ALGUNAS NOCIONES
SOBRE LO QUE SE HACÍA EN LAS LOGIAS MASÓNICAS
Como en toda corporación de origen gremial, los fines de la masonería se
encaminaban a amparar y auxiliar a sus propios miembros y a sus
familias, y a ejercitar la fraternidad con el prójimo. Un sacerdote
masón procesado en 1745 por la Inquisición de Sevilla, Juan Bautista
Massuco, confesaba que la masonería enseñaba “Que a todos los
hermanos, aunque fuessen pobres, tratasse como si verdaderamente
fuessen hermanos, favoreciendo y socorriéndoles como principal encargo
de la Hermandad. Que también lo era portarse en adelante como hombre
de bien, guardándose de cometer acciones vajas” (Archivo Histórico
Nacional, Inquisición, legajo 3736, nº 149). Sin embargo, lo
cierto es que para subvenir a este fin benéfico-asistencial no eran
necesario tanto rito, secretismo, símbolo, grados, etc. Por tanto, era
evidente que la masonería cumplía otros fines complementarios.
¿Qué hacían los masones en sus reuniones? ¿Cuál era el método de trabajo
que tanto atraía a las gentes de la época? ¿Qué extrañas ceremonias
practicaban en sus Tenidas? ¿Qué misterioso simbolismo se encubrían
bajo tanto adorno? No es difícil contestar a esta pregunta habida
cuenta de que los propios masones, desde el siglo XVIII, han
protagonizado la sorprendente divulgación de sus usos, costumbres y
rituales y también han publicado numerosos estudios sobre la
interpretación de sus símbolos. Otro masón interrogado por el Santo
Oficio de Lisboa, el comerciante Lamberto Bolanger, confesó en 1743
que “en aquella congregación cada cual vivía en su ley y que allí no
se trataba de materia de religión, ni contra el rey, no habiendo oído
decir nada en contrario”. Y el médico Nicolas Bresson, interrogado en
1754 por la Inquisición lisboeta, afirmó que la masonería no era “en
modo alguno contraria a la fe, al príncipe o a las buenas costumbres”
y que los signos manuales de reconocimiento eran un medio “por el que
viajando se reconocían mutuamente y que en caso de necesidad
encontraban socorro mutuo... porque el principio de la sociedad de los
masones era la caridad fraternal”, y que en logia, “si a alguno se le
escapaba cualquier palabra inmodesta, estaría obligado a pagar la
primera vez cuarenta sueldos... y a la tercera sería expulsado de la
asociación y se advertiría de su conducta a los de otras logias para
que no fuera admitido en ninguna de ellas”.
De todo ese material publicado, podemos deducir qué hacían los masones
cuando se reunían periódicamente en la logia. Por ejemplo, sabemos que
tal recinto había de tener la forma de un rectángulo cuya longitud era
el doble de su anchura y, a imitación de las logias operativas de los
constructores de catedrales, estaba orientado (simbólicamente) al modo
tradicional; la puerta se encontraba orientada hacia occidente; el
Venerable se situaba en el oriente (de donde procede la luz); los
aprendices se sentaban en el lado norte (el lugar menos iluminado), y
los compañeros y maestros en el lado sur. Pero el masón no consideraba
que la logia fuera sólo una imitación de la existente en el templo de
Salomón. También era una representación tanto del cosmos, como del
alma del hombre, sede de intensos procesos psicológicos, mentales y
espirituales. Así, en el libro “Masonry disected” (1730), se explica
que la logia abarca todo el espacio de este a oeste, de norte a sur, y
una altura de “innumerables pulgadas, pies y yardas, tan alta como los
Cielos” y una profundidad tal que llega “hasta el Centro de la
Tierra”, es decir, que no tenía límites porque abarcaba todo el
Universo. Y el manuscrito Essex (circa 1750) asimilaba la logia al
interior del corazón, dado que a la pregunta; “¿Qué es una logia
perfecta?”, se responde; “El interior de un corazón sincero”.
A partir del momento en que se abrían los trabajos y se encendían las tres
velas situadas en medio de la logia, todo acto, gesto o palabra
quedaban sometidos a un estricto protocolo cuya finalidad se
encaminaba a disciplinar la mente, evitar las fricciones entre los
miembros de logia y aprender el arte de la convivencia y tolerancia
fraternal. Pero en última instancia, el rito señalaba un cierto camino
para que el masón aprendiera a “despojarse de los metales profanos”,
encontrara la “Palabra perdida”, es decir, el nombre misterioso y
sagrado de Dios y, finalmente, viera la “luz” (lo que quiera que ello
significara para cada masón). A tal efecto, se le proponía todo un
programa iconográfico fundamentalmente basado en el simbolismo
constructivo, que le debía llevar a trabajar y pulir su piedra bruta
hasta convertirla en una piedra tallada y apta para ser colocada en el
templo. Así, por ejemplo, al entrar en la logia, eran diversos los
símbolos que adornaban el techo, las paredes y el suelo. Entre los más
importantes se encontraban las llamadas Tres Grandes Luces
depositadas sobre la mesa o altar de los juramentos; la Escuadra (la
Tierra), el Compás (el Cielo) y el Volumen de la Ley Sagrada (la
Biblia). En la pared oriental se situaba el Delta o Triángulo con el
“ojo que todo lo ve”, emblema de origen cristiano consistente en un
triángulo con un vértice hacia arriba que contenía el ojo de Dios, o
el Tetragrama hebreo (o la versión abreviada de las tres yod). También
podía observarse la letra G, inicial tanto de la palabra “Geometría”,
como de “God” (Dios en inglés), o de la inicial de Yahvé (al asociar
fonéticamente “yod” y God). Dicha letra “G” aparecía colgada del
centro del techo (como símbolo de la Estrella Polar) soportando una
plomada que representaba el axis mundi. También era visible una
cuerda con doce nudos que rodeaba la parte superior de la logia y que
tenía su origen en el cordel con el que los masones operativos
delimitaban o encuadraban el perímetro de un edificio antes de su
construcción. Semejantemente, esa cadena o cordel situado en lo alto
de las paredes de la logia, junto al techo azulado, simbolizaba el
marco celeste o envoltura que rodea, une y protege el cosmos. Los
nudos correspondían a los signos del Zodíaco, y en la medida en que
servían para atar y unir, eran también lazos de amor. El suelo
jaquelado enseñaba la dualidad del mundo en contraposición al color
azul que decoraba el techo.
La asistencia a la
reunión de la logia requería de una uniformidad en el vestir y un
cierto aparato que solemnizara el acontecimiento. En 1777 la
Inquisición de Sevilla informaba que en las reuniones masónicas están
“todos los congregantes dispuestos con sus delantales y guantes
blancos, observando una seria circunspección y silencio notable…
[llevando] al cuello cintas anchas azules, y de ellas pendientes
ynstrumentos pequeños de oro (llamados libella et linea plumbi), con
delantales blancos, forrados de tafetán azul, y bordados, y a la
cintura colgados los mismos ynstrumentos, y en sus manos martillos de
madera”.
Para que se
celebrara la reunión era necesaria la presencia de al menos siete
maestros masones que desempeñasen los oficios o funciones esenciales
de toda logia y que, por lo general, eran renovados anualmente. Tales
eran y son; Venerable Maestro, Primer Vigilante, Segundo Vigilante, Orador,
Secretario, Maestro de Ceremonias (Diácono) y Guardatemplo. El
Venerable Maestro dirige y preside los trabajos de la logia desde la
cátedra del rey Salomón. El Primer Vigilante, situado en la
columna del sur, es el encargado de la enseñanza y tutela de los
masones que han alcanzado el grado de compañero. El Segundo Vigilante,
cuyo sitial se sitúa en la columna del norte, es el responsable de la
enseñanza y tutela de los aprendices masones. El hermano Orador es el
custodio de la ley masónica y el encargado de informar al Venerable
maestro de las normas deontológicas y administrativas que rigen la
Obediencia y la logia. El hermano Secretario levanta acta de las
reuniones y custodia la documentación de la logia. El Maestro de
ceremonias, acompañado de su báculo, vigila la correcta observancia
del rito y lo lleva a cabo siguiendo las indicaciones del Venerable
Maestro, y acompaña a los hermanos que precisen desplazarse por la
logia siguiendo siempre el sentido solar (como las agujas del reloj).
Finalmente, el Guardatemplo, situado en la entrada, vela para que la
logia “esté a cubierto”, es decir, a salvo de la indiscreción de los
profanos.
El orden del día también estaba tasado a fin de que la Tenida se produjera
con normalidad bajo la dirección del Venerable maestro. Tras una
oración inicial, abiertos los trabajos a la Gloria del Gran Arquitecto
del Universo, se sucedían los temas a tratar. Se debatía, por ejemplo,
la solicitud de ingresos de nuevos candidatos, o el “aumento de
salario” de los miembros del taller, es decir, el pase de los
aprendices y compañeros a un grado superior y, sobre todo, los
proyectos de beneficencia. Si alguna proposición había de ser votada,
se circulaba la urna de balotage. También se pasaba el saco
de proposiciones para que se depositaran nuevas planchas en
interés de la logia, y el tronco (o saco) de la Viuda, en el
que se introducían los donativos destinados a obras de beneficencia.
Si la logia no tenía prevista una ceremonia de iniciación o de aumento
de salario (que ocuparía todo el tiempo de la Tenida), se procedía a
la lectura de planchas. Uno de los puntos más celebrados era,
precisamente, la lectura de trabajos (llamados planchas). El hermano
procedía a su lectura o discurso. Como los temas religiosos y
políticos estaban terminantemente prohibidos, se trataban cuestiones
de variada índole sobre filosofía, simbolismo, arte, historia,
virtudes morales, esoterismo, etc. Cuando el hermano concluía la
exposición de su plancha, el Venerable maestro concedía la palabra en
ambas columnas (en la de norte se sientan los aprendices, y en la de
sur los compañeros y maestros), teniendo en cuenta que los aprendices
no pueden intervenir porque, como recién nacidos y sometidos al
deber de oir, ver y callar, “no saben hablar, sólo saben deletrear”.
Respecto a los compañeros, al estar todavía sometidos a tutela, debían
medir bien sus palabras y se consideraba signo de prudencia hablar
poco. Todo era ceremonioso; un maestro hacía una señal para pedir la
palabra al Primer Vigilante, éste lo comunicaba al Venerable maestro.
Si era concedida, el Primer Vigilante, se dirigía al peticionario para
que “trabajara”. Entonces, se levantaba y se ponía “al orden”
ejecutando el signo manual propio del grado. Tal posición hierática
“al orden” tenía la finalidad de evitar que las manos ejecutasen
gestos inconscientes de rechazo hacia las opiniones de otros hermanos,
o pudieran ser interpretados por los demás como tales. En todo momento
se dirigía sólo al Venerable maestro, pues no estaba permitido
intercambio de palabra alguna entre los asistentes. Todos se llamaban
entre sí “hermanos”. De esta manera tan disciplinada y protocolaria,
el masón aprendía a expresarse, a escuchar y a debatir
respetuosamente. Razón tenía el conde Joseph de Maistre al comentar en
1782 al Gran Maestro de su Obediencia; “Es inconcebible el influjo que
las formas y aparato de las ceremonias pueden llegar a tener hasta en
los hombres más equilibrados, impresionándolos y sirviendo para
mantenerlos en orden (…) Pero, por no hablar sino de nosotros, treinta
o cuarenta personas, silenciosamente alineadas a lo largo de las
paredes de una cámara tapizada de negro o de verde, diferenciadas
asimismo por singular ropaje y no hablando sino con permiso, razonarán
sabiamente sobre cualquier objeto que se les proponga. Quitad las
colgaduras y los hábitos, apagad de nuevo la vela, permitid que se
desplacen solos de los asientos y veréis a esos mismos hombres
precipitarse unos sobre otros, dejar de entenderse, hablar de la
actualidad y de las mujeres”.
Cuando ya ningún masón pedía la palabra y reinaba el silencio en el
taller, se pasaba al siguiente punto del orden del día. La Tenida
concluía tras formarse la cadena de unión por todos los asistentes
situados en el centro de la sala entrelazando sus manos para
simbolizar la Unidad a través del cemento del amor fraternal. El
Venerable recitaba algún texto específico o invitaba a algún sodal a
que improvisara algunas palabras. Si no, era usual entonar alguna
canción. Recordemos que el masón Mozart compuso la cantata
“entrelacemos las manos” (Lasst uns mit geschlungnen Händen, opus
623ª) precisamente para ser interpretada en este momento de la Tenida
masónica.
Apagadas las velas y cerrados los trabajos rituales, los miembros de la
logia celebraban un ágape en una sala contigua. Tal banquete
fraternal, servido por los aprendices, también quedaba sometido a un
protocolo que, por ejemplo, determinaba el orden de colocación en la
mesa, o la forma de tomar la palabra, siempre con la venia del
Venerable maestro, procurando exponer las propias ideas sin imponerse
a los demás. Un sacerdote masón, el padre José Augusto, confesaba en
1743 ante la Inquisición de Sevilla, que la masonería “se reducía a
considerar al hombre secundum se, en su ser natural, y a que
sólo era hombre, sin importar que fuese Papa, Rey, sacerdote,
religioso ni de otro estado, ni oficio, porque una vez que fuese
francmason, aunque fuera monarca, dava la mano a un albañil, porque
eran todos iguales en quanto hombres, y que en prueba de esto el Duque
de Baviera le havía al reo servido en la mesa quando entró
francmasón”. Durante el ágape, aunque las conversaciones eran más
libres y distendidas, seguía siendo obligatorio no tocar asuntos
políticos o religiosos. Se leían poemas, se entonaban canciones, se
hacían chanzas, se brindaba. A este respecto, era obligatorio brindar
en homenaje a determinadas personas según un orden fijo e inamovible
que variaba según los ritos. Usualmente, los brindis se realizaban de
pie y bajo la dirección del maestro de ceremonias siguiendo este
orden: 1º: por el rey (el Jefe del Estado). 2º por todos los monarcas
o soberanos (Jefes de Estado) que amparan y protegen la masonería. 3º
por el Gran Maestro de la Obediencia. 4º por el Gran Maestro
Provincial. 5º por todos los masones desgraciados (brindis del
Retejador). Este último prolongaba una fórmula cuyo antecedente remoto
se encuentra en el libro “Ahiman Rezon” publicado en Londres en 1756
por Laurence Dermott, Gran Secretario de la Gran Logia de los
“antiguos”. Dice así; “Por todos los masones, pobres o en la
desolación, que están esparcidos sobre la superficie de la Tierra o
por los mares, por un pronto alivio a sus males y un rápido regreso a
su país natal, si así lo desean”. Además de estos brindis reglados, se
podían proponer otros en honor de algún hermano visitante, del
Venerable maestro del taller, etc.
En resumen, como afirma el profesor y sacerdote jesuita Ferrer Benimeli:
“La masonería se puede considerar, pues, desde su nacimiento, como una
escuela de formación humana que, abandonadas completamente las
enseñanzas técnicas de la construcción, se transforma en una
asociación cosmopolita que acoge en su seno a hombres de diferente
lengua, cultura, religión, raza e incluso convicciones políticas, pero
que coinciden en el deseo común de perfeccionarse por medio de una
simbología de naturaleza mística o racional, y de prestar ayuda a los
demás a través de la filantropía y la educación”.
Extractado de: Javier Alvarado Planas, Masones
en la nobleza de España, Madrid, 2016, pp. 31-38.
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