Uno de los casos más grotescos de la dura polémica entre la Iglesia católica y la masonería a finales del siglo pasado, y que dio origen a la leyenda del satanismo en la masonería, es el de Leo Taxil, francés, cuyo verdadero nombre era Gabriel Jogang Pagés, nacido en 1854 en Marsella. A los 19 años comenzó su doble carrera de periodista y fumista. Llegó a movilizar varias chalupas con más de un centenar de soldados armados de arpones para buscar los tiburones que infestaban la rada de Marsella. Numerosos pescadores habían dirigido cartas angustiosas a las autoridades de la zona. Poco después se supo que los tiburones sólo existían en la imaginación de Léo Taxil, que era quien había escrito todas las cartas. Por esas fechas estaba de redactor en un periódico sensacionalista La Marotte que acababa de ser prohibido por delito contra las buenas costumbres. Más tarde, Taxil, condenado a ocho años de prisión, logró huir a Ginebra, donde reincidió. Las sociedades de eruditos y de arqueología de toda Europa recibieron la sorprendente noticia de que las ruinas de una ciudad romana aparecían bajo las aguas del lago Leman. Una vez más Léo Taxil se había vuelto a reír de la opinión pública.
Aprovechándose de una amnistía, Léo Taxil volvió a Francia y se manifestó como un gran anticlerical. Extraordinariamente prolijo acumuló una gran fortuna con títulos como «Pío IX ante la Historia, su vida política y pontifical; sus vicios, sus ídolos, sus crímenes», etc. Read more

Juan Gris (1887-1927) fue iniciado el 2 de febrero de 1923 en la Logia Voltaire del Gran Oriente de Francia. Pasó al grado de compañero el 18 de febrero de 1924 y al de maestro el 27 de febrero de 1925
El franquismo no hizo sino agravar e intensificar la fobia y la saña que los fascismos europeos de los años veinte y treinta habían lanzado ya contra la Masonería. En esta represión, ningún dictador como Franco ha llegado tan lejos en el acoso y métodos empleados, hasta convertir el antimasonismo en un «leit-motiv» de su régimen, bajo la teoría del «contubernio».
La institución masónica puede ser catalogada como decidida partidaria de la Ciencia y de sus avances sin ningún tipo de recelos. No podía ser de otro modo. Uno de los grandes principios masónicos, grabados en el frontispicio de su edificio filosófico, es el progreso de la humanidad. Consecuente con ello, todo lo que suponga un avance social, una mejora material o espiritual del común de los hombres, y la Ciencia proporciona multitud de ejemplos, recibe los beneplácitos de la masonería. Con mayor o menor explicitud, esas ideas pueden encontrarse en las declaraciones de principios y textos básicos de las diversas Obediencias masónicas. 
La Royal Society se origina cuando doce hombres cultivados adoptaron la costumbre, poco después de 1640, de reunirse esporádicamente en Londres para conversar y discutir en la residencia de uno de ellos o bien en una taberna próxima al Gresham College. Al poco tiempo, bajo patrocinio del monarca, decidieron crear una asociación para el estudio de los mecanismos de la naturaleza.
