La época: en otro tiempo.
El lugar: un antiguo Imperio del que hoy no queda más que la memoria.
El héroe: Mollah Nassreddin, personaje mítico del folkrore de Oriente Medio, conocido por todos los pueblos islámicos. De apariencia sencilla, Nassreddin oculta bajo su condición de bufón una sabiduría sin igual. El humor es su arma predilecta. En el momento del relato Nassreddin vive en un exilio voluntarioen los confines del Imperio. El Emperador Timor había abandonado, algunos años antes, los asuntos oficiales dejándolos en manos del Gran Sacerdote Damcha, un anciano despiadado que so pretexto de hacer respetar la Ley se convierte en un infame tirano.
El viaje de Nassreddin en el laberinto del espejo le permite desarrollar una fábula que, más que al pasado, concierne al presente y al futuro del hombre. Entre líneas y con el humor propio del folklore islámico, el autor –también él un exiliado del Imperio- deja entrever la amargura de una generación que había creído en la posibilidad de un Irán moderno.
El autor: Ferevdoun Hoyeda nació en 1924 en Damasco, Siria, en la familia de un diplomático iraní. Agregado de prensa de la Embajada iraní en Francia, comienza a trabajar para la UNESCO. Integrado en el Ministerio de Asuntos Extranjeros es enviado como embajador de Irán ante las Naciones Unidas. Cuando Jomeyni se alza con el poder solicita el asilo político y se instala definitvamente en Nueva York .
Un extracto del texto: Las reflexiones de Nassreddin.
- Después de saborear tanta lisonja yo me reía para mis adentros al imaginar las ingeniosas réplicas que tú habrías lanzado. Los aduladores creían tener éxito con sus intentos pero en realidad, las monedas que con rapidez escondían bajo sus amplios mantos iban dirigidas a ti, Nassreddin. ¡Lo que te has perdido! El tesorero fruncía las cejas en señal de desaprobación pero yo, amigo mío, no sentía ningún embarazo prodigándome tan espléndidamente después de haberme creído capaz de igualar tu agudeza, lo que me llenaba de alegría. Un día en que mi fé vaciló y sentí como un peso en mi corazón decidí escribir algunos cuartetos. El Gran Sacerdote, que se encontraba junto a mí, se deshizo al momento en melindrosas palabras sobre la elevación de mi pensamiento y la elegancia de mis rimas. Pero yo sabía que no era verdad y me decía a mí mismo que, de haber estado tú presente, no habrías podido retener tu lengua y yo te habría mandado con seguridad a pasar la noche al calabozo. Al día siguiente recité otro cuarteto delante de Damcha y coseché adulaciones aún más floridas. Entonces me dije: "si Nassreddin hubiera estado presente se habría levantado para abandonar la sala. Entonces yo le habría preguntado: ¿a dónde vas? Y él habría respondido: ¡a pasar la noche en la prisión!" ¿Ves, amigo mío, lo bien que te conozco?
- Justamente, oh Rey, dos caminos se abren delante de Vuestro humilde esclavo: unirse al rebaño de los aduladores o apartarse de él mientras el tiempo se lo permita. Pero en el momento en que Vuestra Majestad decida hacer venir al Gran Sacerdote para encomendarle el cargo de Vizir, estimaré que ese tiempo se ha cumplido.
- Por cierto, Nassreddin, hace tiempo que quiero preguntártelo, ¿de dónde viene esa enemistad entre tú y Damcha? Nunca te parece bien lo que hace y me consta que él no te lleva precisamente en su corazón.
- ¿Vuestra Majestad se dignaría prometer no ser severo con Su humilde esclavo? La respuesta a esa pregunta puede llegar a parecer una crítica sobre la elección que Vuestra Majestad ha hecho.
- Puedes hablar con toda franqueza.
- Vuestra Majestad conoce muy bien mi naturaleza profunda de hombre comprometido con la Verdad. Y los enemigos de la Verdad temen a sus defensores más que a nadie.
- Veamos, Nassreddin, Damcha no desea otra cosa que restablecer la Ley de Alá en toda su pureza, librar al Imperio de las influencias extranjeras. Es un siervo de Dios, un hombre piadoso.
- Un falso devoto, Majestad. Deforma nuestra Santa Religión hasta el punto de transformarla en un instrumento para la injusticia.
- ¿Qué estás diciendo?, interrogó Timor frunciendo el ceño.
- ¿Lo véis, Señor? Mis palabras os disgustan ya. Con Vuestro permiso, voy a callarme.
- ¡Te ordeno que hables!
¡Que la voluntad de Vuestra Majestad sea cumplida! He viajado a lo largo de Vuestro gran Imperio y por todas partes este humilde esclavo no ha oído sino quejas, sofocadas sólo por el miedo. Esto es debido a que la imposición estricta de un literalismo legalista conduce siempre a la adopción de una ortodoxia opresiva. Recordad las palabras de Alá, tal como las transmite el Libro: "Hemos pedido a los Cielos, a la Tierra y a las Montañas que guarden nuestros secretos; todos han rechazado asumir el compromiso, todos han temblado por recibirlo. Pero el Hombre acepta encargarse de ellos; es un violento y un inconsciente". En el caso que nos ocupa, ¿qué es lo más importante, atenerse a la apariencia literal, a los aspectos puramente legalistas, o bien comprender el sentido profundo, la verdad escondida? Todos los grandes filósofos y los grandes santos nos enseñan que la religión positiva y legalista, privada de su dimensión espiritual, la Haqîqat, y de su sentido esotérico, el Batîn, se vuelve opaca y servil. ¿Qué valor tienen unas leyes que sólo se obedecen por el miedo a las represalias del poder secular? ¿Cómo puede un Gran Sacerdote transmitir la palabra divina y ejercer al mismo tiempo el poder de un príncipe? Alá no es ni un policía ni un administrador. Él es Único, el Todopoderoso, el Compasivo. Por eso ha creado a los Emperadores y a los hombres de religión por separado, sin confundirlos. Cada vez que en el pasado del Imperio los hombre de religión han querido usurpar las funciones del gobernante, han conducido el Imperio a la confusión y a la anarquía, a la injusticia y a la opresión. Y así debe ser ya que sólo Alá es el Todopoderoso. Confundir el sacerdocio con el ejercicio del poder es un sacrilegio y se opone a la voluntad divina. Por eso Vuestro esclavo considera al Gran Sacerdote como un falso devoto. Y a causa de mi interpretación, que conoce desde hace mucho tiempo, el Gran Sacerdote no me tiene precisamente en su corazón.