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LA PIEDRA ANGULAR
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Escuadra del año 1507
encontrada en unas excavaciones arqueólogicas. Lleva la inscipción;
"me esporzare en vivir con amor y
cuidado por medio del nivel y la escuadra", museo masónico
de Irlanda
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En la tradición cristiana, el simbolismo de la “piedra angular” se
basa en este texto: “Piedra que rechazaron los constructores se ha
convertido en piedra de ángulo” (Salmo CVIII, 22; San Mateo,
XXI, 42; San Marcos, XII, 10; San Lucas, XX, 179),
o, más exactamente, “en cabeza de ángulo” (caput anguli).
Lo extraño es que este simbolismo casi siempre se comprende mal a
consecuencia de una confusión que se hace comúnmente entre esa
“piedra angular” y la “piedra fundamental”, a la cual se refiere
este otro texto más conocido aún: “Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella” (Mateo 16, 18). Tal confusión es
extraña, pues desde el punto de vista específicamente cristiano
equivale de hecho a confundir a San Pedro con Cristo mismo.
La “piedra fundamental” es aquella que se pone primero, al
comienzo mismo de la construcción de un edificio (y por eso se la
llama también “primera piedra”). Según el ritual operativo, esta
“primera piedra” es, según lo hemos dicho, la del ángulo nordeste;
las piedras de los demás ángulos se colocan posterior y
sucesivamente según el sentido del curso aparente del sol, es
decir, en el sudeste, sudoeste, noroeste. ¿Cómo, pues, podría ser
rechazada durante la misma construcción? Para que sea así, es
preciso, al contrario, que la “piedra angular” sea tal que no
pueda encontrar aún su ubicación. En efecto, según veremos, no
puede encontrarla sino en el momento de acabarse el edificio
íntegro, y así se convierte realmente en “cabeza de ángulo”.
La “piedra fundamental” (foundation-stone) puede ser
llamada adecuadamente, en cierto sentido, una “piedra de ángulo” (corner-stone),
según se lo hace habitualmente, puesto que está situada en un
ángulo o en una esquina (corner) del edificio; pero no es
única como tal, pues el edificio tiene necesariamente cuatro
ángulos; y, aun si se quiere hablar más particularmente de la
“primera piedra”, ésta no difiere en nada de las piedras de base
de los demás ángulos, salvo por su situación, y no se distingue ni
por su función ni por su forma, puesto que no es, en suma, sino
uno de cuatro soportes iguales entre sí. Podría decirse que una
cualquiera de las cuatro corner-stones “refleja” en cierto
modo el principio dominante del edificio, pero no podría de
ninguna manera ser considerada este principio mismo. Por otra
parte, si realmente de esto se tratara, ni siquiera podría
hablarse lógicamente de “la piedra angular”, pues, de hecho,
habría cuatro; aquélla, pues, debe ser algo esencialmente
diferente de la corner-stone entendida en el sentido
corriente de “piedra fundamental”, y ambas tienen en común
solamente el carácter de pertenecer al mismo simbolismo
“¿constructivo”.
La “piedra angular” tiene una forma especial y única que la
diferencia de todas las demás; no solo no puede encontrar su lugar
en el curso de la construcción, sino que inclusive los
constructores no pueden comprender cuál es su destino; si lo
comprendieran, es evidente que no la rechazarían y se contentarían
con reservarla hasta el final; pero se preguntan “lo que harán con
la piedra”, y, al no dar con respuesta satisfactoria, deciden,
creyéndola inutilizable, “arrojarla entre los escombros”. El
destino de esa piedra no puede ser comprendido sino por otra
categoría de constructores, que en ese estadio no intervienen aún:
son los que han pasado “de la escuadra al compás” y, por esta
distinción, ha de entenderse, naturalmente, la de las formas
geométricas que esos instrumentos sirven respectivamente para
trazar, es decir, la forma cuadrada y la circular, que de manera
general simbolizan, como es sabido, la tierra y el cielo; aquí, la
forma cuadrada corresponde a la parte inferior del edificio, y la
forma circular a su parte superior, la cual, en este caso, debe
estar constituida, pues, por un domo o una bóveda. En efecto, la
“piedra angular” es real y verdaderamente una “clave de bóveda” (keystone).
Pero todavía más importante, desde el punto de vista de los textos
concernientes a la “piedra angular” en la tradición
judeocristiana, es la consideración de la palabra hebrea que
significa ‘ángulo’: esa palabra es pinnáh, y se la
encuentra en las expresiones eben pinnáh, ‘piedra
angular’, y ro’sh pinnáh, ‘cabeza de ángulo’; y
resulta particularmente notable que, en sentido figurado, la misma
palabra se emplea para significar ‘jefe’: una expresión que
designa a los ‘jefes del pueblo’ (pinnôt ha-’am)
está literalmente traducida en la Vulgata por anguli populorum
(I
Samuel, XIV, 38). Ello también se asocia a la idea de
extremidad, pero más en particular en lo que concierne a la
extremidad superior, es decir, al punto más elevado o sumidad.
Todas estas vinculaciones no hacen, pues, sino confirmar lo que
hemos dicho sobre la situación de la “piedra angular” en la
sumidad del edificio: aun si hay otras “piedras angulares” en el
sentido más general de esta expresión, solo aquélla es en realidad
“la piedra angular” por excelencia.
Y no hay solamente esos cuatro arkàn o elementos “básicos”,
sino además un quinto rukn, el quinto elemento o
“quintaesencia” (es decir el éter, el‑athîr); éste no está
en el mismo “plano” que los otros, pues no es simplemente una
base, como ellos, sino el principio mismo de este mundo; será
representado, pues, por el quinto “ángulo” del edificio, que es su
sumidad; y a este “quinto”, que es en realidad el “primero”,
conviene, propiamente la designación de ángulo supremo, de ángulo
por excelencia o “ángulo de los ángulos” (rukn el-arkàn),
puesto que en él la multiplicidael de los demás ángulos se reduce
a la unidad.
La “piedra angular”, tomada en su verdadero sentido de piedra
“cimera”, se designa en inglés a la vez como keystone, como
capstone (que a veces se encuentra escrito también
capestone), y como copestone (o copingstone); el
primero de estos términos es fácilmente comprensible, pues
constituye el exacto equivalente de nuestra “clave de bóveda” (o
“de arco”, pues la palabra puede aplicarse en realidad a la piedra
que forma la sumidad de una arcada tanto como la de una bóveda);
pero los otros dos exigen algo más de explicación. En capstone,
la palabra cap es evidentemente el latín caput,
‘cabeza’, lo que nos reconduce a la designación de esa piedra como
la “cabeza del ángulo”; es, propiamente, la piedra que “acaba” o
“corona” un edificio; y es también un capitel, el cual es,
igualmente, el “coronamiento” de una columna.
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La Geometría con escuadra y
compás como dovela, siglo XIV, iglesia de Notre-Dame de Semur-en-Auxois
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Empero, antes de llegar a ello, nos falta elucidar una cuestión
accesoria: acabamos de decir que la “piedra cimera” puede no ser
una “clave de bóveda” en todos los casos, y, en efecto, no lo es
sino en una construcción cuya parte superior es en forma de
cúpula; en cualquier otro caso, por ejemplo el de un edificio
coronado por un techo en punta o en forma de tienda, no deja de
haber una “última piedra” que, colocada en la sumidad, desempeña a
este respecto el mismo papel que la “clave de bóveda”; lo mismo ha
de decirse del caso especial del pyramídion. Debe quedar
bien claro que, en el simbolismo de los constructores medievales,
que se apoya en la tradición judeocristiana y se vincula con la
construcción del Templo de Salomón como su prototipo, consta, en
lo que concierne a la “piedra angular”, que es una “clave de
bóveda”; y, si la forma exacta del Templo de Salomón ha podido dar
lugar a discusiones desde el punto de vista histórico, es seguro,
en todo caso, que esa forma no era la de una pirámide; son éstos
hechos que hay que tener necesariamente en cuenta en la
interpretación de los textos bíblicos referentes a la “piedra
angular”
Extractado de
René Guenón,
publicado en Études Traditionnelles, abril-mayo de 1940 y
compilado en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada,
capítulo XLIII.
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