El contubernio judeo-masónico

Masonería: conturbernio judeo-masónicoLa bibliografía relacionada con la Masonería y el Judaísmo es tan copiosa como —en muchos casos— carente de valor, y abarca toda una amplia gama de literatura que va desde los libros y revistas especializados a los simples artículos de prensa, folletos, hojas y panfletos.

Hay quienes se preguntan si la Francmasonería es judía; otros identifican sin más a los masones con los judíos, o a éstos con la tolerancia moderna, o con el odio a la Iglesia. Estas características del peligro judeomasónico contra la Iglesia católica y algunos países en concreto, como, por ejemplo, España, han sido copiosamente cultivadas, entre otros, por Vicente de la Fuente en su Historia de las Sociedades Secretas antiguas y modernas, y especialmente de la Francmasonería (Madrid, 1874); Tirado y Rojas, La Masonería en España (Madrid, 1893), y Las Tras-logias (Madrid, 1895), y Nicolás Serra y Causa,El Judaísmo y la Masonería (Barcelona, 1907), en los que domina la idea fija de que el Judaísmo es el padre y origen de la Masonería y de cuanto de malo y revolucionario ocurre en el mundo.

Por lo que respecta a Francia, hay que citar a J. Bertrand, La Francmasonería. Secta judía nacida del Talmud (París, 1909) y, sobre todo, a monseñor Jouin, uno de los cerebros del antisemitismo más exacerbado, con su obra, ampliamente difundida y traducida, El peligro Judeo-Masónico. La Judeomasonería y la Iglesia Católica (París, 1921), donde analiza a los fieles de la contra-iglesia, es decir, a los judíos-masones, así como sus actos, con una explicación simplista y parcial de la actitud anticlerical adoptada en Francia por el Gran Oriente en los años de auténtico enfrentamiento dialéctico religioso.

Otro de los preocupados por la judeomasonería fue León de Poncins, con una serie de trabajos tan obsesionantes y de tan escaso valor como los de monseñor Jouin. Entre las obras de Poncins editadas en España hay que destacar la titulada Las fuerzas secretas de la Revolución. Francmasonería y Judaísmo (Madrid, 1936). Por esos años, Teodoro Rodríguez publicaba sus Infiltraciones y juedomasónicas en la Educación Católica (Madrid, 1932), y V. Justel Santamaría su obra Bajo el yugo de la Masonería judaica (Sevilla, 1937). En 1940, Juan Segura Nieto editaba un librito titulado ¡Alerta! ¡Francmasonería y Judaísmo!, que enlaza precisamente —al igual que las obras de Poncins— con un tipo de literatura, publicada también en Alemania y Francia, de autores como Erich Schwarzburg y Georges Virebeau, donde se estudia la guerra civil española del 36 como fruto de la complicidad judeomasónica, por una parte, y de la judeobolchevique, por otra.

En la misma línea habría que citar a autores como Tusquets, Carlavilla, Comín Colomer y, sobre todo, el marqués de Valdelomar y César Casanova, en los que la obsesión constante del peligro judío y de sus identificación con la Masonería alcanzan límites verdaderamente patológicos.

Dentro de los tópicos desarrollados por un cierto tipo de literatura antihebráica y antimasónica identifica a la masonería con el judaísmo internacional o el peligro judeo-masónico contra la Iglesia católica. Pero en la mayor parte de los casos la única fuente de información son los célebres Protocolos de los Sabios de Sión en donde la Masonería es señalada como uno de los medios utilizados por los judíos para apoderarse de las palancas del mando de la sociedad.

Los Protocolos

En 1905 un ruso, Sergei Aleksandrovick Nilus, publicaba en la imprenta de Tsarcoïe Selo, un libro. En el prefacio declara lo siguiente: «En 1901, conseguí de una persona que yo conocía… un manuscrito que puso a mi disposición, en el que, con una precisión y una verdad extraordinarias, se exponía el desarrollo de la conjuración judeo-masónica mundial, que debe conducir a nuestro corrompido mundo a su inevitable ruina. Este manuscrito, bajo el titulo general Protocolos de los Sabios de Sión, lo someto aquí a todos los que deseen entender, ver y comprender».

En otoño de 1919, un alemán, el capitán Müller von Hausen tradujo, bajo el seudónimo de Gottfried zur Beck, los Protocolos dedicado «a los príncipes de Europa» como advertencia para que se pusieran en guardia contra la conspiración judía que amenaza a los tronos y altares. Esta edición de los Protocolos fue patrocinada por la nobleza alemana y apoyada por el príncipe Otto von Salm, el príncipe Joaquín Alberto de Prusia y el propio ex-kaiser Guillermo, que denunciaban sin cesar el peligro judío y veían en los Protocolos la explicación de las desgracias de Alemania.

El éxito editorial de los Protocolos es indiscutible. Sin embargo, cuando se analiza críticamente ese plan de reorganización de la sociedad llama la atención su simplismo.

Maquiavelo y Napoleón III  

Todas las fuentes de los Protocolos son conocidas nada menos que desde 1921. Los días 16, 17, 19 de agosto de ese año el Times publicó toda la historia. Su corresponsal de Constantinopla había encontrado en una caja de libros, abandonada por un oficial del antiguo ejército del Zar de la policía política, la Ojrana, un volumen escrito en francés. Al leerlo, se dio cuenta que contenía pasajes estrictamente paralelos al texto de los famosos Protocolos. Se trataba de una obra del abogado parisino Maurice Joly, titulada Diálogo de los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la política de Maquiavelo en el siglo XIX. Estaba publicada en Bruselas por A. Mertens el año 1864 y tenía un total de 337 páginas más una advertencia de tres fechada en Ginebra el 15 de octubre de 1864. Se conservan ejemplares de esta edición, entre otras, en la Biblioteca Real de Bruselas (Cota: III. 2151).

El fin de toda la obra no es otro que dirigir una violenta sátira contra la política de Napoleón III. El nombre de Napoleón sin embargo no es pronunciado ni una sola vez. Es Maquiavelo el que habla en su lugar. Montesquieu juega el papel de hombre honesto al que escandalizan la hipocresía y el cinismo de su interlocutor. Así pues, estas declaraciones de Maquiavelo que representa la aborrecida política de Napoleón III, son las que el militar perteneciente a la policía del zar plagió componiéndolas a su manera para acabar presentándolas como los «Protocolos de los Sabios de Sión». La política de Napoleón III no pretendía la destrucción mundial; no tenía nada de bolchevique.

La conclusión es clara: Una obra que encaja en las circunstancias concretas del medio ruso con un escrito apócrifo destinado a desacreditar a los judíos y sus compañeros de viaje los masones.

Todo esto se sabe desde 1921, pero sigue ignorándose en nuestros días. Los Protocolos se siguen publicando y se sigue creyendo en esa fabulación.

Extractado de: José A. Ferrer Benimeli (Universidad de Zaragoza), El contubernio judeo-masónico-comunista, Madrid, 1982, pp. 135- 190.

 

 

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