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LOS LÍMITES DE LA MENTE
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La visión
extática de la escala descrita por Jacob en el Génesis 28, 12 es
el tema de la plancha del grado de aprendiz |
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Es necesario insistir en la mentalidad necesaria para la
adquisición del conocimiento iniciático, mentalidad completamente
diferente de la mentalidad profana, y a cuya formación contribuye
enormemente la observación de los ritos y de las formas exteriores
en uso en las organizaciones tradicionales, sin perjuicio de sus
demás efectos de un orden más profundo. Pero es menester
comprender bien que en eso no se trata más que de una etapa
preliminar, que no corresponde más que a una preparación todavía
completamente teórica, y no de la iniciación efectiva. En efecto,
hay lugar a insistir sobre la insuficiencia de la mente al
respecto de todo conocimiento de orden propiamente metafísico e
iniciático; estamos obligados a emplear este término de «mente»,
preferentemente a cualquier otro, como equivalente del término
sánscrito manas, porque se vincula a él por su raíz; por
«mente» entendemos, por consiguiente, el conjunto de las
facultades de conocimiento que son específicamente características
del individuo humano, y de las que la principal es la razón.
Hay que distinguir entre la razón, facultad de orden puramente
individual, y el intelecto puro, que es al contrario
supraindividual. Las verdades metafísicas no pueden ser concebidas
más que por una facultad que ya no es del orden individual, y a la
que el carácter inmediato de su operación permite llamar
intuitiva, pero, bien entendido, a condición de agregar que no
tiene absolutamente nada en común con lo que algunos filósofos
contemporáneos llaman intuición, facultad puramente sensitiva y
vital que está propiamente por debajo de la razón, y no ya por
encima de ella. Así pues, para mayor precisión, es menester decir
que la facultad de que hablamos aquí es la intuición intelectual,
cuya existencia niega la filosofía moderna porque no la ha
comprendido, a menos que haya preferido ignorarla pura y
simplemente; también podemos designarla como el intelecto puro,
siguiendo en eso el ejemplo de Aristóteles y de sus continuadores
escolásticos,
En efecto, puesto que todo conocimiento es esencialmente una
identificación, es evidente que el individuo, como tal, no puede
alcanzar el conocimiento de lo que está más allá del dominio
individual, lo que sería contradictorio; este conocimiento sólo es
posible porque el ser que es un individuo humano en cierto estado
contingente de manifestación es también otra cosa al mismo tiempo;
sería absurdo decir que el hombre, en tanto que hombre y por sus
medios humanos, puede rebasarse a sí mismo; pero el ser que
aparece en este mundo como un hombre es, en realidad, algo muy
diferente por el principio permanente e inmudable que le
constituye en su esencia profunda. Todo conocimiento que se puede
llamar verdaderamente iniciático resulta de una comunicación
establecida conscientemente con los estados superiores.
El conocimiento directo del orden transcendente, con la certeza
absoluta que implica, es evidentemente, en sí mismo, incomunicable
e inexpresable; puesto que toda expresión es necesariamente formal
por definición misma, y por consiguiente individual, le es por eso
mismo inadecuada y no puede dar de él, en cierto modo, más que un
reflejo en el orden humano. Este reflejo puede ayudar a algunos
seres a alcanzar realmente este mismo conocimiento, al despertar
en ellos las facultades superiores, pero, como ya lo hemos dicho,
no podría dispensarles de ninguna manera de hacer personalmente lo
que nadie puede hacer por ellos; es sólo un «soporte» para su
trabajo interior. Hemos explicado precedentemente que los
símbolos, por su carácter esencialmente sintético, son
particularmente aptos para servir de punto de apoyo a la intuición
intelectual, mientras que el lenguaje, que es esencialmente
analítico, no es propiamente más que el instrumento del
pensamiento discursivo y racional. Es menester agregar también que
los símbolos, por su lado «no humano», llevan en sí mismos una
influencia cuya acción es susceptible de despertar directamente la
facultad intuitiva en aquellos que los meditan de la manera
requerida; pero esto se refiere únicamente a su uso en cierto modo
ritual como soporte de meditación, y no a los comentarios verbales
que es posible hacer sobre su significación, y que, en todo caso,
no representan de ellos más que un estudio todavía exterior
Esta preparación teórica, por indispensable que sea de hecho, no
tiene en sí misma, sin embargo, más que un valor de un medio
contingente y accidental, ya que un tal conocimiento, simplemente
teórico, sólo es por la «mente», mientras que el conocimiento
efectivo es «por el espíritu y el alma», es decir, en suma, por el
ser todo entero.
Mientras el conocimiento sólo es por la mente, no es más que un
simple conocimiento «por reflejo», como el de las sombras que ven
los prisioneros de la caverna simbólica de Platón, y por
consiguiente un conocimiento indirecto y completamente exterior;
pasar de la sombra a la realidad, aprehendida directamente en sí
misma, es pasar propiamente del «exterior» al «interior», y
también, desde el punto de vista donde nos colocamos más
particularmente aquí, de la iniciación virtual a la iniciación
efectiva. Este paso implica la renuncia a la mente, es decir, a
toda facultad discursiva que en adelante ha devenido impotente,
puesto que no podría rebasar los límites que le impone su
naturaleza misma; únicamente la intuición intelectual está más
allá de esos límites, porque no pertenece al orden de las
facultades individuales. Esta renuncia no quiere decir de ninguna
manera que el conocimiento de que se trata entonces sea en cierto
modo contrario u opuesto al conocimiento mental, en tanto que éste
es válido y legítimo en su orden relativo, es decir, en el dominio
individual; no se podría repetir demasiado, para evitar todo
equívoco a este respecto, que lo «supraracional» no tiene nada en
común con lo «irracional».
Empleando aquí el simbolismo tradicional fundado sobre las
correspondencias orgánicas, se puede decir que el centro de la
consciencia debe ser transferido entonces del «cerebro» al
«corazón»; para esta transferencia, toda «especulación» y toda
dialéctica, evidentemente, ya no podrían ser de ninguna utilidad;
y es a partir de ahí únicamente cuando es posible hablar
verdaderamente de iniciación efectiva.
Aquel que se aferra al razonamiento y no se libra de él en el
momento requerido, permanece prisionero de la forma, que es la
limitación por la que se define el estado individual; así pues, no
rebasará nunca ésta, y no irá nunca más allá del «exterior», es
decir, que permanecerá ligado al ciclo indefinido de la
manifestación. El paso del «exterior» al «interior», es también el
paso de la multiplicidad a la unidad, de la circunferencia al
centro, al punto único desde donde le es posible al ser humano,
restaurado en las prerrogativas del «estado primordial», elevarse
a los estados superiores y, por la realización total de su
verdadera esencia, ser al fin efectiva y actualmente lo que es
potencialmente por toda eternidad. Aquel que se conoce a sí mismo
en la «verdad» de la «Esencia» eterna e infinita, ese conoce y
posee todas las cosas en sí mismo y por sí mismo, ya que ha
llegado al estado incondicionado que no deja fuera de sí ninguna
posibilidad, y este estado, en relación al cual todos los demás,
por elevados que sean, no son realmente todavía más que etapas
preliminares sin ninguna medida común con él, este estado que es
la meta última de toda iniciación, es propiamente lo que se debe
entender por la «Identidad Suprema»
Extractado de: René Guénon, Apercepciones sobre
la Iniciación,
capítulo XXXII.
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