“La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”, afirma, en su relato a Don Quijote y a la barberil y clerical compaña, la hermosa Luscinda, que, en hábito pastoril, pone en salvo su flor en la Sierra Morena, resguardándola de las fogosidades de un tan gentil como fastidioso Cardenio.
Componer y aliviar, he aquí dos de las gracias del ars musicae más dignas de ser tomadas en consideración a la hora de hablar sobre esta tercera columna, la de armonía, que, junto con las de Septentrión y Mediodía, configuró desde los comienzos de la Francmasonería los efectivos de la Logia.
Pues la expresión “columna de armonía” no se refería al principio al conjunto de piezas musicales interpretadas o escuchadas en el Templo masónico, sino a los HH.·. músicos encargados de la ejecución de las mismas.
Se impone, pues, en primer lugar, esbozar una breve historia de la amorosa relación entre música y Francmasonería.
A continuación, y dado que los Francmasones no asistimos a conciertos o recitales, sino a Trabajos, habrá que efectuar algunas apreciaciones al respecto de tal diferencia.
Finalmente, se extraen una serie de criterios de cara a que la música en nuestras Tenidas sea, como efectivamente lo es, un elemento simbólico de primer orden, que no empaña sino acompaña los diversos momentos y acciones del Rito.
Esbozo histórico
En primer lugar, hay que afirmar sin dudarlo que la música no es mero adorno –por tanto, prescindible llegado el caso-, sino que es esencial a la Francmasonería: el ritmo es ya música, tres golpes de mallete regulan nuestros Trabajos, conceden la palabra, nos llaman al orden, honran a visitantes especiales, expresan nuestras alegrías y duelos…
No es casualidad. No en vano, está documentado que los Masones modernos o especulativos adoptaron desde sus comienzos la música que, efectivamente, era disfrutada por los antiguos masones operativos, aquellos viejos cánticos en notación gregoriana que, entre las rotundidades y escuetos melismas del tetragrama, lograban acompasar piedra y alma, golpe de mallete con mordisco certero y atinado del cincel, discernimiento y arte.
Más tarde, el más laico estilo de los ministriles contribuía a celebrar, con cada cuerda pulsada como contrapunto al golpe de viento, los diferentes cuerpos de oficios de la construcción, entretejidos de notas y palabras íntimas, recordando el riguroso deber de secreto.
Más tarde, alrededor de 1649, tras la llegada al exilio francés de la reina Enriqueta de Inglaterra (esposa del decapitado Carlos I Estuardo) con toda su corte, se va desarrollando una música más específicamente masónica. En efecto, la reina viuda se rodeó, en el castillo de St. Germain-en-Laye, de adeptos a su causa, que se reconocían entre ellos por el título de “Hijos de la Viuda”. Nicolas Derosier y Couperin, sobre todo, animaron los rituales masónicos de la época.
Pero será en 1723, con la publicación de las Constituciones de Anderson, cuando la música reciba oficial carta de naturaleza en la Francmasonería. Con harta frecuencia se ignora que la edición de esta obra fundamental iba acompañada de piezas musicales: El canto del Maestro, del vigilante, del compañero y el canto para la recepción de aprendices.
Sobre 1773, el H.·. Jean-Christophe Naudot, músico profesional, pone un poco de orden en este heteróclito repertorio musical masónico, y lo recoge en un cantoral titulado “Canciones anotadas de la muy venerable cofradía de masones libres”.
Con el correr de los años, esta música evolucionó hacia la cantata en los países católicos; hacia el cántico, en los protestantes. La confesión religiosa marcaba también la diferencia a la hora de elegir los instrumentos: los católicos, viento, especialmente trompeta, clarinete y más tarde flauta; en las Logias protestantes se optó por el harmonium y el órgano. Los Masones católicos rechazaron el órgano, en claro intento de distanciarse de las ceremonias de iglesia, sobre todo desde las primeras condenaciones a la Masonería por parte de los Papas.
La columna de armonía la componían Hermanos músicos y cantantes, bajo la dirección de un Oficial que llevaba el título de Arquitecto de Armonía. Los miembros de esta columna no tenían que pagar capitaciones, y estaban en general exonerados de toda contribución económica a la Logia.
La evolución de la columna de armonía desde mediados del siglo XVIII fue tan en auge, que en algunas Logias importantes de Francia e Inglaterra se convirtieron en auténticas orquestas que no sólo animaban los Trabajos en los Templos, sino que también se dedicaban a dar conciertos en Pasos Perdidos (con admisión de público profano), destinados a recaudar fondos para las actividades filantrópicas de las Logias.
Pero sobre todo se desarrolló enormemente la música específicamente masónica, destinada a animar los Trabajos en Logia, destacando desde los comienzos los Hermanos François Giroust y Jean-Philippe Rameau, representativos ambos de la influencia del Arte Real sobre la composición musical. Es decir, no sólo la música pauta de algún modo el Trabajo masónico: también la Masonería influye clara y decididamente en las concepciones musicales. ¡Ahí, estará, más tarde, el único: Mozart!
Clérembaut, Spontini, Piccini, Méthui, Mazzola, Himmel o Taskin son otros tantos HH.·. compositores de música específicamente masónica.
Y, por supuesto, Mozart, ¡el Maestro!. el músico por excelencia de la Masonería. Con una producción musical específicamente masónica considerable, que manifiesta un exquisito respeto por el ritual, así como profundo conocimiento del mismo. De entre sus cantatas masónicas cabría destacar –más, si cabe- las destinadas al aumento de salario a Compañero de HH.·. Aprendices (“El viaje del Compañero”, o el canto de las despedidas), así como la que es considerada himno masónico universal, la pieza compuesta, pocos días antes de su muerte, para la reinstalación de su Logia, “La Esperanza nuevamente coronada”. Y qué no decir de “La flauta mágica”…
Haydn, íntimo del Maestro, las resonancias masónicas de cuyo oratorio “La creación” son incuestionables.
Beethoven, indudablemente iniciado, según el testimonio de su íntimo amigo Karl Holz, quien afirmó: “el Maestro había sido Francmasón, aunque en los últimos años no lo era ya de manera activa”. La obra de Beethoven que mejor refleja su espíritu masónico tal vez sea Fidelio, con un frecuente recurso a la fraternidad, si bien no es nada desdeñable su marcha masónica en si bemol, compuesta por el maestro para los HH.·. de la Logia “Los Hermanos valientes”, al O.·. de Bonn.
Toda la eclosión musical masónica del XVIII se vio sensiblemente frenada desde comienzos del siglo XIX, sobre todo en Francia desde la firma del Concordato de 1801 entre Napoleón y el Papa Pío VII, rúbrica que hizo efectivas por primera vez en suelo francés las condenas papales a la Francmasonería, hasta entonces dejadas pasar, sin pena ni gloria, por el poder. Las Logias tuvieron que comenzar a trabajar con gran discreción y silencio… sin música. En cuanto a las Logias anglosajonas, se decantaron casi exclusivamente por el harmonium y el órgano, pasando a indicar así, plástica y servilmente, su carácter de sucursal de la iglesia anglicana. En Alemania pervive la herencia de Mozart y florecen los cantos de mesa para los ágapes, con la simpar y honesta intención de cantar loas al presidente del Taller y a su (o sus) señora.
Louis Armstrong, Count Basie, Alfons M. Mucha, Mendelssohn, Meyerbeer, Charles W. Peale, Sigmund Romberg, Johann Christian Bach, John Philip Sousa, Pleyel, Franz Listz, George M. Cohen, Gutzon Borglum, Sibelius, Irving Berlin, Scott Joplin, Niccolo Paganini, George Gershwin, Nat King Cole, Carlos Gardel, Gene Autry, Roy Rogers, Duke Ellington, Héctor Berlioz… Son parte de la pléyade de HH.·. músicos y cantantes, estrellas del panorama musical de todas las edades, que reflejaron en sus composiciones e interpretaciones la Luz indeficiente del Oriente Masónico.