El Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, Luis Riveros Cornejo, se refiere, en su columna del Diario Estrategia de este miércoles 4 de abril, a los últimos acontecimientos que se gatillaron por la muerte del joven Daniel Zamudio: a la discriminación e intolerancia.
La sociedad chilena ha cultivado una creciente intolerancia convertida en herida abierta. Por cierto, ello resulta de una educación que es en sí misma segregacionista del punto de vista social, religioso, valórico y hasta étnico.
Además de eso, en el seno familiar o en nuestros grupos de referencia, aprendemos a privilegiar las diferencias y a desvalorar el sentido de integración que debe predominar en la república. Desde niños aprendemos a motejar cruelmente a quienes son distintos a nuestro grupo referente, desarrollando barreras para aceptar o siquiera entender esas diferencias. Hemos visto múltiples episodios que envuelven el uso de estos juicios contra inmigrantes, personas de origen mapuche u otros pueblos originarios, o los pertenecientes a grupos más desvalidos del punto de vista socio económico, o aún contra quienes tienen tez más oscura o pertenecen a una cultura diferente. También lo es respecto de distintos grupos religiosos o que propugnan ideas diferentes. Chile está lleno de actitudes discriminatorias y segregacionistas que cruzan los diversos grupos sociales, pues así como algunos segregan a los más pobres o de tez más oscura, otros de entre ellos mismos segregan a los inmigrantes. Nuestra educación ha actuado en forma impasible frente a esta creciente intolerancia, inaceptable en un país que dice, contradictoriamente, encaminarse al desarrollo.
La muerte del joven Zamudio muestra los horrendos excesos a que pueden llevar estas actitudes. A quien es diferente, en este caso por su opción sexual, se le considera inferior, anormal o desadaptado, y habrá quienes estén dispuestos a emplear contra ellos la fuerza mas brutal en nombre de lo que dicen defender. Podría haber sido también por razones religiosas, ideológicas, socio-económicas o raciales; da lo mismo, porque el trasfondo es el peligroso germen incontrolado que contamina a nuestra sociedad. Nada sacamos con nuevas leyes y castigos; la cuestión reside en un necesario cambio en nosotros mismos, en pro de la tolerancia que clama el humanismo, en lo que nuestra educación tiene tanto que hacer.