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Historia de la Francmasonería

  

Los Masones de la Edad Media 1717: nacimiento de la Francmasonería especulativa 1725: implantación de la Francmasonería en Francia El Gran Oriente de Francia La Masonería desde Bonaparte
Flujo soterrado de ideas republicanas El Segundo Imperio La libertad de conciencia y la cuestión de las mujeres El período de entreguerras o la era de los interrogantes  

Los Masones de la Edad Media

Dan fe de ello los registros municipales: la Edad Media conoció muchas sociedades gremiales. Mercaderes y artesanos se reunían en cofradías o corporaciones, encargadas de velar por los intereses del oficio: formación, contratación, adjudicación de obras…

Pero en esa época el trabajo cotidiano se inscribe en una visión del mundo profundamente impregnada de lo sagrado; de modo que estas organizaciones profesionales no se limitan a solucionar problemas técnicos, sino que sostienen toda la existencia de sus miembros, desde la solidaridad a la espiritualidad.

Los Antiguos Deberes –estatutos de los Masones medievales- presentan, junto a diversas disposiciones reglamentarias, una historia mítica y edificante del oficio. Así la Masonería, hija de la Geometría, ¡fue fundada por Euclides y difundida en Europa por Pitágoras! Meditando este relato de los orígenes, el masón medieval inscribía su diaria labor en el combate secular de las fuerzas de la Luz contra las fuerzas de las Tinieblas.

Durante el siglo XVII, en Escocia, algunas logias van a aceptar miembros que no son del oficio. Estos masones aceptados se encuentran en el origen de la moderna Francmasonería especulativa. Esa importante entrada de “aceptados” durante algunos años permite suponer un proyecto subyacente pero, a pesar de numerosas hipótesis, se ignora cuál

1717: nacimiento de la Francmasonería especulativa

Las logias que acogen a Masones “aceptados” –por tanto, bastante ajenos a los problemas del oficio- van a multiplicarse en Gran Bretaña durante el siglo XVII. Quizá constituyeran un refugio para hombres de buena voluntad en aquella Inglaterra desgarrada por guerras de religión y querellas dinásticas.

En 1717, en Londres, cuatro logias –no se sabe si existían desde hacía algunos días o muchos años- se federan y crean la Gran Logia de Londres y de Westminster.

Los animadores de la nueva Gran Logia, a pesar de negarlo, parecen haber constituido una organización profundamente novedosa. Sólo hay que señalar los vínculos de muchos de ellos –en cuya primera plana se sitúa el hugonote francés Jean-Théophile Désaguliers- con la Royal Society y el entorno newtoniano. Los discípulos de Newton preconizaban la tolerancia religiosa y el estudio de la naturaleza.

En 1723 la nueva organización publicará sus Constituciones y reglamentos, cuya redacción fue confiada al pastor de origen escocés James Anderson. Las Constituciones de Anderson retoman en parte los Antiguos Deberes pero también aportan innovaciones capitales, como asegurar a los Francmasones la libertad de conciencia.

El artículo primero, “sobre Dios y la religión”, precisa en efecto: “aún cuando en los tiempos antiguos los masones estaban obligados en cada país a ser de la religión de ese país o nación, cualquiera que fuera, hoy se cree más oportuno obligarles solo a la religión en que todos los hombres están de acuerdo, dejando sus particulares opiniones para ellos mismos, esto es, ser hombres buenos y leales, hombres de honor y de honestidad”

A lo largo del siglo XVIII van a multiplicarse las logias en Gran Bretaña, colocándose bajo obediencia de las Grandes Logias de Escocia (fundada en 1736) o de Inglaterra (la de 1717). Ésta verá aparecer una rival en 1751, una nueva Gran Logia llamada, a pesar de ser la más reciente, “de los Antiguos”.

1725: implantación de la Francmasonería en Francia

Alrededor de 1725 aparecen las primeras logias en Francia. Se implantan en el ambiente liberal y anglófilo sobrevenido con la Regencia y sólo se aproximan en principio a la alta aristocracia.

La autenticidad de la filiación ritual preocupa desde los comienzos a los Masones. Antes de que las Grandes Logias centralicen la concesión de patentes a los nuevos talleres, estos las solicitaban a logias antiguas y sólidamente establecidas, que se creaban así toda una red de logias filiales.

Antes de 1738, los primeros Grandes Maestros de la Francmasonería francesa son –seguramente como la mayoría de hermanos- exiliados británicos residentes en Francia. En 1743 es elegido Gran Maestro el Conde de Clermont, que lo será hasta su muerte en 1771. Noble de alto rango, desempeña el papel de protector, no interviene en la gestión directa de la Orden y sólo ejerce un lejano padrinazgo, relevado por sustitutos.

1738 inaugura una larga serie de bulas papales de excomunión de los Francmasones. El Papa reprocha a la Orden su tolerancia religiosa: ¡no hay que poner en el mismo plano verdad y error! Sin embargo, estas bulas jamás serán refrendadas por los parlamentos, etapa obligada para que tengan fuerza de ley, y habrá numerosos eclesiásticos en las logias.

Si el gobierno del cardenal Fleury intentó durante un tiempo, sin lograrlo, prohibir la Francmasonería, fue porque vio en ella una madriguera de Jansenistas. Estos eran considerados contrarios a la monarquía absoluta y partidarios de la libertad de conciencia. Fue también la época en que las ceremonias y los secretos de los Masones fueron revelados al público por libros y grabados.

A partir de 1740, la Masonería va a difundirse ampliamente por toda Francia. Raros son los pueblos que no contaban con logia. Eran lugar de convivencia donde –muy en el espíritu del siglo-  los hermanos celebraban la virtud y la igualdad. Poco a poco –probablemente de forma inconsciente- se desarrolla en ellas una sociabilidad liberal y democrática que prepara insensiblemente el advenimiento de ideas nuevas.

El Gran Oriente de Francia

De 1736 a 1755, las logias de Francia se encuentran federadas, con lealtad poco vinculante, al “Gran Maestro de las Logias del Reino”, prestigioso y lejano protector que les deja total libertad. Entre 1755 y 1766, los Venerables de las logias de la capital, reunidos en una “Gran Logia de los Maestros del Oriente de París, llamado de Francia”, tratarán de establecer su autoridad sobre el conjunto de la Masonería francesa. Pero esta “Primera Gran Logia de Francia” jamás llegará a imponerse. Se verá desestabilizada de forma crónica por querellas entre sistemas rivales de altos grados que intentan tomar el control y entra en sueños en 1766.

1773 contempla una nueva tentativa de dar a la Masonería francesa un centro común y una autoridad reconocida. Se definen dos principios: elección de oficiales y representación de todas las logias. Sobre esta base son convocados los representantes de todas las logias –inclusive, por primera vez, los de las logias de provincias. Los trabajos de 17 sesiones plenarias desembocan en la formación del Gran Oriente de Francia. En el nombre del Gran Maestro, el Duque de Chartres, y en realidad bajo la autoridad  del Administrador General, el Duque de Montmorency-Luxemburgo, el Gran Oriente se rige por tres cámaras en las que se sientan los representantes elegidos por las logias. Como precisa una circular de 1788: “el funcionamiento del Gran Oriente es esencialmente democrático”. Nueve décimas partes de las logias de Francia se suman a la nueva estructura.

La creación del Gran Oriente señala el retorno de la nobleza liberal y la burguesía ilustrada a los centros de mando de la Masonería francesa. Aquéllas jugarán, naturalmente, primerísimo papel en los acontecimientos de 1789. Se encuentran Masones en todos los debates, en todos los campos de la Revolución Francesa. Hay más, sin embargo, entre los Girondinos. Por encima de itinerarios personales, la sociabilidad masónica y el funcionamiento de las logias, basados en el diálogo y la elección, ciertamente contribuyeron ampliamente –quizás inconscientemente en muchos casos- a la difusión de las nuevas ideas. En los años que preceden a la Revolución, logias prestigiosas como Les Neufs Sœurs, Les Amis Réunis o La Candeur reúnen élites ganadas al “partido filosófico”.

La Masonería desde Bonaparte

Entre 1800 y 1815 la Masonería fue, a la vez, favorecida y estrechamente controlada. La burguesía veía en Napoleón un baluarte contra el retorno del Antiguo Régimen y las derivas de la Revolución. Las élites burguesas que acceden al poder gracias a la Revolución y al Imperio frecuentemente trabajaron masónicamente bajo el Antiguo Régimen. En general, permanecen fieles a la Orden. De los 25 mariscales imperiales, 17 son Francmasones, entre ellos Bernadotte, Brune, Kellerman, Lannes, Mac Donald, Masséna, Mortier, Murat, Ney, Oudinot. El Gran Maestro es José Bonaparte, hermano del Emperador, y las logias son eficazmente gobernadas por Cambacérès.

El Gran Oriente conoce entonces un gran desarrollo en los 139 departamentos con los que contaba la Francia imperial en su apogeo. Sin embargo, es la Masonería uno de los pocos sitios donde los opositores –moderados- al Imperio fueron tolerados. Así, los “ideólogos” Cabanis, Destutt de Tracy, Garat, que bajo el Directorio intentaron fundar una República “a la americana”, pudieron continuar trabajando masónicamente. También por toda la Europa napoleónica, la Masonería imperial fue la herramienta de difusión de la sabiduría de las Luces, a la que habían permanecido fieles en masa los cuadros del Imperio. Se rinde honor a los principios filosóficos y religiosos de la Revolución… ¡únicamente son totalmente proscritas las cuestiones políticas! Jérôme Bonaparte, rey de Westfalia, o Murat, rey de Nápoles, son también Grandes Maestros en sus respectivos reinos.

El Imperio fue un período fasto para los ritos y decoraciones masónicas. El Rito Francés sigue siendo ampliamente mayoritario, se implanta el Rito Escocés Antiguo y Aceptado con un futuro prometedor, pero también se practican los Ritos Escocés Filosófico, de Heredom de Kilwinning, de Perfección o de los Escoceses Primitivos… Los mandiles van siendo suntuosos y prestigiosos grabadores como el hermano Coquardon estampan soberbios libros de presencias de logia.

Tras la expedición de El Cairo, la Masonería cae en una intensa egiptomanía. En “La Francmasonería vuelta a su verdadero origen”, Alexandre Lenoir explica los siete grados del Rito Francés a la luz de los misterios de Menfis, santuario de la “eterna iniciación”, y en 1813 aparece el Rito de Misraim o de Egipto.

Flujo soterrado de ideas republicanas

¿Cómo la institución políticamente conformista que era la Masonería del Primer Imperio llegó a ser, en pocos decenios, una de las principales cajas de resonancia de las nuevas ideas? Durante la Restauración, son rara excepción las logias de orientación explícitamente progresista y política. Pero están muy vinculados a ellas grupos de oposición como la Carbonería. Además, incluso la mayoría de talleres masónicos, que profesan y ponen por obra una sociabilidad liberal donde se invocaban la virtud y la fraternidad humana jugaron, probablemente de forma inconsciente en la mayor parte de los casos, el papel de conservatorio de los principios de 1789.

En 1830, numerosos Masones se implicaron en las Trois Glorieuses y se encontraba ampliamente “masonizado” el Parti du Mouvement, cuya figura emblemática era el hermano Lafayette. El fracaso político de los liberales progresistas a partir de 1834 acentuará la fermentación de las nuevas ideas en las logias.

En 1836, Les Elus de Sully (Los Elegidos de Sully), de Brest, solicita, sin éxito, al Gran Oriente cambiar su título distintivo por Les Disciples de Fourier (Los Discípulos de Fourier). En París, La Clémente Amitié (La Clemente Amistad) organiza cursos de Fourierismo. El interés por las cuestiones políticas y sociales no es ya una excepción. 1848 contemplará el surgimiento de la primera generación de logias comprometidas socialmente. El gobierno de la Segunda República cuenta con numerosos masones, entre ellos Flocon, Crémieux, Garnier-Pagès, Pagnerre, Carnot y Shoelcher, que resultaron victoriosos en su generoso combate por la abolición de la esclavitud.

El fracaso de los socialdemócratas a partir de 1849 dio un duro golpe a decenas de logias del Gran Oriente. El conservador prefecto del Yonne se queja de que la logia Le Phénix “inicia… en las funestas doctrinas del socialismo”. El Venerable de L´Unanimité (La Unanimidad) es uno de los “cabecillas del partido revolucionario”. El compromiso de numerosas logias a favor de una República social trae dificultades a la administración del Gran Oriente durante la vuelta al poder del partido conservador. La Masonería estaba en su punto de mira. La diplomacia del hermano Perier, secretario de la obediencia, logró limitar la represión al cierre definitivo de al menos 5 o 6 talleres, los más comprometidos, y a la suspensión provisional de unas cuantas decenas de logias. Los « Démoc-Soc » (socialdemócratas) cuarentayochistas refugiados en Londres forman logias que se oponen a Napoleón III.  

El Segundo Imperio

Para sobrevivir a la proclamación del Imperio Autoritario y prevenir toda posible prohibición de la Masonería tras el golpe de Estado del 2 de diciembre, el Gran Oriente tuvo que empeñarse. Llevó, así, a su presidencia a Lucien Murat, próximo a Napoleón III, no de los más ilustrados. Intentó constituir una masonería “oficial” que se limitara al ejercicio del ritual, a la beneficencia y al estudio de la moral. Se debe, no obstante, anotar en su haber la compra del antiguo palacio del Mariscal de Richelieu, que es todavía hoy la sede del Gran Oriente de Francia. Esta tentativa de recuperar autoritariamente el control del Gran Oriente creó múltiples oposiciones, hasta tal punto que el Gran Maestro Murat fue obligado a retirarse en 1861.

La libertad de conciencia y la cuestión de las mujeres

La consolidación de la III República en los años 1880 señala el retorno de la Masonería al espacio social donde se hace la Historia.

Retorno que va a ir acompañado de una profunda renovación de la institución. La corriente progresista iniciada en 1860 por Massol –profeta de la “moral independiente”- toma el poder en el Gran Oriente en 1880. En la misma época, las logias azules del Supremo Consejo se emancipan para, finalmente, crear la Gran Logia de Francia. Los cuadros jóvenes de la nueva República, marcados por el positivismo, querrán también reformar la Masonería para convertirla en herramienta al servicio del progreso de la Humanidad.

Así –herencia cruzada del deísmo de las Luces y del espiritualismo de 1848- la Constitución del Gran Oriente señalaba que la Francmasonería tenía como principios “la existencia de Dios y la inmortalidad del alma”. Esta obligación de índole religiosa, en la práctica no se respetaba ya en una época en que las élites intelectuales estaban profundamente marcadas por el agnosticismo filosófico de Auguste Comte. En 1877, el Convento del Gran Oriente de Francia abolió, pues, esta obligación. De este modo nació la Masonería liberal –o adogmática- que, considerando que el compromiso masónico no es en esencia religioso, deja a sus miembros la libertad de creer o no creer. Esa decisión sigue siendo actualmente la originalidad del Gran Oriente, situándolo en vanguardia (según unos) o fuera (según otros) de la Francmasonería universal.

Si la Masonería es punta de lanza de la emancipación de la Humanidad, resultaba cada vez más difícil excluir de la iniciación masónica a la mitad de aquélla.  Tanto en la Gran Logia como en el Gran Oriente van a multiplicarse los debates –entre 1880 y 1920- sobre la entrada de mujeres en Francmasonería. Aparecen dos soluciones. En 1893 se crea una obediencia que acoge a hombres y mujeres en plano de igualdad: La “Orden Masónica Mixta Internacional El Derecho Humano”. En 1901, la Gran Logia de Francia refunda las logias de adopción que únicamente recibían hermanas. Estas logias de adopción se independizarán y constituirán enseguida la Gran Logia Femenina de Francia. Al lado del “Derecho Humano” se formaron otras obediencias mixtas, como G.L.M.U. o G.L.M.F.

El período de entreguerras o la era de los interrogantes

Los tiempos que siguen a la “Guerra del 14” son, para la conciencia europea, período de dudas e interrogaciones. El progreso, la ciencia, la democracia no impidieron el horror de las trincheras, que engulló salvajemente a una parte de la juventud. Los masones no escapan a esta atmósfera de cuestionamiento. Si la República, firmemente instalada a costa de combates y sacrificios, aportó mucho –libertades públicas, enseñanza, cierta seguridad social-, comienza también a dejarse notar el desgaste del poder. El “Cartel des Gauches” (Cartel de las Izquierdas) será el último gran combate político en que las logias se comprometieron directamente.

La personalidad de Arthur Groussier es emblemática de estos interrogantes. Proveniente de la política militante –parlamentario socialista, es el creador de Código del Trabajo-, invitó a los masones a detenerse en su propia historia y a revisitar su patrimonio simbólico. Oswald Wirth y su revista “Le Symbolisme”(El Simbolismo), Edmond Gloton y su revista «La Chaîne d’Union» (La Cadena de Unión) dan testimonio del retorno a un interés por las cuestiones específicamente masónicas. Desde esta perspectiva, el Gran Oriente desempolva el Régimen Escocés Rectificado. Preocupado siempre por el lugar del hombre en la ciudad, el proceso masónico se considera, sin embargo, más filosófico que directamente político. Esta reorientación va acompañada de una activa política internacional. Gracias a la “Association Maçonnique Internationale” (Asociación Masónica Internacional) estableció la Masonería francesa relaciones de amistad con la mayoría de las grandes obediencias europeas.

Si la antimasonería es contemporáneo de la aparición de las logias en el siglo XVIII, aviva espectacularmente su fuego a partir de 1870. Roma y los prelados franceses ven en la Masonería “La Sinagoga de Satán” y –profesando así mismo un virulento antisemitismo- denuncian el “contubernio judeomasónico”. De la Revolución Francesa al advenimiento de la III República, se acusa a las logias de haber sido la punta de lanza del humanismo y el modernismo. Cuando la extrema derecha toma el poder –en Italia, en Alemania y en Francia con ocasión de la ocupación nazi-, son prohibidas las logias y perseguidos los masones. El régimen colaboracionista de Vichy dictará leyes antimasónicas, saqueará los templos; numerosos hermanos morirán en campos de concentración. La Francmasonería será uno de los componentes importantes de la Resistencia.