Masonería, también cosa de mujeres
Los masones no aceptan damas entre sus miembros. Por eso, sesenta mujeres decidieron armar su propia logia. Esta es su historia.
Biblioteca Joaquín V. González no es lo que parece. Frente a la puerta de ingreso, un busto de Domingo F. Sarmiento, y sobre la columna que lo sostiene, el símbolo de la escuadra y el compás. Detrás de una imponente escalera de mármol, un grupo de hombres conversa relajado alrededor de una mesa antigua ubicada en el centro de una sala circular.
Son miembros de la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones, que funciona en ese edificio de la calle Pte. Perón al 1200, una institución que agrupa a 10.000 hombres en todo el país en más de 100 logias exclusivas para personas de sexo masculino.
Los masones, embanderados bajo el lema de la Revolución Francesa –Libertad, Igualdad, Fraternidad–, no aceptan mujeres entre sus miembros. La igualdad no incluye aparentemente a los géneros; por eso ellas debieron armar sus propias logias.
Hoy sesenta mujeres, algunas esposas de masones, tienen su propia escuela en un templo del barrio de Villa Crespo en lo que en julio se conformó como la Gran Logia Femenina de Argentina. La masonería, que alguna vez fue un espacio de influencia política, perdió fuerza y, aunque algunos no quieran reconocerlo, se convirtió en una especie de club social new age, de búsqueda espiritual. Hoy, las mujeres parecen resignificar ese espacio que consideran una escuela para generar cambios sociales a partir de una reivindicación de género.
El origen de la masonería se remonta a las corporaciones de albañiles (masón significa albañil) y picapedreros de la Edad Media, que guardaban los secretos de la construcción de templos y catedrales para preservar su profesión. La Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones nació en 1857 y tuvo entre sus miembros a hombres con altos cargos en el Ejército y a muchos de los presidentes del país.
Fue en Francia donde se formó la primera Gran Logia Femenina en 1952, setenta años después de que María Deraismes se convirtiera en la primera mujer iniciada por un masón. Hasta ese momento, y desde 1774, las mujeres sólo participaban en las logias de adopción bajo la tutela de las de hombres, dedicadas a tareas sociales y culturales con rituales propios.
Integrantes de un grupo paramasónico, que trabajaba en el Ateneo Femenino Diamante en la Biblioteca Joaquín V. González, fueron pioneras en la Argentina al tomar contacto con la Gran Logia Femenina de Francia en 1990 y luego con la de Chile, iniciada en 1970, que finalmente les brindó capacitación. En 1997 establecieron la primera logia femenina en Buenos Aires con el nombre de Tres Rosas. En 2000 fundaron Aurora del Plata, y este año armaron la tercera, Cibeles, con la que se dieron las condiciones para inaugurar la Gran Logia en julio último.
“No hay necesidad de que ingresen las mujeres”, remarca Catón el Censor, un masón que prefirió identificarse con su seudónimo (todos los tienen). Pero admite que “sus logias andan mejor que las de los hombres, porque se juegan”.
Jorge Vallejos, Gran Maestre de la masonería masculina, muy joven para ocupar el puesto, dice que “la masonería se conformó como una institución de hombres” y que, como “es una institución mundial”, si se cambian los principios originales “corrés el riesgo de desaparecer”.
Sin embargo, los hermanos masones, incluido Vallejos, creen que la situación no se puede prolongar. Hay una razón fuerte: los lazos maritales. Diego, un Maestro con gran disposición a charlar, dice: “Si son las esposas o las amigas de nuestros hermanos, son nuestras cuñadas.” Para el Gran Secretario Adjunto, éste es un argumento en contra: la atracción entre hombres y mujeres es inevitable y puede perjudicar los trabajos en las logias.
QUIÉNES SON
Las masonas tienen entre 23 y 79 años, pero el promedio está entre los 45 y los 60. Más de la mitad son profesionales y la mayoría trabaja fuera de su hogar. Sus reglas se basan en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado como el de los varones y, como ellos, reconocen como principio creador al Gran Arquitecto del Universo, una divinidad que puede ser Dios, Alá, Moisés, según la religión de cada una.
El templo de la Gran Logia Femenina es una casa antigua alquilada en Villa Crespo que inauguraron en 1997, al fundar la primera Orden. Con ladrillo a la vista por fuera y ambientes muy austeros por dentro, ocupa sólo tres habitaciones: la administración, una sala de reuniones y el templo decorado sólo con los signos del zodíaco. En la cabecera del salón, sobre la silla que ocupará la Maestra, el signo Alfa, la Luna y el Sol. En el techo, la cadena universal de la fraternidad que simboliza su unión como hermanas. Cada semana concurren a las tenidas (ceremonias)donde las combinan con la presentación de trabajos escritos que incluyen desde cuestiones filosóficas hasta actualidad. Hay temas prohibidos: la política partidaria y la religión propia. Después de las tenidas, que no duran más de dos horas, las mujeres suelen reunirse a cenar en esa misma casa. Norma resalta que a diferencia de los hombres, que tienen un bar dentro de la Gran Logia, ellas deben conformarse con comida casera o con pedir una pizza. “Antes hasta teníamos que lavar los platos”, recuerda sonriendo.
En la sede funciona la Asociación Gracia, que organiza reuniones literarias y charlas sobre diversos temas. Como la actividad filantrópica es condición dentro de la masonería, realizan colectas para hogares y escuelas del interior por medio de la asociación, sin que los beneficiados sepan de dónde proviene realmente la ayuda.
Rosa, Venerable Maestra de Aurora del Plata, aclara que “estamos totalmente alejadas de lo que es la política, no nos interesa”. Su intención es introducir cambios en la sociedad mediante la difusión de sus ideas. “La participación grupal en asociaciones pequeñas es lo que va a hacer de esta sociedad una sociedad apta para vivir. Si tenés cada vez más gente que hace el bien, habrá menos gente que hace el mal”, argumenta Norma, escritora, directora de teatro y Gran Maestra de la Gran Logia Femenina.
Pero, siguiendo la línea de las chilenas, hay una cuestión de género muy presente. Norma no se considera feminista, aunque asegura que otras masonas sí lo son. Ella acepta las diferencias: “La capacidad de trabajo de la mujer y el perfil cultural es diferente al del hombre, lo que crea una característica de funcionamiento dentro de la institución que le da un matiz distinto”.
Aseguran que no les importa el poder, pero no quieren estar bajo la tutela de los varones ni trabajar juntos, porque consideran que no están dadas las condiciones. “La mujer necesita entender su posición y la posición del hombre, deshacerse de algunos mitos. Necesita un entrenamiento”, sostiene con convicción.
Las casadas pueden tener problemas con sus maridos, que a veces no entienden la importancia de las reuniones, aun si son masones. Aunque acepta que “muchos vienen después de las tenidas a comer con nosotros”, Norma concluye con una sonrisa: “A la mujer le parece muy bien que el hombre progrese; en cambio, al hombre, no tanto”.
LOS RITOS DE LA INICIACIÓN
Las aspirantes deben ser personas “libres y de buenas costumbres”, mayores de edad, poder pagar la cuota mensual y demostrar un nivel intelectual alto, “porque tienen que entender de qué se trata”. Se les preguntará sobre sus inquietudes y razones para entrar en la Orden. Durante la ceremonia de iniciación, las aspirantes entran en el templo con los ojos vendados, se las hace girar sobre sí mismas para que pierdan la noción de la ubicación en el espacio, y del brazo de un acompañante van pasando por diferentes paradas donde otras hermanas les hacen preguntas. Deben atravesar las pruebas del agua (les mojan las manos) y el fuego (les pasan una llama frente a la cara para evaluar su reacción), y pueden dejarlas en un cuarto oscuro un momento, para reflexionar. Ya con los ojos descubiertos, de pronto, al encenderse la luz, se encuentran con varias masonas apuntándoles con espadas. .
Referencia: http://www.lanacion.com.ar/458344-masoneria-tambien-cosa-de-mujeres