MUSEO VIRTUAL DE

 

HISTORIA DE LA MASONERÍA

   

 

RENÉ GUÉNON(1886-1951) Y LA RESTAURACIÓN DE LA MASONERÍA OPERATIVA

 

 

   

 “Todo conocimiento que se puede llamar verdaderamente iniciático resulta de una comunicación establecida conscientemente con los estados superiores” (René Guénon).

       Tras su ingreso en la Logia simbólica Humanidad nº 240, en 1909 ingresó en la Logia Thebah dependiente de la Gran Logia de Francia en la que desarrolló su labor (propició, por ejemplo, la adopción de un ritual más puro que el entonces vigente) hasta que la guerra de 1914 sumió “en sueños” a todas las logias. La conversión de Guénon al Islam y su pertenencia al sufismo no mermaron su interés y consideración sobre la masonería como Orden iniciática. De hecho, Guénon no dejó de publicar trabajos sobre diferentes aspectos del simbolismo y de la iniciación masónica, incluso en los últimos años de su vida -publicó “Masones y carpinteros” (1946), “Heredom” (1947), “Iniciación femenina e iniciaciones de oficio” (1948), “Palabra perdida y nombres substitutos” (1948); “Piedra bruta y piedra tallada” (1949), “A propósito de los dos San Juan (1949), “La letra G y la svástika” (1950)-.o de patrocinar la creación de logias masónicas de inspiración tradicional como es el caso de la “La Gran Triada”en 1947 y uno de cuyos primeros trabajos fue el de la restauración de los antiguos rituales escoceses una vez depurados de añadidos y demás innovaciones injustificadas que durante décadas habían introducido los “modernistas”.  

     Para René Guénon, el carácter iniciático de la Masonería era indudable a pesar de su paulatina decadencia. Afirmaba sin ambages que “de todas las organizaciones con pretensiones iniciáticas que están actualmente extendidas en el mundo occidental, no hay más que dos que, por decaídas que estén una y otra a consecuencia de la ignorancia y de la incomprehensión de la inmensa mayoría de sus miembros, pueden reivindicar un origen tradicional auténtico y una transmisión iniciática real; estas dos organizaciones, que, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con ramas múltiples, son el Compañerazgo y la Masonería”. Sin embargo, hasta Masones tan ajenos a la restauración tradicional que propugnaba Guénon como, por citar un ejemplo, Ragón, reconocía que “ningún grado conocido enseña ni desvela la verdad. Solamente aligerará el velo... Los grados que se practican hasta hoy produjeron Masones y no iniciados”. Y en efecto, es un hecho indubitable que la Masonería contemporánea se encuentra más preocupada por su proyección social exterior que del progreso interior de sus miembros, el cual, además, concibe como una evolución prácticamente, por no decir exclusivamente, de orden moral o filosófico. Con ello, la Masonería ha ido perdiendo paulatinamente su carácter iniciático.

    Los intentos de la propia Masonería por descubrir sus orígenes se explican precisamente por la necesidad de entroncar y recuperar su verdadera tradición iniciática. Esa fue la finalidad de la Asamblea General de Wilhelmsbad del año 1782, o de la investigación que, sobre el particular, llevó a Joseph De Maistre a afirmar que; “Ciertamente, la Orden no pudo haber comenzado por lo que vemos ahora. Todo indica que la Francmasonería vulgar es una rama desprendida, y posiblemente corrompida, de un tronco antiguo y respetable”.  

     ¿Poseía la Masonería de fines del siglo XVIII el “hilo de Ariadna” que le permitía guiarse en el laberinto de las innumerables formas que velan la Tradición única y reencontrar la “Palabra perdida” para hacer surgir “la Luz de las Tinieblas, el Orden del Caos”?

     Para hacernos una idea de la importancia de las innovaciones introducidas por los “especulativos” de estos primeros momentos, baste señalar, a modo de ejemplo, la que afectaba al grado de Maestro. Como los Compañeros "aceptados" que fundaron la Gran Logia de Inglaterra en 1717, no podían trasmitir nada más que lo que ellos mismos habían recibido, al carecer de los siete grados de la antigua jerarquía operativa, decidieron reducirlos a tres (aprendiz, compañero y maestro), modificando los rituales; por ejemplo, trasladaron al nuevo tercer grado la leyenda de Hiram Abi que originariamente pertenecía al ritual de reelección de uno de los tres maestros que dirigían la logia operativa y que tenía lugar el 2 de octubre de cada año. Concretamente, se removía al que representaba al propio Hiram Abi, dado que los otros dos maestros que representaban al rey Salomón y al el rey Hiram de Tiro desempeñaban el oficio vitaliciamente (Sobre estos y otros ritos y usos de la masonería operativa del siglo XVII, vid. Clement Stretton, “Why I became a Member the Worshipfull Society of free Masons…” en Transactions of the Lodge of Research nº 2429, Leicester, 1909-1910, pp. 79-95; del mismo autor, “Operative Free Masonry”, en Transactions of the Lodge of Research nº 2429, Leicester, 191-1912, pp. 37-63 y 168-171. Puede consultarse un interesante estado de la cuestión en Pierre Girad Augry, “Las supervivencias operativas en Inglaterra y Escocia”, en la revista Letra y Espíritu, Barcelona, 2007, pp. 67-102). Aunque esta novedad acabó por aceptarse en toda la masonería especulativa, no por eso los masones “operativos” renunciaron a su empeño de introducir ciertas rectificaciones: Por ejemplo, la reintroducción del Arco Real o la creación de algunos "altos grados" fueron algunas tentativas de remediar esa desviación. 

     Transcurridos tres siglos de tales acontecimientos, lo cierto es que ya no tienen sentido planteamientos restauracionistas que olviden lo que la masonería es hoy día y lo que puede dar de sí en un futuro próximo. Y en todo caso, bien podría aplicarse el dicho de que Dios escribe recto con renglones torcidos dado que, a partir de la deriva de 1717 (que en realidad venía ya de más atrás) la masonería cristiana, pasó a ser noaquita (integradora de las tres tradiciones judía, cristiana y musulmana) e inmediatamente después universal, posibilitando la entrada en la Orden de personas de otros credos religiosos. Esta novedad es, precisamente, uno de los más meritorios postulados con los que la masonería moderna aspira a contribuir al proyecto de fraternidad universal sin renunciar por ello a los rasgos específicos de su tradición iniciática.

 

La recuperación de la tradición masónica operativa  

    A pesar de los masones que se empeñaban (y se empeñan) en utilizar la Orden para sus empresas políticas y sociales, René Guénon alzará su voz para recordar que una organización verdaderamente Iniciática no puede ser “ni un club político ni una asociación de socorros mutuos”. Con todo, en diversas ocasiones insistirá en que la degeneración de una organización iniciática como la Masonería no cambiaba su naturaleza esencial y que bastaba con que se presentaran determinadas circunstancias favorables para que tuviera lugar una restauración que facilitase su retorno al estado «operativo» entendiendo por ello no la práctica de un oficio artesanal sino la práctica de un método de realización espiritual que facilitara el paso de la iniciación virtual a la iniciación efectiva, es decir, la comunicación con estados superiores del Ser. En otra ocasión, volviendo a la cuestión de las iniciaciones artesanales, insistirá en que “incluso aunque la práctica del oficio ya no sea requerida como condición necesaria... es evidente que esto no cambia en nada su carácter esencial”.  

     Durante décadas los masones conscientes de esa desviación han planteado que la única manera posible de restaurar el primitivo carácter operativo de la Masonería consistía en reencontrar la “Palabra Perdida”, es decir, vivificar el antiguo método masónico de realización espiritual arrostrando las limitaciones y resistencias que imponen los signos adversos de los tiempos. En este sentido, buena parte de la obra escrita de René Guénon iba dirigida a promover este cambio mostrando las posibilidades de enderezamiento espiritual de la Masonería. Para ello volverá una y otra vez a denunciar determinados errores en esta materia, a explicar el significado esotérico del símbolismo y ritual masónico, el verdadero sentido y alcance de la iniciación, etc.  

    Sin duda, debemos a René Guénon las mejores páginas que nadie nunca haya publicado sobre la naturaleza de la iniciación masónica. A través de diversas obras, explicará el concepto de iniciación en general y su transposición a la tradición masónica en particular señalando, de paso, los frecuentes errores de apreciación cometidos por modernistas innovadores y pseudoiniciados. Así, señalará que la iniciación consiste en la transmisión de una influencia espiritual a través de una sucesión ininterrumpida o «cadena» de iniciados debidamente cualificados para efectuar esa transmisión. Que todo conocimiento iniciático deriva de la comunicación conscientemente establecida con los estados superiores. Que toda organización iniciática es depositaria de algo que es en sí mismo supraindividual y que transciende a la colectividad, es decir, de una influencia espiritual. Que la iniciación, en cuanto comunicación con los estados superiores, no puede ser considerada como un fin, sino solo como un punto de partida para permitir después una toma de posesión efectiva de esos estados. Que el vinculamiento iniciático no debe entenderse como el vinculamiento a un «egregor» o a una entidad psíquica colectiva, sino como una comunicación de orden espiritual. Que, llevado esto al ámbito especificamente masónico, es decir, tomando como soporte el oficio de constructor, no hay que confundir, como ordinariamente se hace, «operativo» con «corporativo». Lo verdaderamente «operativo» se refiere al ámbito de la realización espiritual, aun cuando actualmente ya no pueda ser a través de un oficio corporativo. Que el punto de vista «especulativo», la «especulación», cuando recae sobre el dominio iniciático, debe limitarse a una simple preparación para el trabajo «operativo» dado que el cultivo del «pensamiento», en sí mismo, no puede ser en ningún caso el trabajo de una organización iniciática, etc., etc.  

    Retomando el legado iniciático del mundo clásico, René Guénon distingue entre los “pequeños misterios” y los “misterios mayores”. Los misterios menores son los que conducen a la restauración de lo que las doctrinas tradicionales designan como el "estado primordial" o adámico, que todavía pertenece al dominio de la individualidad humana. Los «misterios mayores», que comienzan en el punto donde acaban los «misterios menores», conciernen a la realización de los estados suprahumanos y conducir hasta el estado incondicionado que se designa como la «visión de la Luz». En este sentido, el grado de Maestro masón representa, virtualmente al menos, el término de los “pequeños misterios” y el comienzo de los “Misterios Mayores”, es decir, que la entrada en el «Paraíso terrestre» no es más que una etapa en la vía que conduce al «Paraíso celeste». 

     El aprendizaje masónico se efectúa a través de la meditación en los símbolos. De hecho, el simbolismo es el modo de expresión normal de los conocimientos de orden metafísico o iniciático porque hay cuestiones que, por su naturaleza misma, no pueden explicarse de otra manera. En suma, los símbolos iniciáticos son un “soporte”o un punto de apoyo para la meditación. En este sentido, Guénon señaló algunos errores frecuentes del aprendiz masón que comienza a pulir su piedra; el Trabajo masónico meramente psicológico y moral apenas tiene que ver con el ámbito de la Iniciación sino que es una labor preparatoria que conduce hasta el umbral de los pequeños Misterios. Tampoco se trata de alcanzar una «comunicación» con estados psíquicos, pues estos, al formar parte únicamente del estado individual humano, no tienen nada de «superior» ni de trascendente. En consecuencia, mientras “uno se limite a moralizar sobre los símbolos, con intenciones tan loables como se quiera, no se hará ciertamente obra de iniciación”. Lamentablemente, “las interpretaciones puramente moralizantes adquirieron una especie de autoridad por el hecho de haber sido incorporadas en los rituales impresos” desplazando, cuando no obstaculizando, las explicaciones de orden más espiritual y llegando a ser la tendencia mayoritaria de los masones actuales.  

     Si el simbolismo masónico no representara más que ideas morales, “la Masonería no contendría nada que no fuera bien conocido por todo no-masón”, de modo que “la simple asociación de esas ideas con los útiles de la construcción no sería más que un juego de niños”. Su sentido iniciático nos recuerda que se trata de un género de conocimiento que no puede ser obtenido en los Colegios ni las Universidades. Con ello no se pretende negar que el conocimiento iniciático pueda tener aplicaciones en el orden social, filosófico u otro orden, sino reafirmar la idea de que lo iniciático pertenece a un ámbito completamente distinto al de la religión, la magia, la filosofía o la moral.  

     La meditación en los símbolos comprende también la meditación en los ritos. Partiendo de la base de que la realización espiritual no puede ser abordada sin una preparación teórica suficiente y de que toda enseñanza iniciática debe estar orientada a la realización, Guénon indica que los ritos, por su propia eficacia, facilitan la transformación de ese conocimiento virtual o teórico en un conocimiento efectivo. El rito, del sánscrito rita (lo que es conforme al orden), es lo único realmente «normal». Todo rito está constituido por un conjunto de símbolos, incluidos los gestos y las palabras pronunciadas, dado que, en última instancia, los ritos son símbolos «puestos en acción» o, dicho en otros términos, todo gesto ritual es un símbolo «actuado». Desde el punto de vista iniciático, los ritos están destinados, entre otras cosas, a servir de motivo de apoyo a la meditación. Uno de los múltiples ejemplos de esto son las llamadas “pruebas” o viajes de iniciación en la masonería. Como certeramente explica Guénon, “si estas pruebas estuvieran destinadas a mostrar si un candidato a la iniciación posee las cualidades requeridas, serían muy ineficaces, pues aquel que es admitido a sufrirlas ya debe haber sido reconocido por otros medios más adecuados, como bien y debidamente cualificado; es menester pues que se trate de algo muy diferente; constituyen una enseñanza que se da bajo una forma simbólica, y que está destinada a ser meditada ulteriormente”. Advierte Guénon de la diferencia entre rito y ceremonia. Mientras que el rito de orden realmente tradicional implican necesariamente un elemento «supra-humano», las ceremonias, al contrario, son algo puramente humano cuyos efectos son exclusivamente «psicológicos» o sentimentales. El rito, tanto de orden exotérico como iniciático, lleva su eficacia en sí mismo dado que se basa en leyes tradicionales que no dejan ningún margen a la fantasía o a la arbitrariedad. Como es sabido, hay formas iniciáticas como la Masonería en las cuales el trabajo colectivo en los Talleres tiene un lugar preponderante. Ciertamente, la Logia no es solo la mera reunión de individuos considerados en su modalidad física, sino que comprende también la «entidad psíquica» colectiva, impropiamente denominada «egregor». Ahora bien, lo «colectivo» no puede rebasar jamás dominio individual, dado que no es más que una resultante de las individualidades que lo componen. Como mucho, podría suponer una suerte de «ensanchamiento» de la individualidad que ofrecería algunas ventajas a los miembros de una colectividad que pudieran utilizar esa fuerza sutil constituida “por los aportes de todos sus miembros pasados y presentes”. En todo caso, es importante destacar que nada de esto tiene que ver con la influencia de orden espiritual, dado que, por su propia naturaleza supraindividual, y, por tanto, supracolectiva, las simples individualidades quedan rebasadas. En definitiva, el concepto de influencia espiritual nos remite al de «presencia» espiritual, es decir, a la Shekinah de los judíos o al Espíritu Santo de los cristianos.

 

Meditación y Realización Espiritual  

     En diversos escritos Guénon señala que el individuo, como tal, no puede alcanzar el conocimiento de lo que está más allá del dominio individual. La obtención de este conocimiento es posible porque el hombre “es también otra cosa al mismo tiempo”. El hombre, en tanto que hombre y por sus medios humanos, no puede rebasarse a sí mismo, “pero el ser que aparece en este mundo como un hombre es, en realidad, algo muy diferente por el principio permanente e inmudable que le constituye en su esencia profunda”. Precisamente, el acceso a ese conocimiento supraindividual es lo que se denomina “vía iniciática”. O dicho en otros términos; “Todo conocimiento que se puede llamar verdaderamente iniciático resulta de una comunicación establecida conscientemente con los estados superiores”. De ahí que el método iniciático trata esencialmente de "ir más allá del pensamiento". 

     El conocimiento ordinario implica la existencia de un sujeto que conoce, un objeto que es conocido, y un acto de conocer. Además, dicho conocimiento es de naturaleza sensible porque proviene de la interpretación que hace el pensamiento a través de los sentidos, es decir, es un conocimiento mediato y, por tanto, imperfecto dado que “no hay conocimiento verdadero sino en tanto que implica una identificación del sujeto con el objeto, o, si se prefiere considerar la relación en sentido inverso, una asimilación del objeto por el sujeto”. En consecuencia, “no hay otro conocimiento verdadero que el conocimiento intelectual puro... que nos permite penetrar en la naturaleza misma de las cosas”. A estos efectos, el conocimiento obtenido por la intuición intelectual, contemplación o la meditación pura “constituye un conocimiento inmediato que se opone al conocimiento discursivo y mediato del orden racional. La intuición intelectual es incluso más inmediata aún que la intuición sensible, ya que está más allá de la distinción del sujeto y del objeto que esta última deja subsistir; es a la vez el medio del conocimiento y el conocimiento mismo, y, en ella, el sujeto y el objeto están unificados e identificados”. En un tal estado, “conocer y ser no son en el fondo más que una sola y misma cosa; son, si se quiere, dos aspectos inseparables de una realidad única, aspectos que, verdaderamente, ya no podrían distinguirse siquiera ahí donde todo es sin dualidad”. Y precisamente debido a que el conocimiento inmediato o de orden transcendente es, en sí mismo, incomunicable e inexpresable, el lenguaje, que es esencialmente analítico y propio del pensamiento discursivo y racional, debe ceder el paso a la meditación en los símbolos para servir de punto de apoyo a la intuición intelectual como «soporte» de la influencia espiritual.

 

      

Idealización del aprendiz masón, con el sigo de fe, sentado sobre piedra rodeado de una guirnalda de acacia y estrella radiante

 

       

 

 

La práctica de la Meditación Pura en Masonería. 

    Palabras como “místico”, del término griego mystikos, al igual que «mito» o «misterio», mustêrion, o silencio, mueô, lo referente a los misterios (ta mystika), es decir, a las ceremonias mistéricas, el iniciado (mystes), el adverbio mystikos (secretamente), derivan del verbo myo. Este verbo se origina del sonido onomatopéyico derivado de la acción de cerrar fuertemente los labios para no articular sonido alguno. Por tal motivo, tradicionalmente, la palabra “mística” o “misticismo” era la “ciencia del misterio”, la “ciencia de los iniciados” y, más expresivamente, la «disciplina del silencio», entendiendo por silencio o secreto no solo aquella “experiencia” espiritual que, por su propia naturaleza, es «inexpresable» e «incomunicable», sino también un cierto método y técnica para facilitar el paso de la meditación en formas y objetos hacia la meditación pura o contemplativa, es decir, exenta de pensamientos.  

    Guénon señaló que uno de los prejuicios «moralistas» del hombre profano ocasionados por su irrefrenable y exagerada necesidad de acción, era el de considerar el trabajo como un fin en sí mismo y que, por tanto, «su felicidad consiste en la acción misma». Esto, que no es sino una forma más de agitación física y mental, ha derivado en la actitud antitradicional de “despreciar la contemplación, que se quiere asimilar a la ociosidad, mientras que, antes al contrario, la contemplación es en realidad la actividad más alta concebible”, máxime cuando la acción separada de la contemplación no puede ser más que ciega y desordenada. La recta acción, el «no-actuar», el estado contemplativo, nada tienen que ver con el quietismo, la indiferencia o la pasividad en su sentido más vulgar. Por el contrario, desde el punto de vista iniciático. A estos efectos, la enseñanza iniciática no es más que una preparación del individuo que le disponga en la actitud mental e intelectual necesaria para llegar a adquirir el verdadero conocimiento iniciático. La menor parcela de conocimiento efectivo vale incomparablemente más que todos los razonamientos que proceden de la mente. Y aunque parezca paradójico, en última instancia, desde el punto de vista de la realización espiritual, el conocimiento a través del pensamiento, la meditación en objetos y formas, no es más que una etapa previa o preparatoria para emprender la meditación pura, es decir, la contemplación. Para que esta tenga lugar es necesario “orientar la conciencia a lo interior, haciéndola que pase gradualmente a otros estados cada vez más profundos, hasta finalmente llegar, después de haberse librado así de todas las limitaciones contingentes, a alcanzar el mismo centro del ser, donde reside el verdadero sí mismo”. Esto es descrito simbólicamente como una transferencia de la consciencia desde el «cerebro» al «corazón»; “para esta transferencia, toda especulación y toda dialéctica, evidentemente, ya no podrían ser de ninguna utilidad; y es a partir de ahí únicamente cuando es posible hablar verdaderamente de iniciación efectiva”. En caso contrario; “Aquel que se aferra al razonamiento y no se libra de él en el momento requerido, permanece prisionero de la forma, que es la limitación por la que se define el estado individual”. La superación de la dualidad sujeto-objeto (conocedor-conocido) es una forma superior de cognición específica de los estados de no-dualidad; “Allí donde no hay dualidad, no hay necesariamente ninguna constricción, y eso basta para probar que la libertad es una posibilidad, desde que resulta inmediatamente de la no dualidad, que está evidentemente exenta de toda contradicción”. Con esto no defiende Guénon ninguna forma de “irracionalismo” o de «racionalismo». Si bien, de una lado, la razón no es nada más que una facultad específicamente humana e individual, el hombre tiene la capacidad de transcenderla y acceder a otras modalidades de conocimiento que, no por eso son «irracionales», sino rigurosamente «supraracionales» o de orden metafísico. Ahora bien, lo suprarracional no deja por eso de ser inteligible en sí mismo. No hay nada incognoscible o ininteligible, solo hay cosas actualmente incomprehensibles o inconcebibles para el hombre en tanto que ser condicionado. 

     Empleando el simbolismo, se puede decir que el paso del «exterior» al «interior», equivale al paso de la multiplicidad a la unidad, de la circunferencia al centro, en donde, restaurado el «estado primordial», el hombre puede elevarse a estados superiores y tomar posesión o hacer efectiva su verdadera esencia inmortal. En la enseñanza masónica, se explica que durante la construcción del Templo no se escuchó ruido de metales (I Reyes, 6,7), que en los altares “no pueda encontrarse nada metálico” o que uno debe entrar en su interior “despojado de todos los metales”. Con independencia de interpretaciones históricas o moralistas de ello, desde el punto de vista metafísico, ello se refiere, como también señaló el Maestro Eckhart en uno de sus sermones (Intravit Iesus in templum) a la desidentificación con los pensamientos, al proceso de liberación de la mente que caracteriza el paso de la meditación a la contemplación; el Templo ha de estar vacío de formas e imágenes, es decir, exento de pensamientos, para que aparezca la Divinidad y pueda ser contemplada. Se trata de conducir al aprendiz a un estado de simplicidad comparable al de la materia prima a fin de que sea apto para recibir la vibración del Fiat Lux iniciático eliminando o desbastando todos los obstáculos y adherencias procedentes del mundo profano. Por eso, frente a la interpretación “moralista” y racionalista que hacen la mayoría de los masones, el momento culminante del rito de iniciación no consiste en “ver la Luz” de la Razón (la tolerancia, la fraternidad, etc.), sino en ver la Luz (“el rostro”) de Dios, al menos simbólica o virtualmente. Esta ascesis, éxtasis, anonadamiento, rapto o como quiera llamárselo, es el verdadero objetivo de la iniciación, y su toma de posesión, estabilización o consolidación, el fin de la vía espiritual. Como diría Guénon; la conquista de la Luz divina es la única esencia de toda espiritualidad. El acceso a la maestría masónica supone el paso «from square to arch», de la escuadra al compás o también «del triángulo al círculo», de las figuras rectilíneas y las figuras circulares, es decir, el paso de la Tierra (paramentos verticales) al Cielo (cerramientos horizontales o abovedados). Desde el punto de vista “corporativo” equivalía al dominio de la técnica del diseño y construcción de techos, arcos y bóvedas, pero en su sentido “operativo” se refiere al paso del estado humano (Tierra), a los estados suprahumanos (los Cielos), es decir, el paso los «misterios menores» a los «misterios mayores». Más concretamente, desde el punto de vista de la realización efectiva, el paso de la escuadra al compás equivale al dominio de la mente, es decir, el fin de la meditación en los símbolos y el comienzo de la meditación pura o contemplativa tal y como es mostrada en el Corpus Hermeticum o en los escritos de Platón, Plotino, Evagrio póntico, Dionisio Areopagita, San Agustín, San Anselmo, San Bernardo de Claraval, Hugo y Ricardo de San Víctor, San Buenaventura, el anónimo autor de La Orientación Particular y La nube del Desconocimiento, Maestro Eckhart, H. Herp., Hugo de Balma, San Juan de la Cruz, Nicolás de Cusa, Miguel de Molinos, etc., etc. Ciertamente, esto no supone convertir a la Masonería en una orden contemplativa, sino más bien reafirmar que la Masonería, en cuanto Orden Iniciática, comprende también una vía abierta a los “Misterios Mayores”, es decir, hacía la realización de los estados superiores y culminación de la Gran Obra. Esto es mostrado más claramente en el ritual del llamado cuarto grado masónico (Arco Real) y concretamente en el simbolismo de la piedra clave de bóveda desechada por los constructores y arrojada a los escombros. El destino de esa piedra solo puede ser comprendido por aquellos constructores que han pasado “de la escuadra al compás” y que poseen la ciencia de colocar o retirar la piedra de la bóveda para “entrar” (o “salir”) al interior del verdadero Templo-cosmos (la cripta subterránea que ha sobrevivido a las destruccicones cíclicas), en donde el maestro masón se encuentra finalmente con la visión de la faz de Dios.  

     Este itinerario espiritual queda reflejado en los tres cuadros o trazados de Logia que representan respectivamente los grados de aprendiz, compañero y maestro; el aprendiz entra en el primer recinto del templo burilando la piedra bruta hasta que, como compañero, “subía por una escalera de caracol” al segundo recinto (1 Reyes 6.8), desde el que, ya como maestro, accedía al tercer recinto, el Sancta Sanctorum, que permanecía protegido de la indiscreción de los profanos por una espesa nube, “porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (1 Reyes 8.11). El masón debidamente cualificado conoce perfectamente el sentido de estos trazados de Logia y la finalidad del método de interiorización que en ellos se señala, que no es otro que el de contemplar la “faz de Dios” tras haber “muerto” (como el maestro Hiram Abí) al mundo, pues, ciertamente, no se puede ver el rostro de Dios y seguir “vivo” (Éxodo 33, 20). Por eso, el método de realización masónica por excelencia no es el trabajo colectivo o ritualístico (éste no es más que coadyuvante); por el contrario, el verdadero método a seguir (με'oδoς; camino) es, en última instancia, la vía del desasimiento o desapego a través de la renuncia a la apropiación del resultado de las obras (el verdadero trabajo a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo) y la meditación personal; el ascenso por la escalera de caracol se efectúa solitariamente y sin mirar atrás. Y en el Sancta Sanctorum, donde mora la nube que encubre la presencia de Dios, se entra solo (San Pablo, Heb. 9,7). 

     Se entenderá ahora la razón de que Guénon concediera un valor relativo a las investigaciones históricas como medio de contribuir a restaurar el sentido iniciático de la Masonería dado que, como la Iniciación es la transmisión de una influencia espiritual comunicada a través de una “cadena” ininterrumpida hasta el "estado primordial" mismo, no era necesario “buscar históricamente el origen de la iniciación, ni el origen de los oficios, de las artes y de las ciencias, considerados en su concepción tradicional” dado que todos derivan igualmente del “estado primordial”. O dicho en otros términos, para quien ha pasado de la iniciación virtual a la realización o posesión efectiva de ese “estado virtual” y está cualificado para transmitir esa influencia espiritual, no hay “historia” ni “tiempo”, sino el Ahora del eterno presente. Y tampoco hay espacio porque se está en el invariable centro o medio, desde donde se presencian los acontecimientos sin ser afectado por ellos (la cámara del medio a la que solo acceden los verdaderos Maestros Masones). Para quien ha encontrado la Palabra Perdida y se encuentra en ese lugar aespacial y atemporal, tanto da afirmar que se es un eslabón más de la cadena iniciática, como verificar que la cadena arranca siempre en el “aquí” y “ahora”, en el Verbo Innominado que constituye el Sagrado Nombre del Gran Arquitecto del Universo. 

     Extractado de; E. Doravâl, “Estudio introductorio” a René Guenón, Arte Real. Misterios de la Masonería, Madrid, 2008, pp. 9-42.

 

 

        

  

 

 

 

    

        

  

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