DECLARACIÓN PÚBLICA – ANEXO 2

SÍNTESIS TEMA MASÓNICO

“EL SILENCIO Y LA PALABRA”

Sintéticamente podríamos asociar al silencio como un estado activo de vacío, de aquietamiento de la mente, al que se llega por un acto voluntario y libre de desprendimiento. Es un viaje hacia la profundidad, un espiral desde la superficie del ruido profano hacia la comprensión de la más absoluta soledad y desnudez del ser, un viaje de purificación y preparación. Cada espacio de silencio es una oportunidad de renacimiento y de reencuentro con uno mismo.

Al igual que en la música la palabra es una formidable construcción simbólica que tiene vida, y requiere de tres paradigmas: sabiduría (que reside en su “tempo” o longitud de la expresión y verdades que transmite), la fuerza (que reside en su densidad y contenido emocional), y la belleza (en su altura o frecuencia, y en el efecto que provoca en nuestras emociones).

Desde el punto de vista esotérico el silencio y la palabra forman parte de los pares de opuestos, manifestando la dualidad siempre presente en masonería que nos recuerda el tapiz mosaico.

Precisamente cuando el Venerable Maestro abre los trabajos rituales nos solicita “Silencio en Logia” invitándonos a dejar de lado las preocupaciones y pensamientos del mundo profano para introducirnos en la disciplina del silencio facilitando así la sinergia.

El silencio no es ausencia, no es callar, no reprime nuestra voz, por el contrario  libera nuestra percepción del entorno, permitiéndonos abrir nuestra mente a todo lo que nos rodea. El silencio significa escuchar, ver, observar, reflexionar. Es por excelencia la herramienta que en masonería debemos usar y practicar continuamente. Así como el uso de la palabra, debe ser la proyección de nuestro pensar, de nuestra reflexión y de nuestro ser.

En tanto no guardemos el silencio más preciado y, dominemos y entendamos el poder de la palabra estaremos inevitablemente ligados a indefinidas ataduras e impedidos de imponer el orden en el caos.

 

La firme simbología del silencio permite alcanzar un mayor espíritu crítico, a emplear la razón, la sabiduría, el fortalecimiento de los lazos que nos unen, el crecimiento personal y colectivo, a jerarquizar el respeto practicando la virtud de la prudencia, la práctica de la meditación y la reflexión para progresar en nuestro camino iniciático.

Si hacemos un justo equilibrio entre silencio y palabra, no existirán palabras sin contenido o silencios que no hagan reflexionar o meditar; ahora por el contrario, si no logramos ese equilibrio, tendremos palabras intrascendentes o silencios que nada aporten a los demás.

Al hacer uso de la palabra  en nuestros trabajos, es bueno hacerlo si tenemos algo para expresar, intentando evitar la práctica profana de “hablar por hablar”. Hablar eligiendo las palabras gestadas durante el silencio, buscando la rectitud en nuestros juicios y la justa medida en nuestras apreciaciones.

El silencio despierta nuestra mente, nos invita a la reflexión, al desarrollo de nuestras ideas, al pensamiento, al diálogo con nosotros mismos, ha conocernos cada vez más.

El silencio no implica ser mudo por imposición sino callado por decisión, esto impide que se digan cosas que posteriormente pensamos que no se deberían haber dicho y es ahí donde la palabra se puede transformar en una herramienta de poder, porque hablar oportunamente es caer en el acierto.

La palabra se utiliza tanto para defender una verdad o una injusticia como para rectificar meditando en silencio, y es ahí donde se da el aprendizaje.

Entonces es en el silencio donde germina la esencia de la palabra, pues se gesta en un plano inmaterial, intangible, en el pensamiento, porque es en el plano de las ideas de donde ella se nutre.

Siempre debemos medir nuestras palabras para no provocar ofensas. En caso de que una palabra sea ofensiva es preferible apelar al silencio.

Cabe tener en cuenta que la práctica de fomentar aquellas virtudes que se despliegan con el ejercicio del silencio, no es exclusiva de la Masonería, muchas corrientes filosóficas antiguas y religiosas, ya la han trabajado como forma de enseñanza.

Tanto la palabra como el silencio están íntimamente vinculados, la primera la firmeza, la estabilidad; la segunda la madurez, el criterio y lucidez; pero sin embargo ambas comportan intrínsecamente un sentido filosófico y místico que nos llevará a proyectar nuestra propia Luz interior, la del discernimiento, evitando las tinieblas que dominan nuestra mente logrando finalmente el más afinado equilibrio, “el de la Perfección Espiritual“.

Tradicionalmente, en masonería se prohíbe a los Aprendices expresarse. En el Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay no prohibimos, sino que recomendamos e invitamos – que es diferente -, la práctica del silencio como un elemento esencial al aprendizaje masónico, pues es un valor de disciplinamiento y ordenamiento mental; porque es de la complementariedad entre silencio y palabra, que surge potente el Verbo que ilumina.

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