DE LAS PRUEBAS
INICIÁTICAS
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Para
superar las pruebas hay que ser como "Nadie". En las
iniciaciones tradicionales, el guardián del umbral vigila que
ningún mortal salga de la caverna-mundo sin la debidas cualificaciones.
Para regresar a Itaca (Patria celeste) con su amada Penélope
(Espíritu) Ulises consigue salir de la caverna respondiendo
correctamente a la
pregunta de Polifemo ¿quien eres?; "Nadie". Cuadro
de Jacob
Jordaens, siglo XVII
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Lo que se llama las «pruebas» iniciáticas, no son más que un caso
particular de los ritos de este orden: La palabra misma «pruebas», que
se emplea en múltiples sentidos, tiene quizás algo que ver con ciertos
equívocos. Por ejemplo, no se ve muy bien por qué se califica
comúnmente de «prueba» a todo acontecimiento penoso, ni por qué se
dice que alguien que sufre está siendo «probado»; es difícil ver en
eso otra cosa que un simple abuso de lenguaje.
Lo que se llama las pruebas iniciáticas es algo completamente
diferente, y nos bastará ahora una palabra para zanjar definitivamente
todo equívoco: son esencialmente ritos, lo que las pretendidas
«pruebas de la vida» no son evidentemente de ninguna manera; y no
podrían existir sin este carácter ritual, ni ser reemplazadas por nada
que no poseyera este mismo carácter. Con esto, se puede ver enseguida
que los aspectos sobre los que más se insiste generalmente son en
realidad completamente secundarios: si estas pruebas estuvieran
destinadas verdaderamente, según la noción más «simplista», a mostrar
si un candidato a la iniciación posee las cualidades requeridas, es
menester convenir que serían muy ineficaces, pues normalmente, aquel
que es admitido a sufrirlas ya debe haber sido reconocido, por otros
medios más adecuados, como «bien y debidamente cualificado». Es
menester pues que se trate de algo muy diferente. Se diría entonces
que estas pruebas constituyen una enseñanza que se da bajo una forma
simbólica, y que está destinada a ser meditada ulteriormente; eso es
muy cierto, pero se puede decir otro tanto de cualquier otro rito, ya
que todos, como lo hemos dicho precedentemente, tienen igualmente un
carácter simbólico, y por consiguiente una significación que incumbe
profundizar a cada uno según la medida de sus propias capacidades.
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Las diversas pruebas arrostradas
por el alma peregrina han sido objeto de temas épicos o literarios
desde la remota antiguedad; victoria contra un dragón o contra los
cuatro elementos (tierra, agua, aire, fuego), atravesar puertas o
islas entrechocantes -symplegades-, descenssus ad inferos, salir de un
laberinto o gruta, etc. En la imagen, Eneas y la Sibila de Cumas en el
Averno, según Brueghel el joven
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Hay que destacar que revisten frecuentemente la forma de «viajes»
simbólicos; como una «búsqueda» (o mejor una «gesta», como se decía en
la lengua de la Edad Media) que conduce al ser de las «tinieblas» del
mundo profano a la «luz» iniciática; pero todavía esta forma, no es en
cierto modo más que accesoria, por muy apropiada que sea a aquello de
lo que se trata. En el fondo, las pruebas son esencialmente ritos de
purificación; y es eso lo que da la explicación verdadera de esta
palabra «pruebas», que tiene aquí un sentido claramente «alquímico», y
no el sentido vulgar que ha dado lugar a los errores que hemos
señalado. Ahora bien, lo que importa para conocer el principio
fundamental del rito, es considerar que la purificación se opera por
los «elementos», en el sentido cosmológico de este término, y la razón
de ello puede expresarse muy fácilmente en algunas palabras: quien
dice elemento dice simple, y quien dice simple dice incorruptible.
Se puede comprender ahora por qué, cuando las pruebas revisten la
forma de «viajes» sucesivos, éstos se ponen respectivamente en
relación con los diferentes elementos. Desde el punto de vista iniciático, el término mismo de «purificación» implica conducir al ser
a un estado de simplicidad indiferenciada, comparable al de la
materia prima (entendida naturalmente aquí en un sentido
relativo), a fin de que sea apto para recibir la vibración del Fiat
Lux iniciático. Es menester que la influencia espiritual cuya
transmisión le va a dar esta «iluminación» primera no encuentre en él
ningún obstáculo debido a «preformaciones» inarmónicas provenientes
del mundo profano; y por eso debe ser reducido primeramente a este
estado de materia prima, lo que, si se quiere reflexionar en
ello un instante, muestra bastante claramente que el proceso
iniciático y la «Gran Obra» hermética no son en realidad más que una
sola y misma cosa: la conquista de la Luz divina que es la única
esencia de toda espiritualidad.
Extractado de: René Guenón, Apercepciones sobre
la Iniciación,
capítulo XV.
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Las fuentes para el estudio de
las iniciaciones en el mundo tradicional son de diversa índole. Desde
las propiamente religiosas (como por ejemplo, la Biblia, los Vedas,
los Upanishads, el Corán), o la literatura épica (por ejemplo, la
Iliada y la Odisea, los Eddas escandinavos, etc.), los libros, ciclos
y gestas de caballería (el ciclo artúrico, Cantar de Waltario, Amadis
de Gaula, el Quijote, etc., etc.), los estatutos y reglas de las
Ordenes monásticas y/o militares... Es también útil acudir a las
investigaciones de la antropología cultural, y de la historia de las
religiones. A estos efectos, entre la bibliografía más importante hay
que destacar la clásica obra de Arnold van Gennep sobre los ritos
de paso, aunque tal vez ya superada por Mircea Eliade y su
magnífica monografía traducida al castellano con el título de
Iniciaciones místicas. Y sobre todo, la obra más importante que
desborda todo intento de ubicación académica; Apercepciones sobre
la Iniciación, del sabio sufi René Guénon (seguido de una segunda
recopilación post-mortem de trabajos sobre el mismo tema;
Iniciación y Realización espiritual).
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El rescate de Eurídice (el Espiritu)
por su amado Orfeo es una variante del conocido tema iniciático del
descenssus ad inferos |
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Tales estudios sirven para
efectuar una distinción entre ritos de paso (es decir, vinculados al
cambio de un estatus social), ritos religiosos y ritos propiamente iniciáticos. También sirven para formar criterio sobre la función del
rito y establecer una interpretación de las secuencias y motivos
fundamentales de las denominadas, en la Europa medieval, como
iniciaciones artesanales o monástico-militares. Sabemos que se
comenzaba por un periodo de prueba y adoctrinamiento que conllevaba
ciertas prohibiciones relativas a la comida, vestimenta, comunicación
exterior, etc. hasta que se procedía formalmente a darle entrada en la
Cofradía u Orden. Algunos de los temas que más frecuentemente se
escenificaban en tales ritos fueron tomados de la literatura
tradicional. Pero también se produjo un fenómeno inverso a tenor del
cual ciertos argumentos originariamente procedentes de rituales de
iniciación fueron divulgados y vulgarizados al inspirar temas de las
gestas épicas, populares e incluso de los llamados cuentos de hadas
(como Blancanieves, la Bella Durmiente, la Cenicienta, etc.) que no
son sino narraciones simbólicas y morales destinadas a preparar a los
adolescentes para pasar los ritos de paso o, en su caso, la iniciación
artesanal, guerrera o sacerdotal.
Algunos de estos temas
tradicionales escenificados en tales ritos, y que formaban parte de la
enseñanza simbólica, eran la prueba del laberinto, la victoria sobre
el monstruo guardián que impedía el paso (generalmente, un maestro
iniciador disfrazado que pretendía asustar al candidato). También
estuvo muy extendido el tema de la purificación por los cuatro
elementos; tierra (cuerpo), agua (vitalidad), aire (psiquis) y fuego
(mente), o del paso de un río mediante un pons subtilis cuyo
acceso era custodiado por otro extraño personaje. La literatura
popular también vulgarizó el argumento de la inmersión en una crátera
o caldero (ya en el hermetismo greco-egipcio, también entre los
celtas; vid. el caldero de Gundestrup), o igualmente, la ingestión de
un líquido sagrado que proporcionaba la inmortalidad (soma védico,
ahoma avéstico), etc. Otros temas muy extendidos fueron el de la
ascensión por un poste, escalera, árbol y demás símbolos del Axis
Mundi, o el del regressus ad uterum, también en la versión
del engullimiento por un monstruo, o de las symplegades, es
decir, atravesar el paso entre dos rocas o islas entrechocantes
(Ulises), o una puerta estrecha o barrera giratoria (Sir Gawain),
imposible de transitar físicamente, que custodia el acceso al castillo
de “irás y no volverás”. Todo esto parece simbolizar que dichas
pruebas no solo implicaban demostrar ciertas cualidades físicas, sino
también superar ciertas cualificaciones de tipo psicológico, mental y
espiritual. Un ejemplo de ello lo encontramos en la escena del
interrogatorio que se efectúa al candidato que se presenta ante el
umbral de la puerta y que inspiró, por ejemplo, el conocido episodio
de Ulises y el gigante Polífemo relatado por Pausanias u Homero.
Según este mitema, solo se puede salir de la caverna-mundo
respondiendo yo soy "Nadie”, escena, por lo demás, semejante a la de otros
ritos orientales mediante los que se pretendía mostrar al candidato
las virtudes del desapego al mundo, la humildad y la modestia con las
que debía moverse tras acceder al nuevo estatus social o morada
espiritual.
Redactado por: Javier Alvarado Planas
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