Quiero ser masón

By on mayo 29, 2016

Hemos dicho en otra parte que buscar a la Masonería puede tener varias causas y varias motivaciones. 

 No gastaremos el tiempo del lector analizando aquellas que se basan en el interés de posición y estatus social o de progreso material, lo cual en el fuero íntimo del aspirante a masón lo predetermina en su futuro próximo o lejano en caso de que logre ingresar, a estar en un lugar muy equivocado y por ende, a no encontrar lo que busca. Sólo el vacío y un profundo silencio será su respuesta final, la decepción y hasta el desconcierto.

 Nos enfocaremos en explicar, de hacer una aproximación, hacia aquellos que realmente esperan encontrar en la Logia aquel escenario en el que su progreso trascendental de su espiritualidad pueda ser una realidad.

Hay un viejo principio que indica que todos son llamados al progreso espiritual, sin falta, pero, no todas las personas poseen esa calidad especial que combina intereses de tipo trascendente frente a los de tipo práctico que producen individuos con más o menos escrúpulos frente a las situaciones de la vida y con una extrañísima iniciativa que los empuja a encontrar vida espiritual.

 Diríamos que el candidato ideal a formar parte de nuestra Logia masónica es aquella persona, hombre o mujer, que ha vivido diversas experiencias de las cuales ha llegado a una conclusión importante: nada o casi nada satisface una especie de vacío que ni la religión, la vida social, el trabajo por el trabajo, o la vida familiar, incluso, puede llenar. Una rara sensación de presentir que “algo más” debe haber en esta vida.

 Es un sentimiento de desasosiego permanente que solamente es ahuyentado por temporales vivencias, pero que de todas formas vuelve. Esa sensación se repite una y otra vez. Hay la consciencia de que la plenitud y la paz no se han afincado en su interior y que es necesario buscarlas con la idea de que se podráin hallar en su propio interior, pero no sabe cómo, no se encuentran herramientas verdaderamente efectivas para ir a ese encuentro.

 Hay una sospecha no muy clara de que la vida tal como la ofrece la sociedad contemporánea no entrega el equilibrio, la armonía interior y de hecho, no explica los elementos constitutivos del ser humano: puede observar que los menoscaba.

 Se habla en todas partes de fe y de esperanza desde una perspectiva plana, sin ningún tipo de análisis que pase cierto nivel o cuerpo de esquemas que permita la correlación individual profunda con el orden social o universal: la vida social es superficial.

El candidato ideal es aquella persona cuya formación moral es sólida y no le permite vivir en el cinismo o en el utilitarismo. 

 También, descubre el candidato que es una persona aislada en medio de gente capaz de hacer casi cualquier cosa por el lucro económico, por el envanecimiento egoísta de cualquier tipo y de la satisfacción de pasiones de todo tipo. Una persona con cierta decepción social con el sueño de encontrar en algún escenario desconocido una nueva forma de hacer las cosas en el que realmente se cultiven los valores humanos, en el que sea posible vivenciar nuevas realidades sin prevenciones, sin resquemores; un lugar o un grupo de personas que pueda apoyarlo en su crecimiento personal de manera permanente y con plena sinceridad.

 El candidato ideal debería ya haber hecho una exploración personal de las creencias religiosas, propias y ajenas, y haber encontrado en ellas múltiples baches de información y de principios que no permiten el análisis de las evidentes fisuras que ofrecen las doctrinas dogmáticas. Hay que creer o no creer, pero no se permiten interpretaciones.

Debería haber entendido que el mundo de la política en muchos casos es una ciénaga peligrosa y ante la cual hay dos opciones: arriesgar incluso la vida, o la moral… o apartarse incluso.

 Un buen candidato a la Masonería debería ya haber pasado por algún tipo de desolación muy profunda, por la soledad del espíritu, conocer el frío lunar de la indiferencia social y de la presión social inclemente…

 En fin, el mejor candidato es aquel que llega con profundas cicatrices hechas por la misma vida, o incluso con alguna que otra herida todavía sin sanar… Aquella persona que se ha atrevido a vivir, que ha reunido experiencias que le han dejado ver con claridad que hay una oportunidad para lograr la regeneración por el amor, de continuar en este mundo pero con otra visión.

 El candidato verdadero a la Masonería es aquel que sufre de una especie de asfixia espiritual que debe superar. No vemos cómo alguien pueda progresar en una buena Logia masónica si no se enfrenta a cuestionamientos de todo tipo en su ciclo vital y que en cualquier momento o edad logre comprender que debe trascender…

Y por último, el candidato debería poder ostentar un perfil de madurez de tipo intelectual (no intelectualoide) que le permita entender el camino que desea seguir.