INFLUENCIAS
ESPIRITUALES Y «EGREGORES»
Se afirma que la palabra «egregor» designa lo que se puede llamar
propiamente una «entidad colectiva». Esto no representa más que una de
las numerosas fantasías del moderno lenguaje ocultista. Esta palabra
es puramente griega y jamás ha significado en realidad otra cosa que
«vigilante». Estamos ante un nuevo ejemplo de la confusión de lo
psíquico y de lo espiritual.
Ciertamente, se puede considerar cada colectividad como disponiendo de
una fuerza de orden sutil constituida en cierta manera por los aportes
de todos sus miembros pasados y presentes, y que, por consiguiente, es
tanto más considerable y susceptible de producir efectos más intensos
cuanto más antigua sea la colectividad y cuanto mayor sea el número de
miembros que la componen; por lo demás, es evidente que esta
consideración «cuantitativa» implica esencialmente que se trata del
dominio individual, más allá del cual ya no podría intervenir en modo
alguno. Lo colectivo, tanto psíquicamente como corporalmente, no es
otra cosa que una simple extensión de lo individual, y que, por
consiguiente, no tiene absolutamente nada de transcendente,
contrariamente a las influencias espirituales que son de un orden
completamente diferente. Para tomar los términos habituales del
simbolismo geométrico, es menester no confundir el sentido horizontal
con el sentido vertical.
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El"pozo iniciático"
en la Quinta da Regaleira (Portugal) |
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Sería un error considerar como un estado supraindividual el que
resultaría de la identificación tanto con una entidad psíquica
colectiva, como con toda otra entidad psíquica cualquiera que sea. La
participación en una tal entidad colectiva no constituye más que una
suerte de «ensanchamiento» de la individualidad, pero nada más. Así
pues, es únicamente para obtener algunas ventajas de orden individual
como los miembros de una colectividad pueden utilizar la fuerza sutil
de la que ésta dispone, conformándose a las reglas establecidas a este
efecto por la colectividad de que se trate; e, incluso si, para la
obtención de esas ventajas, hay además la intervención de una
influencia espiritual, como ocurre concretamente en un caso tal como
el de las colectividades religiosas, esta influencia espiritual, al no
actuar entonces en su dominio propio que es de orden supraindividual,
debe ser considerada, así como ya lo hemos dicho igualmente, como
«descendiendo» al dominio individual y ejerciendo en él su acción por
medio de la fuerza colectiva en la que toma su punto de apoyo.
El caso es completamente diferente en lo que concierne a las
organizaciones iniciáticas, por eso mismo de que éstas tienen como
propósito esencial ir más allá del dominio individual, y porque
incluso lo que se refiere en ellas de modo más directo a un desarrollo
de la individualidad no constituye en definitiva más que una etapa
preliminar para llegar finalmente a rebasar las limitaciones de ésta.
Así pues, puesto
que la colectividad no es en suma más que una reunión de individuos,
no puede, por sí misma, producir nada que sea de un orden supraindividual, pues lo superior no puede en ningún caso proceder de
lo inferior. Si el vinculamiento a una organización iniciática puede
tener efectos de ese orden, es pues únicamente en tanto que la
organización iniciática es depositaria de algo que es en sí mismo
supraindividual y transcendente en relación a la colectividad, es
decir, de una influencia espiritual cuya conservación y cuya
transmisión debe asegurar sin ninguna discontinuidad.
Por consiguiente,
el vinculamiento iniciático no debe concebirse como el vinculamiento a
un «egregor» o a una entidad psíquica colectiva, ya que en eso no hay
en todo caso más que un aspecto completamente accidental, aspecto por
el cual las organizaciones iniciáticas no difieren en nada de las
organizaciones exotéricas. Lo que constituye esencialmente la
«cadena», es la transmisión ininterrumpida de la influencia espiritual
a través de los inciados. Del mismo modo, el lazo entre las diferentes
formas iniciáticas no es una simple filiación de «egregores».
Extractado de: René Guenón, Iniciación y realización espiritual, capítulo VI.
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