Carta a Gran Maestro

CARTA A FELIPE CUITLÁHUAC  MARTÍNEZ ALCÁNTARA
Gran Maestro de la Logia de Nuevo León
P r e s e n t e

Durante más de veinte años, milité en las filas de “Obreros del Silencio”, número 1, Logia que junto con Constancia y Victoria, fue la roca sobre la cual se edificó la masonería nuevoleonesa. Mi incorporación a la orden no resultó fácil puesto que me decían que era necesario creer en un ser supremo y yo, desde la adolescencia, me había deslizado hacia el agnosticismo.

Luego de una plática en la que se me dijo que el concepto Gran Arquitecto del Universo englobaba todo lo que pudiéramos creer acerca del origen del mundo, aceptada mi respuesta, estrené mi pertenencia a la Orden.

Ahí encontré una tribuna sin cadenas ni limitantes, pues los demás miembros de la institución podían no estar de acuerdo conmigo, sin embargo, me escuchaban con paciencia y tolerancia. Con la arrogancia de la juventud, pensé que era hora de que la masonería se transformara en una asociación más dinámica y mayormente vinculada con la sociedad.

Pero no pensaba igual la mayoría de los hermanos. Desde adentro de mi propio taller, escuché las voces de advertencia de los más antiguos: “No somos un grupo de choque, para salir a la calle”. ¿Grupo de choque? Nadie habló de ello, ni esgrimió argumentos de violencia para que se nos diera esa respuesta.

Lo que queríamos es que la masonería nuevoleonesa tuviera voz y presencia en los asuntos trascendentales de la ciudad, del estado, de la nación y del mundo. Lo que deseábamos era que las ideas brillantes  y vibrantes que escuchábamos en tenida, no se quedaran sepultadas bajo el ritual de “guardar silencio de todo lo ocurrido.”

Sí, escuchamos una y otra y mil veces, hablar de las gloriosas intervenciones de la masonería en las luchas por la libertad de conciencias y por la liberación de los pueblos. Nos enorgullecía saber que tantas celebridades habían sido iniciadas en los misterios de la acacia. Sí. Pero, ¿nos contentábamos con disfrutar del recuerdo? ¿No era momento de escribir nuevas proezas en el momento en que nos haya tocado vivir?

En ese afán por querer renovar las estructuras mentales de los guardianes del pasado, colaboramos en las campañas para Gran Maestro de personajes progresistas, de capacidad y temple comprobados: Juan Olivas Franco (muerto en plena campaña), Humberto Ramos Lozano y Pablo Hernández Guzmán. 

Los tres compartían la misma profesión: maestros. Los tres coincidían en el pensamiento de avanzada. Los tres pregonaban una renovación masónica que le diera fuerza y vigencia, que le inyectara doctrina y evolución, a la orden.

El resultado de las elecciones fue contundente: No, a Olivas Franco. No, a Ramos Lozano. No, a Hernández Guzmán. La institución se resistió a cambiar.

Hace más de 20 años, me vi inmiscuido en un juicio por supuesta rebeldía del que fui absuelto gracias a la brillante defensa de Juan José González Fraustro, de inolvidable memoria. Pero, ahora por decisión propia, no regresé. Y, sí, me parecía cada vez más que la masonería estaba desvinculada del tiempo y que se había vuelto totalmente inocua.

Por ello, cuando el primero de este mes me topé con manifestantes que expresaban no estar de acuerdo con las reformas al artículo 24 constitucional y pregonaban su defensa a la educación laica, me sorprendió gratamente el saber que algunos de los participantes eran masones.

Luego, vi al Gran Maestro hacer declaraciones en un noticiero televisivo. Y entendí que, al fin, la masonería nuevoleonesa despertaba de su letargo y se unía a las grandes luchas del pueblo por conservar su laicismo y su libertad de creencia religiosa.

Por eso, le escribo estas líneas. Para expresarle mi felicitación y respeto. Y. a la vez, al pueblo masónico, pues se han roto los valladares y se han inscrito, usted y la masonería, al lado de una de nuestras libertades fundamentales: el laicismo educativo.

Con ello, se rinde homenaje al gran masón Benito Juárez, quien encabezó al grupo de reformistas que, enfrentándose al poder milenario y absolutista de la clerecía, pudo establecer en el país la separación estado-iglesia, lo que nos ubicó, en ese tiempo, en los tiempos de la modernidad.

Para finalizar, retomo la frase que esgrimió como lema de campaña para la Gran Maestría, Juan Olivas Franco: “Renovarse o morir”.

¿Se estará renovando la masonería de Nuevo León..?

Afectuosamente: Ramiro Estrada Sánchez                              febrero 13 de 2012