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 Intervención del Gran Maestro del GODF en el Parlamento Europeo de Bruselas el día 3 de Marzo de 2009.

 

Señoras y Señores Parlamentarios Europeos,Señoras y Señores.

Primeramente, me gustaría felicitar a la Señora Diputada Europea Véronique DE KEYSER por la excelente iniciativa de intercambio y diálogo a propósito de la laicidad de la Unión Europea en el marco de esta audiencia pública en el Parlamento Europeo.
Como Gran Maestro y Presidente del Consejo de la Orden del Gran Oriente de Francia, me siento muy honrado encontrándome hoy entre ustedes.
 
Introducción
Cada uno de los aquí presentes sabe lo difícil que es traducir la palabra laïcité a otras lenguas, a veces incluso se torna imposible. Se define en ocasiones la laïcité como una corriente de pensamiento entre otras, más o menos equivalente al librepensamiento;
otros piensan que se trata de un acuerdo tácito a través del cuál Estado y religiones se mantienen a distancia; o incluso se la toma por sectarismo antirreligioso. En la concepción francesa, la laïcité no es nada de eso.
Esta es la razón por la cuál querría recordar brevemente en mi intervención de este día los fundamentos de lo que a veces se denomina “la excepción francesa”, pero para pasar enseguida a observar la gran diversidad de enfoques en Europa y, en consecuencia, la
necesidad de contar con un verdadero enfoque común de los valores que vehicula la laïcité y por la que es aún posible tender puentes entre los laicos europeos. Para el Gran Oriente de Francia es el camino que permite a todos los laicos de Europa “entenderse”,
es decir, escucharse y sobre todo comprenderse a fin de trabajar juntos por una Unión Europea respetuosa de las convicciones de todos sus ciudadanos.
 
I. La laïcité, ¿una historia francesa?
Creo que los historiadores están en general de acuerdo al considerar que fue la Revolución Francesa la que puso las bases de la laïcité republicana, al fundarla sobre tres pilares: la Revolución atribuye la soberanía a la nación; el individuo es liberado de
servidumbres; separación de Iglesia y Estado. El artículo 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano del 26 de
agosto de 1789 consagra esta evolución: “El principio de toda soberanía reside en la nación”. También es el poder público, el Estado, quien desde ahora, para acabar con el feudalismo, garantiza la libertad individual.
Los derechos naturales únicamente le son reconocidos al individuo, sin intermediario, y estos derechos –libertad, propiedad, seguridad, resistencia a la opresión- son inviolables, imprescriptibles e inalienables. Los revolucionarios resumieron estos principios en la declaración del 89: “Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Se citan con frecuencia estas célebres palabras pronunciadas en la Asamblea el 23 de diciembre de 1789 por el conde Stanislas de CLERMONT-TONNERRE: “Hay que
negar todo a una comunidad como nación y conceder todo a sus miembros como individuos. Que no formen dentro del Estado ni un partido político ni una orden. Que sean individualmente ciudadanos”. Lo que vale aquí para los judíos, vale para todos. He
aquí enunciada la individualización que constituye el fondo de la laïcité republicana francesa.
Finalmente, los revolucionarios retiraron a la Iglesia Católica sus privilegios, “laicizando” (la palabra no existe aún) el estado civil en 1791, suprimiendo el delito de blasfemia, concibiendo, con Condorcet, una instrucción pública emancipada de la tutela
de las Iglesias. Finalmente, la Convención decidió en 1795 que la República no reconocía ningún culto ni pagaba a ningún sacerdote –primera separación, que durará hasta el concordato napoleónico y que servirá de referencia a los legisladores de 1905.
La Revolución Francesa sentó así las bases de la República laica. A la Tercera República corresponderá completarla en una segunda etapa: la separación de Iglesias y escuela. Será ésta la obra de Jules Ferry a comienzos de los años 1880s, según el dicho: “el
maestro, a la escuela; el alcalde, a la alcaldía; el cura, a la iglesia”. Según los principios republicanos, está claro el sufragio universal. También debe ser obligatoria la escuela primaria. Para que todos los niños, ricos y pobres, puedan acudir a ella, debe ser
gratuita. Finalmente, para no atentar ni siquiera mínimamente contra la conciencia del niño, sea o no creyente, la escuela debe ser laica.
La separación de Iglesias y Escuela implica una triple laicización: la de los locales –se quitan los crucifijos de las aulas-, la del personal –la ley Goblet del 30 de octubre de 1886 establece que la enseñanza en las escuelas públicas será impartida exclusivamente
por personal laico- y la de los programas –la ley Ferry del 28 de marzo de 1882 reemplaza la instrucción moral y religiosa por la instrucción moral y cívica.
No se trata de formar creyentes, sino ciudadanos críticos pertrechados con herramientas intelectuales que les permitan perfeccionar sin cesar la República. Por eso la escuela laica se encuentra en el corazón del dispositivo republicano francés. Esta separación de las Iglesias, de los dogmas religiosos y de la escuela halla su consecuencia lógica y necesaria en la separación de Iglesias y Estado. Efectivamente, ¿cómo podría el Estado ser el garante de la laïcité de la República, sin ser laico él mismo?
La ley promulgada el 9 de diciembre de 1905 consagra el final de un régimen concordatario (salvo para Alsacia y Mosela) y descansa sobre dos grandes principios, siempre en vigor: - La República, según el artículo 1º, “asegura la libertad de conciencia.
Garantiza el libre ejercicio de los cultos […] en interés del orden público”. Dicho de otro modo, cada cuál es libre de creer o no creer y de ejercer eventualmente su culto, siempre que se respete el orden público.
- La República, segundo pilar según el artículo 2º, “no reconoce, ni paga ni subvenciona ningún culto”. Ni las religiones tienen que inmiscuirse en la vida pública, ni el Estado tiene que intervenir en los asuntos internos de las religiones.
Una fórmula de Léon BOURGEOIS resume bien el nuevo régimen: “Iglesias libres en el Estado laico soberano”. Francia es el único país donde la laïcité es explícitamente constitucional desde 1946. La Constitución del 4 de octubre de 1958, además, establece en su artículo 1º que “Francia es una república indivisible, laica, democrática y social”. Como subraya el historiador Samuel TOMEI: “la laïcité no es, pues, una corriente más de pensamiento sino que tiene, efectivamente, estatuto fundador. Crea a priori un espacio de libertad, es el principio constitutivo del vínculo político en Francia. Desde un punto de vista político, su etimología –Laos significa “pueblo” en griego, el pueblo indivisible- hace de la República el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La laïcité es la reina del derecho común. Es, pues, inseparable de un régimen democrático y republicano”.
“La laïcité garantiza, por otra parte, la libertad individual de conciencia y de expresión con los únicos límites del orden público; supone la imparcialidad de los poderes  úblicos; finalmente, es por naturaleza anticlerical. Un anticlericalismo que no tiene nada de antirreligioso”. Es así como Gambetta, que fue quien popularizó la fórmula “clericalismo, he ahí el enemigo”, declaraba al mismo tiempo: “No digas que somos enemigos de la religión, pues la queremos asegurada, libre e inviolable”.
Los republicanos consideran que estos principios son universales, puesto que no dejan de pensar que la República no podía reducirse a Francia. Europa, para los republicanos, ha aparecido siempre como una primera etapa hacia lo Universal. La laïcité puede, pues,
parecer una “historia francesa” o incluso una “excepción francesa”, de tan consustancial como es al régimen republicano que Francia se dio.
Es interesante constatar la gran diversidad en las otras democracias europeas en materia de laïcité o más bien de relaciones entre Estado e Iglesias. En numerosos países, el Estado mantiene relaciones orgánicas con las Iglesias. Muchas Constituciones europeas
encuentran su fuente en la transcendencia con notables referencias a Dios, como en Alemania, o incluso a la Santísima Trinidad en Grecia o en Irlanda por ejemplo. El caso de Bélgica y los Países Bajos es interesante, fundado sobre lo que se llama
sistema de “pilaridad”. En Bélgica, la constitución asegura la libertad de conciencia, y es reconocida la laïcité, pero una laïcité concebida de manera radicalmente diferente a la francesa, puesto que no es sino un pilar más de la sociedad. En Austria, Italia o
España se aplica un régimen concordatario. En cuanto a Portugal, país cuya constitución prevé la separación de las Iglesias y el Estado, no debe olvidarse que se rige por un concordato con la Santa Sede, en vigor desde 1940… En la mayoría de países, en fin, no
hay una escuela verdaderamente separada de las Iglesias. Además, el espacio público no es neutro (ejemplo entre otros: se encuentran crucifijos en los tribunales de Italia).
No podría, pues, haber UNA concepción de la laïcité en Europa. Nuestro desafío, el de los laicos europeos, es justamente encontrar el camino de la comprensión y el diálogo, por encima de nuestras diferencias nacionales, y emprender una acción común al
servicio de nuestros valores. Esto es tanto más esencial en el marco de la lógica de integración europea que es desde ahora adoptada por la Unión Europea.
 
II. La Unión Europea y la lógica de integración
Se conoce en Francia el debate entre la lógica de integración y la de cooperación en materia europea. Ambas visiones van a oponerse o a combinarse durante la construcción europea. Ya que prevalece la lógica de cooperación, parecía poco probable que fuera
cuestionada la existencia del modelo republicano laico. Ahora bien, tras la entrada en vigor del Tratado de Maëstricht en 1992, la lógica de integración prima sobre la de cooperación y la ulterior ampliación a 27 no cuestionó esta asimetría. El debate refrendario de 2005 sobre el tratado constitucional, finalmente rechazado, ha cuestionado el futuro de la laïcité, que ha sido objeto de vivas controversias.
El artículo 6 del Tratado de Lisboa estipula que la Carta de derechos fundamentales tiene el mismo valor jurídico que los tratados. Dicha Carta precisa que cada ciudadano dispone de “libertad para manifestar su religión o su convicción, individual o colectivamente, en público o en privado, a través del culto, la enseñanza, la práctica y el cumplimiento de los ritos”. Se ha cuestionado mucho sobre la interpretación que hay que dar aquí a la palabra “público” y si se revelaba aquí cierto reconocimiento de un papel público de las religiones. En cuanto a la palabra “religión”, aparece cuatro veces en ese texto; la palabra laïcité, nunca. Si la Unión Europea, a través de ese texto, pretende evocar la libertad de conciencia, se basa sobre todo en la libertad religiosa. Recordemos que de los artículos 51 y 52 del abortado proyecto de Constitución, hemos desembocado finalmente en el artículo 16 del Tratado de Lisboa, aún no en vigor.
a) “La Unión respeta y no prejuzga el estatus del que se benefician, en virtud del derecho nacional, iglesias y asociaciones o comunidades religiosas en los Estados miembros.
b) La Unión respeta igualmente el estatus del que se benefician, en virtud del derecho nacional, las organizaciones filosóficas y no confesionales.
c) Reconociendo su identidad y su contribución específica, la Unión mantiene un diálogo abierto, transparente y regular con estas iglesias y organizaciones”.
Frutos de múltiples compromisos entre posturas muy diferentes, no podemos, en todo caso, sino revelar las ambigüedades o contradicciones de las fórmulas empleadas en estos tratados, que suscitan cierta duda sobre la interpretación que les darán los jueces
europeos, si llegaran a aplicarse. El Tratado de Lisboa ciertamente no ha entrado aún en vigor, pero creo que lo hará un
día u otro. De cara a esta situación, me gustaría recordar la postura del Gran Oriente de Francia respecto al “diálogo” iniciado por los responsables europeos con Iglesias y Comunidades de convicción.
 
III. Para un diálogo fundado en la cooperación entre todos los laicos europeos, sin precedencia alguna Tratándose de la situación de la laïcité en Europa, hay dos opciones posibles si se es laico y francés: o martillear, como una suerte de mantra, “la excepción francesa” y
lamentarse de que permanezca siendo únicamente francesa; o bien, sin renunciar a los principios esenciales que resultan de esta experiencia, aceptar el diálogo y la cooperación con todos los laicos de Europa, superando el debate teórico y el conflicto
de definiciones, proponiéndose llegar a un entendimiento, esto es, a escucharse, comprenderse y avanzar juntos portando los valores del humanismo.
El Gran Oriente de Francia ha elegido esta última opción y aprovecha la ocasión de esta audiencia pública para declararse inscrito en este camino de cooperación con todos los laicos de Europa. Más allá de especificidades nacionales, pienso que los laicos europeos comparten un análisis común: la necesidad de recordar que la Unión Europea debe tener en cuenta el conjunto de convicciones de sus ciudadanos, incluida la de quienes reclaman libertad absoluta de conciencia. Las instituciones de la Unión Europea deben tener siempre en cuenta esta diversidad de convicciones que hay en Europa, y sus responsables deben reflejar esta consideración no solamente en sus expresiones públicas, sino en su papel de Legislador comunitario.
Este es el sentido del encuentro de cierto número de Obediencias masónicas liberales y adogmáticas con el Presidente de la Comisión Europea, Sr. José Manuel Barroso, en primavera de 2008 y, desde entonces, la cooperación que el Gran Oriente de Francia
decidió llevar a cabo con la Oficina de los Consejeros de Política Europea (BEPA en francés) al lado de la Federación Humanista Europea y por la cuál se ha felicitado al ver la presencia de la Gran Logia Femenina de Francia así como de la Asociación Europea
de Librepensamiento.
El diálogo y la concertación que han comenzado a tener lugar entre las asociaciones que reclaman libertad absoluta de conciencia en este marco son prometedores. Subrayan, en efecto, que por encima de las definiciones nacionales de la laïcité y más allá de sus
experiencias aquí y allá, nos encontramos para llevar un mensaje humanista adogmático a las instancias de la Unión Europea. Una vez más, en lugar de agotarnos en la búsqueda de la definición ideal común, cosa que parece imposible o sin mucho sentido, los laicos
de Europa deben privilegiar la acción concertada y centrada en la Constitución Europea donde sea, y no solamente en el marco del esquema nacional. Y, bien entendido, contamos con la vigilancia del Parlamento Europeo, expresión democrática del sufragio de los ciudadanos de la Unión, para velar por que la laïcité en la Unión Europea adquiera un sentido concreto cuando sea posible, necesario o
indispensable.
 
Conclusión
En conclusión diré que el Gran Oriente de Francia está más que nunca disponible para la obra común, esencial para el futuro de los valores que son caros a nuestro corazón y que aseguraron a Europa la paz y la fraternidad durante muchos decenios.
Muchas gracias.
Pierre Lambicchi
Gran Maestro del Gran Oriente de Francia
“¿Y si todos los laicos de Europa se entendieran?”
Conferencia pública, martes 3 de marzo de 2009, Parlamento Europeo, Bruselas.
 

 

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