El Presidente Chirac pronunció el pasado 17 de diciembre de 2003 un elocuente discurso sobre la laicidad, del que deseo entresacar algunos fragmentos:
"El debate sobre el principio de laicidad retumba en lo más hondo de nuestras conciencias. Mucho tiene que ver con la cohesión nacional, con nuestra aptitud para vivir juntos y con nuestra capacidad para comulgar en lo más esencial.
La laicidad garantiza la libertad de conciencia. Protege la libertad de creer o de no creer. Garantiza a cada uno la posibilidad de expresar y practicar su fe de forma tranquila, libre y sin la amenaza de imposición de otras convicciones u otros credos. Con ella, la República y sus instituciones protegen a hombres y mujeres venidos de todos los rincones delmundo, de todas las culturas, en la práctica de sus credos. La República, abierta y generosa, es el lugar privilegiado del encuentro y del intercambio, donde todos se encuentran para aportar lo mejor a la comunidad nacional. Es la neutralidad del espacio público la que permite a diferentes religiones coexistir en armonía.
No se puede tolerar que, bajo el paraguas de la libertad religiosa, se cuestionen las leyes y principios esenciales. La laicidad es una de nuestras grandes conquistas. Es un elemento crucial de la paz social y de la cohesión. No podemos dejar que se debilite. Debemos trabajar para consolidarla".
La libertad y el principio de tolerancia, así como el respeto de las conciencias desembocaron, tras una larga y ardua lucha, en una separación de las religiones o iglesias y la autoridad política. Un multisecular maridaje entre la autoridad religiosa y la política había conducido a una mezcla de elementos heterogéneos cuya unión se había mantenido a costa de la opresión, la violencia y la esclavitud de las conciencias.
La ilustración y la materialización de sus principios en los textos constitucionales, tanto americanos como europeos desde finales del siglo XVIII, vino a proclamar la estricta separación entre las iglesias y el Estado como condición sine qua non para el triunfo de la libertad y de los derechos del hombre. Sin embargo, esta estricta separación o proclamación laica del poder secular no debe confundirse con el anticlericalismo que algunos defendieron con una virulencia propia del fundamentalismo religioso de sus supuestos adversarios.
La religión es una dimensión íntima del ser humano, forma parte de su libre e ilimitada reflexión sobre el sentido existencial y no puede, por ende, ser objeto de vilipendio o desdoro, sino de profundo respeto cuyo libre ejercicio debe proteger el Ordenamiento Jurídico.
Dicho lo anterior, es necesario renovar en nuestros días la naturaleza laica del Estado para que los ciudadanos, que son soporte soberano del mismo, vivan libre y pacíficamente.
Nuestra moderna sociedad no es contraria al desarrollo de la dimensión espiritual del ser humano, pero sí a todo intento, directo o indirecto, de condicionar la vida individual o social de los ciudadanos. La espiritualidad, considerada en sentido amplio, no se puede identificar con el fenómeno religioso positivo, revelado e investido de poder. La Francmasonería que cree profundamente en la capacidad de progreso y mejora del ser humano, fomenta su desarrollo espiritual desde una perspectiva iniciática, que se traduce en una vivencia ciudadana tolerante y abierta, justa y receptiva, defensora de la libertad y celosa de los derechos de todos.
Creemos necesario el impulso de la espiritualidad laica y de sus valores propios: Derechos Humanos, libertad, justicia, solidaridad y un sentido libre de la trascendencia, y para esto es necesario evitar todo tipo de alianza con las iglesias que confunda a Dios con el César y que privilegie a unas respecto de otras. La Francmasonería y su espiritualidad no establecen límites al progreso de búsqueda de quienes se inician en ella al no establecer dogmas ni imponer un magisterio definidor de verdades o reglas morales. Por esto, quienes se acercan al Arte Real, con una determinada convicción religiosa o sin ella, deben estar dispuestos a convivir con los demás, y a vivir sus convicciones desde una madurez humana lejana de todo planteamiento integrista o fundamentalista. Sólo así es posible la unión entre hombres y mujeres que de otro modo hubieran permanecido ajenos e indiferentes los unos de los otros.
En el momento presente, tambien en España se ha recuperado el discurso político y social sobre la laicidad, con motivo de la Constitución Europea. Tras las últimas elecciones generales, el nuevo Gobierno ha adoptado diversas medidas tendentes a reforzar la aconfesionalidad del Estado proclamada en la Constitución de 1978. Es conveniente pues, que sin apasionamientos y en el marco de la igualdad suprema proclamada por nuestra Carta Magna, se aborde de nuevo este tema, pendiente desde la transición, y retomar un diálogo plural y fructífero que reconozca la multiplicidad de la sociedad española y se deslinden ámbitos, como el religioso y el secular, de naturalezas diferentes.
Asimismo, la actual situación de financiación de la Iglesia Católica a cargo del Erario público no se compadece con las exigencias de la justicia ni con la voluntad del constituyente. El Estado sólo puede subvencionar o financiar actividades de relevancia social con independencia de sus autores, pero no puede ni debe sufragar la propia actividad apostólica de las iglesias, las cuales deben hacerse cargo de su propio sostenimiento, garantizando también de este modo, su propia independencia.