adoptó el
nombre de faïence.
La fayenza
masónica se realizó en Francia durante los siglos XVIII y XIX en
más de una veintena de centros productores, entre los que
sobresalen los radicados en Moustiers, Nevers, La Rochelle, Lyon,
Roanne y Marsella. Geográficamente situadas, como es natural, en
zonas de notable influencia de la Masonería, estas manufacturas
nos ilustran acerca de antiguas logias, como
“La Triple Harmonie de l'Orient de
Béziers” (loza de Moustiers); “La Française de L'Unité” (loza de
Burdeos); “La Parfaite Union” (loza de La Rochelle); “Loge des
Amis Réunis à l'Orient” (loza de Roanne); “L'Espérance” (loza de
Moulins); “Saint-Hubert de Clermont”; “Saint-Julien de Brioude”; y
“Sainte-Colombe á l'Orient de Bourges”(estas tres últimas, en loza
de Nevers).
Dos son
primordialmente los fines a los que obedecía la producción de
piezas masónicas de loza.
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Botella en policromía al grand feu,
de Nevers, mediados del s. XVIII (GODF). |
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En primer
lugar, como soporte para conservar la memoria de un evento
destacable, homenajear a un personaje, reivindicar la pertenencia
a una determinada logia o dar a conocer las diversas facetas del
simbolismo. Seguramente sea en esta clase de piezas, decoradas por
encargo y reducidas por lo común a un único ejemplar, donde se
pueda apreciar en mayor medida la originalidad interpretativa del
cliente o del artesano decorador.
De otra parte,
se encuentran aquellas piezas de vajillas —platos, fuentes,
cuencos, jarras—, bien propiedad de logias, bien de particulares,
realizadas en serie y destinadas normalmente a su uso durante los
ágapes fraternales. El ágape es un banquete que sigue a la tenida
de la logia y que forma parte indisociable de la práctica masónica
desde su origen. De hecho, y como recuerda Charles Porset, las
primeras reuniones masónicas en Francia, como forma de
sociabilidad de nuevo cuño entre hombres de extracción diversa, no
eran sino el pretexto para el ambigú que las coronaba. Así lo
atestigua, por ejemplo, el abate Gabriel-Louis Pérau (1700-1767)
en Le Secret des Francs-Maçons (1742), obra en la que
describe vivamente aquellos banquetes celebrados en Francia desde
la cuarta década del siglo XVIII. Sin que todavía llegara a
imperar, como más tarde sucedería, un carácter trascendente e
iniciático, el acto de comer y beber en estos banquetes no era
concebido cual mera satisfacción epicúrea sino que ya se
consideraba la manifestación tangible y directa del espíritu de
unidad que ligaba a sus miembros.
Debido a su
carácter práctico han sobrevivido relativamente pocas piezas de
vajillas masónicas, la mayoría de las cuales fueron realizadas por
ceramistas de la Francia meridional. De entre ellas, merece ser
destacado el célebre servicio de “Los Veinticinco Símbolos” de
Moustiers, que incluye, además de platos, gran diversidad de
piezas—legumbreras, azucareros, enfriaderos para botellas— y cuya
autoría y comitente aún siguen siendo un misterio por descifrar.
Plato al grand feu, en camafeo
azul, de la logia de Saint Hubert, de Clermont Ferrand, Nevers,
mediados del siglo XVIII. |
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Por lo demás,
desde el punto de vista técnico y estético, la fayenza de
decoración masónica no constituye una categoría en sí misma. Por
el contrario, y al igual que las cerámicas de tipo patronímico o
aquellas propagandísticas surgidas al socaire de la Revolución
Francesa, estas piezas poseen características similares a las
demás lozas decoradas en cuanto al tipo de soporte y a la
evolución de las técnicas cerámicas. En este sentido, y como
acertadamente señala Jean Rosen, las cerámicas masónicas reflejan
ejemplarmente las características y el devenir de la cerámica en
general. A lo que cabría añadir, lato sensu, que, de igual
modo a la propia Francmasonería, son fiel espejo de la época en
que fueron concebidas.
Esto obecede a
que el principal rasgo diferenciador de estas piezas no es otro
que su particular sistema iconográfíco, ese vocabulario propio de
imágenes, transcripción de un cierto número de ideas, que, pese a
su sofisticado esoterismo, guarda un parentesco nada desdeñable
con la imaginería popular. Basándose en este lenguaje visual, el
sistema iconográfico de la loza masónica incluye los útiles de
trabajo derivados de la masonería operativa —escuadra, compás,
plomada, cincel, paleta—, determinadas formas —triángulos,
estrellas de cinco puntas—, números —“3”, “5”...—, así como
aquellos otros que hacen referencia, bien a la historia, bien a la
filosofía de la Orden: las columnas de Jakin y Boaz, la rama de
acacia, la espada o el pavimento de damero.
Precisamente,
esta riqueza simbólica e ideológica convirtió a las piezas
masónicas en fuente de inspiración para otras producciones, como
las citadas cerámicas “parlantes” de temática patriótica e
intención revolucionaria, por cuanto expresaban unas ideas que, en
líneas generales eran próximas a aquellas que los primeros
revolucionarios se esforzaron en promover.
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Plato de loza de Moustiers,
procedente del Service aux 25 symboles, s. XVIII |
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Sin embargo, la
relativa destreza en la proyección plástica de la iconografía
masónica no debe llevar a engaño en lo que al artesano decorador
se refiere. Estos objetos eran normalmente decorados por profanos
ya que las logias no solían contar entre sus adeptos con algún
maestro u obrero ceramista. Ello no es óbice para que encontremos
casos singulares, como la logia “Les Indissolubles”, de Moustiers,
instalada oficialmente el 11 de enero de 1789, y que contaba entre
sus miembros con varios ceramistas. Dada su familiaridad con la
iconografía utilizada, probablemente demostraran tales artesanos
un mayor grado de pericia en su ejecución.
En función de
la capacidad adquisitiva del comitente o del ceramista, de la
originalidad e inspiración del decorador, tales símbolos podían
traducirse, ya en un estilo sobrio y depurado —la simplicidad del
motivo de la escuadra y el compás, junto a unas iniciales—, ya de
forma exuberante, cuando no ostentosa, que podía llegar a la
riqueza simbólica de la representación de un tapiz de logia. En
este sentido ha de mencionarse la fuente ovalada realizada hacia
1770, en Nègrepelisse o quizá en Lyon, hoy en el Museo de la Gran
Logia de Francia, en que se recrea una sofisticada composición
paisajística. Además, la iconografía masónica podía también
reflejarse de forma velada o, por mejor decir, eventualmente
disimulable. Es el caso, por ejemplo, de unos grandes tarros del
siglo XIX, atribuidos a un taller septentrional y actualmente
conservados en el Museo de Rennes que, si bien presentan en el
frente un cuadro que incluye doce símbolos masónicos, su curioso
reverso lo ocupa un simple ramo de flores, tan decorativo... como
discreto.
Respecto a la
técnica decorativa empleada, y al igual que el resto de lozas, las
piezas masónicas pueden dividirse en tres grandes grupos: las
decoradas al gran fuego (grand feu), aquellas en que
se emplea la paleta del pequeño fuego (petit feu) y la loza
fina (faïence fine).
Difundido por
Europa a partir del siglo XVI, el gran fuego incluye hasta seis
colores: azul cobalto, púrpura-manganeso, ocre, amarillo, verde y
rojo de hierro. La fayenza masónica temprana fue decorada con esta
paleta y, más concretamente, en camafeo azul (camaïeu bleu),
es decir, a partir de la sola utilización del color azul y sus
matices sobre la superficie blanca. Exponente de esta técnica es
la pieza de loza masónica francesa más antigua que actualmente se
conoce: un plato circular de Moustiers, conservado en el Museo de
Nantes, datable alrededor de 1730, decorado à la Bérain,
con borde lambrequinado y cuyo centro, rematado por una corona
condal, ostenta una reserva ovalada en la que se representan
varios símbolos masónicos. El camafeo azul se practicó también en
Nevers, como atestiguan las garrafas de mediados del siglo XVIII,
conservadas en el Museo de Montluçon y que pertenecieron a la
logia de “Saint-Hubert de Clermont”.
Fuente ovalada al petit feu, sobre
fondo amarillo, Marsella, Veuve Perrin, s. XVIII |
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Posteriormente
en Moustiers comenzaron a añadirse toques de amarillo y manganeso
al sobrio camafeo azul, de lo que queda como ejemplo el servicio,
exquisitamente decorado con un tratamiento propio de miniaturista,
de la logia, “La Triple Harmonie de l'Orient de Béziers”.
También al gran
fuego y con el azul y el amarillo como colores dominantes, es un
plato realizado en La Rochelle hacia 1760, el cual, amén de
diversos símbolos masónicos, ostenta las iniciales de la Logia “La
Parfaite Union”, fundada en dicha localidad el 9 de marzo de 1752.
Entre las
técnicas paradigmáticas de Nevers, destaca igualmente la
policromía al gran fuego, como la botella, hoy propiedad del Gran
Oriente de Francia, en cuyo frente aparecen dos “hermanos” con las
manos unidas, entre una escuadra y un compás; o el plato del Museo
de Varzy, de mediados del siglo XVIII, que presenta los símbolos
de los tres grados azules, al tiempo que hace referencia al Rito
de Perfección. Decoradas asimismo en policromía al gran fuego son
las piezas de una vajilla blasonada de Lyon, datables hacia 1770 y
que hoy se custodian en el Museo de Vienne.
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Fuente ovalada al grand feu,
Nègrepelisse o Lyon, circa 1770 |
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La técnica del
pequeño fuego, por su parte, no se difundiría hasta mediados del
siglo XVIII. Como cabe deducir de su nombre, responde a una paleta
esmaltada a baja temperatura, que incluye colores más delicados,
como el rosa o el verde claro, y cuya decoración imita aquella de
la porcelana. En lo que a la iconografía masónica se refiere, esta
paleta fue utilizada sobre todo por los ceramistas de Marsella. De
la prestigiosa manufactura marsellesa de la Viuda de Perrin (Veuve
Perrin) son una serie de platos y fuentes al pequeño fuego
sobre fondo amarillo en un fresco y ligero estilo rococó. Su
fuerte connotación hermética y alquímica comporta, cual subraya
Jean-Claude Momal, que estas piezas deban ser apreciadas no sólo
por su intrínseca calidad artesanal sino también por su
excepcional valor documental. De hecho, estos ejemplares nos
muestran la extraordinaria diversidad y las influencias recíprocas
de los diferentes ritos practicados por la Masonería provenzal y
en particular por la Logia Madre Escocesa de Marsella. La lectura
de los símbolos utilizados nos remite al Rito Escoces Antiguo y
Aceoptado, al Rito de Memphis, al sistema del antiguo Capítulo de
Clermont e incluso al Rito Escocés Filosófico; entre estos
objetos, algunos ilustran los once altos grados de la masonería,
principalmente escocesa, así como los dos grados de la masonería
femenina, también llamada de adopción.
A imitación de
los descubrimientos de los ceramistas ingleses y como alternativa
a la fayenza tradicional, se fue imponiendo a finales del siglo
XVIII lo que se conoce como loza fina (faïence fine)
o tierra de pipa: un producto elegante y duro, de pasta de color
blanco o ligeramente crema, y que se fabricó, entre otras, en las
manufacturas de Pont-aux-Choux, Creil-Montereau y Choisy-le-Roi.
En esta última se elaboró, ya a comienzos del siglo XIX, una
interesante serie de platos en loza fina cuya decoración, no
ejecutada a mano sino impresa, representa, enmarcados en elegantes
cenefas neoclásicas, diversos momentos de la vida del masón, como
la estancia del profano en el gabinete de reflexión, la recepción
del nuevo iniciado o la celebración de un ágape masónico.
Factores como
la industrialización y el auge de la porcelana derivaron hacia
mediados del siglo XIX en la progresiva desaparición de las
manufacturas tradicionales de loza. Paradójicamente, ello
coincidió con un renovado interés por las piezas antiguas, las
cuales fueron poco a poco redescubiertas a merced de monografías
especializadas, como La faïence, les faïenciers et les
émailleurs de Nevers, publicada en 1863, por Louis de Broc de
Seganges (1808-1885).
Empero, la
cerámica de decoración masónica aún tardaría algo más en ser
debidamente reconocida y apreciada. Fue el escritor y erudito
Jules Husson, más conocido como “Champfleury” (1821-1889), el
primero que, si bien de modo indirecto, les prestó cierta atención
al estudiar la producción cerámica de la época revolucionaria.
Aunque tangencialmente, también se refirieron a esta clase de
objetos el conservador del Museo de Nevers, Charles-Pierre Fieffé
(1839-1909) y el arquitecto Théophile-François-Adolphe Bouveault
(1834-1893) en Faïences patriotiques nivernaises, obra
publicada en Nevers entre 1883 y 1885.
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Plato de loza fina, decoración
impresa, Choisy-le-Roi, principios del s. XIX |
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Fruto del
renovado interés por las antiguas lozas, aparecieron a finales del
siglo XIX una serie de piezas que acusan la confusión de géneros y
el anacronismo propio del eclecticismo historicista. Véanse, en
este sentido, ciertos objetos masónicos cuya decoración, sobre un
fondo azul profundo, propio del realizado en Nevers en la segunda
mitad del siglo XVII, resulta excesivamente temprano, habida
cuenta de que las primeras cerámicas masónicas no aparecerían
hasta más de cincuenta años después.
Tal frenesí por
las curiosidades antiguas, el fervor de una capillita de
aficionados, tan ávidos como celosos, provocó que las lozas
masónicas comenzaran a alcanzar vertiginosos remates en las
subastas. Su extremada rareza y su referencia a un tema tan bien
identificado convirtieron a estas loza en objeto de deseo para el
coleccionista. De ahí, pues, la proliferación, a partir de la
década de 1880, no tanto de piezas remótamente inspiradas en
aquellas del pasado, como de verdaderas copias y falsificaciones
que, aún hoy, ruedan a elevados precios por chamarileros y tiendas
de lance.
Dr. Pelayo
Jardón
Prof-Tutor de
la UNED
Plato dentado de loza, siglo
XVIII, Museo de Montluçon
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Plato dentado de loza del siglo
XVIII, Museo de La Rochelle
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Plato dentado de loza con 24
símbolos masónicos enmarcados en un friso de acacia, siglo
XVIII, Museo de Narbonne |
Bibliografía y enlaces de interés
Bibliografía:
Broc de Seganges,
L. de, La faïence, les faïenciers et le
émailleurs de Nevers, Nevers, Société Nivernaise, 1863.
Miller, J. (ed.),
Enciclopedia de Antigüedades, Barcelona, Grijalbo Mondadori,
1999.
Pérau, G.-L.,
Le Secret des Francs-Maçons, Geneve, 1742.
VV.AA., Franc-Maçonnerie et Faïences,
Nevers, Palais Ducal, 2000.
Enlaces de interés
http://union.et.solidarite.free.fr/Patrimoi2.htm
http://www.godf.org/museefm/images/collections/faience/faience.html
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