Columna aparecida en Diario Estrategia, 24 de abril, 2013.
Se viven momentos de tensión y creciente confrontación en nuestra patria, con discursos descalificadores y recriminaciones que a veces rayan en lo insultante. Hay voces que tratan de subrayar solo las diferencias y que no privilegian el camino del encuentro, en una nacionalidad ansiosa de progreso, de paz y de unidad, ni tampoco el camino del diálogo y debate basado en buenas ideas e inspiraciones. Vuelven a cundir los slogans que, amenazantes, se convierten en la base del discurso político.
Preocupa Chile. Porque a sus éxitos innegables se debe también anexar una derrota indiscutible, ni siquiera haber intentado establecer mayor igualdad de oportunidades y una más justa distribución del ingreso. Así ha sido en las últimas tres décadas y eso sirve de caldo de cultivo para quienes quieren practicar la descalificación, los viejos estilos políticos y hasta el enfrentamiento, si ello se considera necesario.
Hay que aislar la violencia, la política superficial y el populismo; esos males permitieron llegar a situaciones insostenibles, con un pueblo que sufrió las consecuencias de malos gobiernos y de la violencia del Estado. Pero también tenemos que aislar al egoísmo, la arrogancia, la discriminación en un país con grandes estancos sociales. No más: hay que buscar un camino de encuentro nacional, de progreso hacia mejores días y de compromisos nacionales reales, que se basen en un pensamiento dirigido a las próximas generaciones.
La ciudadanía quiere conducción responsable y progreso real, no slogans ni defensa de intereses políticos o económicos subalternos. Todos queremos reemplazar la preocupación por Chile por un escenario de progreso y transparencia, por una política a la altura del Chile que todos ansiamos; pensando en el bien común como el capital más importante del que puede gozar un país y en una sociedad movilizada hacia el futuro.