ARTÍCULO PUBLICADO EN EL MERCURIO EL DÍA 12 DE JULIO DE 2013.
La política nacional adolece de dos principales debilidades. Por una parte, evidencia superficialidad, cuando los problemas son abordados más bien con frases generalistas, cuando no se resalta lo sustantivo sino solamente las ventajas que reportaría cualquier solución, y cuando sólo se recurre a imágenes o “cuñas” periodísticas, más que a la exposición de los problemas de fondo. Por otra parte, la política se ha transformado en una actividad en que predomina la mirada cortoplacista, donde los alcances de largo plazo permanecen sino ignorados al menos ausentes de las discusiones. Por eso el país no aborda satisfactoriamente algunos asuntos que son esenciales, y que requieren una mirada profunda con alcances de largo plazo tal como nuestra dramática situación en educación, la necesidad de un cambio en la institucionalidad, la crítica situación distributiva, el requerimiento de una estrategia de desarrollo consensuada, o la necesidad de abordar proactivamente el tema energético, la cuestión ambiental, las reservas de agua y la efectiva regionalización del país. En todas estas áreas predominan los aspectos de largo plazo que necesitan pronunciamientos de fondo y que no se aprecian en la intención de la política como hoy día se practica.
A esta situación se ha sumado el desprestigio de la propia institucionalidad política. Los partidos carecen de credibilidad como entidades capaces de aunar y encauzar grandes ideas en pro del país; a lo más se les observa como “clubes electorales”, donde no predomina la discusión programática en beneficio del país y en busca de solucionar sus más álgidos problemas. Asimismo, el Parlamento nacional tampoco se encuentra bien valorado por la ciudadanía porque se advierte que los grandes problemas no son allí abordados de manera decisiva, y porque muchas veces las señales que emanan de sus decisiones no son precisamente enaltecedoras del rol que la institución juega en el sistema democrático. Cuando, por ejemplo, se crea un mecanismo legal para nominar los candidatos de cada bloque de partidos al Congreso por medio de Primarias, resultan ser los mismos quienes lo aprobaron los que más tarde lo desechan y coartan así la participación ciudadana.
La crisis de la política y de los políticos no le hace bien a Chile. Por una parte, porque en virtud de su desprestigio surgen con fuerza movimientos o actividades anarquistas, cuya amplia crítica al “sistema” carece de propuestas y se valida solamente por la ausencia de partidos y políticos capaces de conducir y encauzar los naturales malestares ciudadanos. Surgen también grupos movilizados en función de agendas muy específicas, pero que se proyectan a nivel de problemas de país, porque no hay una actividad política capaz de conducir proactivamente sus inquietudes. El movimiento estudiantil, por ejemplo, no se vincula en nada con los partidos políticos tradicionales, aún aquellos ubicados más a la izquierda, dando cabida a una serie de movimientos que conducen las inquietudes juveniles por campos separados totalmente de la política tradicional o formal. Naturalmente, este no es un buen presagio sobre la estabilidad institucional y democrática, especialmente cuando lo mismo se manifiesta a través de abultadas tasas de abstención electoral.
Hace casi un siglo don Enrique Mc Iver señalaba que los chilenos no éramos felices, culpando de ello a la ineficacia de las respuestas del Estado, generadora de una verdadera crisis moral. Hoy, cuando el país disfruta de una economía exitosa, cuando nos invade la modernidad tecnológica en muchos campos, cuando la educación ha logrado integrar a la mayoría de los jóvenes, no parece tampoco que predomine la felicidad en la ciudadanía. Por el contrario, hay una crisis vinculada a un gran desencanto y frustración, porque hay problemas pospuestos que tienen que ver, muchos de ellos, con los propios indicadores de éxito tan continuamente señalados. Lo que gatilla esa decepción es la ausencia de una clase política orientadora, con liderazgo capaz de conducir la salida a nuestras problemáticas más fundamentales y de convencer, de convenir y dar esa mirada trascendental de largo plazo en pro del bien común. Nuestra crisis moral actual tiene que ver con los defectos visibles y alarmantes de la forma en que practicamos la política.
Es tiempo de retomar el camino señalado hace ya mucho por grandes políticos chilenos de todos los sectores, quienes tuvieron la trascendente capacidad de inspirar certidumbre y encauzar los sentimientos de insatisfacción ciudadana. No fueron políticos que sólo admitieron livianamente la demanda manifestada en la calle, sino quienes tomaron la protesta como un ingrediente para construir, negociar e impulsar las salidas más convenientes para Chile. Y es cierto: no es que Chile esté hoy carente de ideas, puesto que todas las posibles se insinúan en debates y las agendas programáticas. Se precisa rescatar una política con capacidad de liderar y priorizar esas ideas, encauzando el sentimiento nacional en pro de una visión de país. Mientras esa disposición no exista, la política seguirá llenando espacios poco trascendentes, y la ciudadanía seguirá experimentando una infelicidad asociada palmariamente a la falta de convencimiento y fuerza de cambio que debe provenir de la política y de quienes la practican.
Prof. Luis A Riveros
Ex Rector Universidad de Chile
Gran Maestro de la Gran Logia de Chile