“La sucia fachada de la primera universidad del país anuncia la continuidad del conflicto estudiantil que ya hemos presenciado, con todos sus enormes costos para los jóvenes y sus familias”. El Gran Maestro, Luis Riveros Cornejo, escribe en El Mercurio, en la edición de este domingo 26 de febrero, página 2. Los vetustos muros de la Casa Central de la Universidad de Chile permanecen aún con los grotescos rayados y pegatinas alusivos a la última toma del recinto. Varias semanas después de que sus ocupantes se marcharan sin pena ni gloria y en medio de un mayoritario rechazo, las autoridades parecen haber decidido dejar ese testimonio a la ciudad, aún a costa del afeamiento de un edificio republicano emblemático. El testimonio parece ir mucho mas allá de una advertencia al mundo universitario sobre los riesgos que envuelve el continuo posponer de los problemas, sino que se extiende al estado de la educación pública con posterioridad a los acontecimientos del año 2011. En efecto, la secuela de tomas y protestas, junto con la destrucción de propiedad pública, han llevado a que la educación municipal pierda matrícula de modo nunca antes visto, mientras que los resultados del ingreso a las universidades también revelan la difícil situación de las universidades del Estado. O sea, los verdaderos ganadores después de las significativas protestas en defensa de la educación pública han sido las instituciones de educación privada. ¿Paradoja? No tanto, si uno concibe en la mente de los principales organizadores de esas protestas la vieja teoría de "profundizar las contradicciones" como una manera de lograr cohesionar mayormente las filas del descontento. Los muros exteriores con sus feos rayados parecen simbolizar el estado de decadencia que a vista y paciencia del país afecta a la educación pública chilena.
La ciudadanía, sin embargo, entiende que medidas tales como el subsidio a la banca para abaratar los créditos estudiantiles y la creación de una nueva oficina pública para tratar con los problemas de la educación superior no han efectivamente aplacado los reclamos estudiantiles.
Nuevas protestas se avecinan, y seguramente llevarán a una ulterior profundización de la crisis de la educación pública chilena, como ya le hemos atestiguado. En efecto, no se dio clara respuesta a los problemas principales planteados por los estudiantes: educación superior gratuita, mayor aporte basal a las universidades del Consejo de Rectores, participación estudiantil en la conducción de las universidades. No está claro que haya habido un diálogo y alguna resolución sobre estas materias; y mucho menos una rotunda negación. Todo se ha mantenido a nivel de declaraciones generales, y con ello se seguirá estimulando el desarrollo de nuevas protestas durante este año, a las cuales, como en el año anterior, se sumará todo tipo de agendas y aspiraciones pendientes, adquiriendo un aparente multitudinario apoyo, que al final del día no se sabrá efectivamente a qué. La autoridad universitaria posiblemente no ha refaccionado el frontis de la Casa Central como una señal de los problemas pendientes, no abordados y que seguirán afectando la marcha del país y del sistema educacional todo.
Si no ha procedido a restaurar aquellos muros históricos ni por simbolizar el estado de la educación pública ni ante la significativa cantidad de problemas no abordados satisfactoriamente, entonces es bueno que la autoridad de la Universidad de Chile dé una razón al país. La falta de recursos, una razón prosaica pero posible, es una alternativa. Simple desidia es otra, aún a costas de la imagen de la propia Universidad de Chile hacia el país.
Los chilenos preferiríamos que este aparente descuido se vincule a algo significativo como las dos tesis anteriores: el abandono de la educación pública y los problemas que quedaron sin resolver durante el año 2011. El problema es que en ese caso, la sucia fachada de la primera universidad del país simplemente anuncia la continuidad del conflicto estudiantil que ya hemos presenciado, con todos sus enormes costos para los jóvenes y sus familias.
Nuestros políticos no darán tampoco ninguna clara respuesta anticipando las demandas planteadas. No están acostumbrados a dar malas noticias y solamente ambicionan titulares positivos, aunque ello deje pendiente una significativa cantidad de problemas como simplemente no abordados. En educación hay mucho por hacer, pero poco espacio para el diálogo y sí mucho para las acciones de fuerza, con una ciudadanía cansada de la secuencia de protestas y soluciones parciales. Es hora de que los anuncios anticipen y disipen dudas desde el comienzo, y que las señales que parecen emanar del sucio frontis de la Casa Central de la Universidad sean abordadas con la seria disciplina que corresponde.