Columna aparecida en Diario Estrategia, 27 de marzo, 2013
El actual sistema electoral chileno conlleva distorsiones que son absolutamente increíbles. Cada candidato a Parlamentario debe, antes que nada, conseguir un “cupo”, esto es la posibilidad de ser incluido en una determinada lista para, sólo entonces, buscar el apoyo del electorado. Con esto se otorga una potestad electoral a partidos políticos que poco representan del punto de vista del sentir ciudadano, y nada si se consideran sus propuestas para el bien del país. Los partidos ejercen, de esta manera, un poder de veto, y deciden entre cuatro paredes aquello que podrán elegir efectivamente los ciudadanos. Por eso en verdad no tienen ningún interés en cambiar la Constitución vigente, como se ha demostrado ya por casi un cuarto de siglo, puesto que el actual sistema favorece su eventual monopolio y garantiza que elegirán al menos, cada conglomerado, la mitad de los parlamentarios. Que al país más tarde le perjudique esta situación de virtual “empate”, poco importa al rédito que obtienen los partidos. Que los proyectos de ley y toda iniciativa deba negociarse entre bloques de partidos para tratar de romper el empate, y que eso conlleve verdadera deformaciones de los proyectos y produzca acuerdos que envuelvan grandes problemas, poco importa para proteger la virtual dictadura que ejercen los partidos en materia electoral.
Así como el ciudadano común desearía, por ejemplo, tener remedios más baratos vendidos en supermercados, así no lo quieren ni las cadenas farmacéuticas ni los partidos políticos, que a través de sus representantes rechazan la propuesta en cuestión. Todo el proceso legislativo esta contaminado por este mal de fondo que es el limitado sistema electoral que nos rige.
Por eso afirman que no estamos en una crisis, cuando en verdad el país siente que esta forma de organizar su sistema legislativo es altamente inapropiado. La crisis se manifiesta cada día por los limitados alcances del sistema, su negativa influencia en el modo de legislar, la poca representatividad que induce y el descontento de una ciudadanía que encuentra mas atractivo el no votar.