Extracto de su “Oración por la dignidad del Hombre”

Giovanni Pico della Mirandola nació en Mirandola (italia), en 1463 y murió en Florencia, en 1494. Durante sus 31 años de existencia, dotado de proverbial memoria, llegó a convertirse en uno de los más notables eruditos de Europa, buen conocedor del hebreo y del árabe. Frecuentó la Academia platónica florentina de Marsilio Ficino, fué amigo y colaborador de Savonarola y tambien perseguido por la curia papal a partir de la publicación, en 1486, de sus "Conclusiones filosóficas, cabalísticas y teológicas" . En esta obra enciclopédica exponía, mediante 900 tesis, su convicción de que el cristianismo venía a reunir los principios filosóficos y teológicos de todas las civilizaciones anteriores.

Tengo leído, Padres honorabilísimos, en los escritos de los árabes, que el sarraceno Abdaláh, interrogado sobre qué es lo más digno de admiración que se ofrece a la vista en este a modo de teatro que es el mundo, respondió que ninguna cosa hay más admirable de ver que el Hombre. Va a la par con esta sentencia aquél dicho de Mercurio: "Gran milagro es el Hombre, oh Asclepio".

Revolviendo yo entre estos dichos y buscando su razón, no llegaba a convencerme todo eso que muchos aducen sobre la excelencia de la naturaleza humana; a saber: que el hombre es el intermediario de todas las criaturas, emparentado con las superiores y rey de las inferiores que, por la perspicacia de sus sentidos, por la penetración inquisitiva de su razón y por la luz de su inteligencia, es intérprete de la naturaleza, cruce de la eternidad inmóvil con el tiempo fluyente, cópula del mundo (como dicen los persas) y algo así como su himeneo. Un poco inferior a los ángeles, en palabras de David..

Siendo muy grande todo esto ciertamente, no es lo principal atribuirle el privilegio de excitar con justicia la máxima admiración. ¿Por qué no admirar más a los mismos ángeles y a los beatísimos coros celestiales? A la postre me parece haber entendido por qué el hombre es el ser vivo más dichoso, el más digno, por ello, de admiración, y cuál es la condición que le ha caído en suerte en el conjunto del Universo, haciéndole capaz de despertar la envidia, no sólo de los brutos, sino de los astros y de las mismas inteligencias supramundanas: increíble y admirable. ¿Cómo no, si por esa condición, con todo derecho, es calificado y reconocido el hombre como "gran milagro y animal admirable"?

Oíd Padres, con oídos atentos, y poned toda vuestra humanidad en aceptar nuestra idea:
Ya Dios,el gran Arquitecto y Padre, había fabricado esta morada del mundo que vemos, templo augustísimo de la divinidad, con arreglo a las leyes de su arcana sabiduría, embellecido la región superceleste con las inteligencias, animado los orbes etéreos con las almas inmortales, henchido las zonas excretorias y fétidas del mundo inferior con una caterva de animales y bichos de toda laya.
Pero, concluido el trabajo, buscaba el Artífice alguien que apreciara el plan de tan grande obra, amara su hermosura, admirara su grandeza. Por eso, acabado ya todo (testimonio dieron de ello Moisés y Timeo), pensó al fin crear al hombre. Mas ya no quedaba, entre los modelos ejemplares, una nueva raza que forjar, ni había en las arcas más tesoros que legar en herencia al nuevo hijo, ni en los escaños del orbe entero un sitial donde asentarse el contemplador del universo. Ya estaba todo lleno, todo distribuido por sus órdenes máximos, medios e ínfimos.
Ciertamente, no podía fallar por agotamiento la potencia creadora del Padre en este último parto. No iba a fdesfallecer la sabiduría. No toleraría el amo dadivoso que aquél que iba a ensalzar la divina generosidad en los demás, se viera obligado a condenarla en sí mismo.
Decretó al fin el supremo Artesano que, ya que no se podía dar nada más como propio, fuera común lo que a cada cual se le había otorgado en propiedad. Así pues, hizo del hombre hechura de una forma indefinida, y, colocándolo en el centro del mundo, le habló de esta manera:
"No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni una actividad peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen y los trabajos que desees para ti, los tengas siendo dueño de tu propia decisión y elección. Los demás tendrán una naturaleza constreñida por ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a límites angostos, te la definirás según tu arbitrio, del que hice que dependieras.
Te coloqué en el centro del mundo para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en él. No te hicimos celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo según tus propios gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás elevarte hasta las cosas divinas por tu propia decisión."

¡Oh sin par generosidad de Dios Padre, altísima y admirable dicha del hombre! Al que le fue dado tener lo que desea, ser lo que quisiere. Los brutos, nada más nacidos (como dice Lucilio), ya traen desde del vientre de su madre lo que han de poseer. Los espíritus superiores, desde el comienzo, o poco después, ya fueron lo que han de ser por eternidades sin término. Al hombre, en su nacimiento, le infundió el Padre toda suerte de semillas, gérmenes de todo género de vida. Lo que cada cual cultivare, aquello florecerá y dará su fruto dentro de él (...)".

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