JUAN ANTONIO LLORENTE (1756-1823)
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Juan Antonio
Llorente (1756-1823), sacerdote católico, prolífico escritor muy
crítico con la Inquisición, Presidente de la Real Academia de la
Historia. No consta su pertenencia a la masonería
(Cuadro pintado por Goya en 1811) |
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Resulta en extremo curioso que una
organización tan antigua y nacida bajo principios tan humanitarios
como los de la fraternidad y la libertad, pudiera llegar a ser tan
temida y odiada. Hasta que se politizó y sus miembros anduvieron en
secretos y conspiraciones el fin de la masonería no era otro que el de
fomentar “la unión de los intelectuales europeos hecha por encima de
sus propios pueblos”. Pero la coincidencia de su credo con algunas de
las proclamas de la Revolución francesa, así como su extraño ritual y
la extrema tolerancia para aceptar católicos y protestantes en su
seno, determinó que fuera mirada con desconfianza.
La pertenencia de algunos
historiadores a partidos e ideologías bajo cuyos prejuicios
escribieron su obra, han condicionado su crédito. El caso de Menéndez
Pelayo es claro. Este afamado erudito, de forma incomprensible se
mostró simpatizante del Santo Oficio, y a pesar de tantas críticas que
recibió por ello no dio tregua a Llorente por su actitud anti-inquisitorial.
Por ejemplo, ya Santiago Ramón y Cajal juzgó a Menéndez Pelayo como
“prodigioso erudito y fogoso patriota”, pero no dejó de recriminarle
por “su catolicismo intransigente y sus alabanzas tácticas o
expresas del Tribunal de la Fe, que empañan a menudo la ecuanimidad de
su juicio; lunares, éstos que deslucen la asombrosa labor de la
Historia de los Heterodoxos” (vid. su obra “El mundo a los ochenta
años”, en Obras literarias completas, Madrid, 1950, p. 467).
Pues bien, en algunos pasajes
de su obra, Menéndez Pelayo acusa a Llorente de “clérigo liberal” y le
supone masón y “asalariado por la masonería…” (Heterodoxos, t.
VI. edic. Santander, 1948, p. 20). Se basa en un nefando
libro de Gallardo, al que paradójicamente juzga de “librejo
trabajosamente concebido”, “pobre y mentado de doctrina y rastrero de
intención”, para testificar dicha atribución, y lo hace a partir de un
párrafo en que Gallardo califica a los masones de “casta de pájaros”
(B. J. Gallardo: Diccionario crítico-burlesco, Madrid, 1836, p.
56).
En su tiempo formularon
también la adhesión de Llorente a la masonería algunas revistas como
“L´ami du Roi et de la Religion”, e hizo otro tanto el Padre Martínez
en su “Panario anti-llorentino” (Madrid, 1812). Pero quien lo asegura
con más firmeza es Vicente de la Fuente.
Llorente negó ser masón, como negó que
la sede de la Inquisición en Madrid sirviera como sede de la secta:
“Tengo esta noticia –dice- por falsa, pues las llaves de la casa
estaban en poder de un subalterno mío, incapaz de cederlas para este
fin”.
¿Era o no Llorente adepto a la
secta masónica? Aun aceptando principios tan filantrópicos y
respetables, seguramente pensaría que también podían practicarse desde
una ética religiosa. Anticipándose a sus enemigos ya dice: “…
alguno pensará tal vez que soy francmasón, y que defiendo mi propia
causa; pero padecerá equivocación [figs. 67/68/69]. No lo he sido ni
querido ser jamás, no por creerlo contrario a mi santa religión
católica, apostólica, romana, ni a la buena política de un gobierno
monárquico, pues no creo que la francmasonería se oponga a lo uno y a
lo otro; sino porque no me gusta ser miembro de una comunidad de la
cual no pueda escribirse y hablar libremente con los otros hombres…”
(Historia Crítica, t. II, p. 337).
Sus enemigos llegan incluso a
decir que él mismo confesó su pertenencia. Concretamente, que a los 26
años “contrajo alianza con los francmasones y protegido de éstos, el
rey le nombró canónigo…” (Anónimo, La Inquisición fotografiada,
Barcelona, 1874, p. 47).
También Hans Juretschke supone
que cuando Alberto Lista frecuentaba una logia de Zaragoza, “allí
coincidiría tal vez con Llorente” (Vida, obra y pensamiento de
Alberto Lista, Madrid, 1951, p. 75). También lo afirman Helefe,
Juderías, Goyena, Walsh, Martí Gilabert, etc. sin aportar pruebas.
Así pues, no está comprobada
la afiliación de Llorente a la masonería por más que otros muchos
clérigos amigos y colaboradores suyos, como Felipe Duro, José Salcedo
o el riojano Alonso del Prado, lo fueran durante el período
afrancesado. Tampoco hubiera significado gran cosa que perteneciera a
ella. En aquél período, ni siquiera las afirmaciones de Galiano, Toreno o el propio Llorente, dan pie para pensar que la masonería
contribuyera a sumir a España en la revolución.
Lo que sí sucedió es que algunos de sus
miembros utilizaron la sociedad para ciertos fines, no siempre
altruistas.
Extractado de: Francisco
Fernández Pardo, Juan Antonio Llorente, español “maldito”, San
Sebastián, 2001, pp. 764-768.
JUAN ANTONIO LLORENTE (1756-1823)
Trás
estudiar Gramática en Aldeanueva del Ebro y Filosofía en Tarazona
(1770-1773), se graduó de bachiller
en derecho por la Universidad de Zaragoza en 1776, obteniendo el
doctorado en derecho canónico en 1780. Un año antes se había ordenado
sacerdote, iniciando
su carrera eclesiástica; Vicario General interino de la diócesis de
Calahorra, Comisario del Santo Oficio en Logroño (1785). Bajo la
protección de la duquesa de Sotomayor, Dama primera y vicecamarera
mayor de la reina, fue nombrado Comisario del Santo Oficio en Madrid y
Secretario supernumerario de la Inquisición de la Corte. Abrazó las
ideas jansenistas
de algunos eclesiásticos de la época, como el Inquisidor General
Manuel Abad y la Sierra, a instancias del cual comenzó a trabajar
sobre la reforma del Santo Oficio. La caída de Abad y la represión
antijansenista de 1801 le enfrentó a la propia Inquisición, dirigida
ahora por Ramón de Arce que le privó de todos sus cargos. En 1803 el
Gobierno aprobó su plan de edición de Noticias históricas de las
tres provincias vascongadas (5 tomos desde 1806 a 1808).
Colaboró con el Gobierno de José Napoleón proponiendo un Reglamento
para la Iglesia española, la supresión de las órdenes monacales y
otras medidas tendentes a disminuir la jurisdicción e influencia del
Papa y su Nuncio en materias eclesiásticas nacionales. Por ello fue
nombrado Comisario General de Cruzada, Colector General de Depósitos y
Vacantes, Director de Bienes Nacionales, todo lo cual le dio ocasión
para acceder a los archivos del Consejo de la Suprema Inquisición,
información que completó con la investigación sistemática en otros
archivos eclesiásticos. Así publicó en 1812 el primer tomo de los
Anales de la Inquisición de España. En 1813 hubo de huir a Francia
en donde publicaría los cuatro tomos de la Historia crítica de la
Inquisición Española, que fue traducida casi de inmediato al
alemán, inglés, italiano y neerlandés. Pese a ser regalista y
episcopalista, su crítica hacia la Inquisición y más aun, contra Roma
(escribió un Proyecto de Constitución religiosa en 1819) supuso
la inclusión en los Indices romano y español de la mayor parte
de sus obras. Expulsado de Francia por sus actividades políticas
liberales, no pudo recuperarse del penoso viaje en pleno invierno,
falleciendo en Madrid un mes más tarde.
Extractado
de: Diccionario crítico de juristas, Zaragoza-Barcelona, 2005,
vol. I, pp. 477-480.
Su
biografía en: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Antonio_Llorente
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