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El Holocausto masónico en la España de Franco

Cubierta del sumario del Tribunal Espcial para la Represión de la Masonería y el comunismo contra Lluís Companys - TERMC Sumario 188Según acertada frase del conocido intelectual español Francisco Umbral los masones fueron los “judíos” de Franco. Si bien la rebelión militar contra la República Española del 18 de julio de 1936 acabó con todas las libertades democráticas para instaurar una férrea dictadura, sus efectos sobre los diferentes estamentos sociales y políticos de España fueron notablemente diferentes en función de las obsesiones particulares del que acabo siendo su jefe, el dictador General Franco.

Naturalmente que todos los partidos políticos democráticos, sindicatos, instituciones regionales nacionalistas, medios de comunicación e incluso sectores eclesiásticos, que fueran declarados desafectos al régimen, quedaron suprimidos y sus componentes perseguidos en represión de mayor o menor monto según circunstancias. Pero, para valorar hoy el alcance de las implicaciones del Estado Español para que éste asuma sus responsabilidades y reparaciones, no se puede englobar a todos los ciertamente perjudicados por la guerra civil, sino que la reparación solo puede alcanzar a aquellas personas e instituciones que de una manera específica fueron objeto de persecución como consecuencia de leyes y disposiciones explicitas que hoy, en la democracia existente en la Unión Europea, serían consideradas ilegales e injustas y que fueran creadas expresamente contra las mismas, como en el caso de las del régimen del General Franco en su persecución de la masonería y de los masones.

Para reparar los daños causados, al amparo de la Constitución Española de 1978, se han venido aplicando en España normas de amnistía política a las personas, de reconocimiento de derechos a militares pertenecientes al Ejército Republicano, de restitución a favor de los actuales Sindicatos de bienes y derechos del denominado patrimonio histórico sindical (Ley 4/1986 de 8 de enero)2 y finalmente de restitución o compensación a los Partidos Políticos por sus bienes y derechos incautados (Ley43/1998 de 15 de diciembre)3, y en algunos casos, como por el Parlamento de Cataluña en diciembre del 20004, de indemnizaciones para todos aquellos que por un motivo u otro hubieran sufrido prisión en España o reclusión en los campos de concentración de Francia y de la Alemania nazi.

Por lo que puede afirmarse que hoy solo es con la Masonería con quien el Estado Español tiene aun pendiente el reconocimiento de su culpa, la reparación del daño material ocasionado y el retorno del patrimonio mobiliario e inmobiliario incautado. En este sentido el actual Estado Español Democrático, que ha querido dotarse de una legalidad de transición progresiva, debería ya de haber legislado las compensaciones por la persecución genocida contra la masonería, y ello quizás antes que a otros estamentos, pues puede pensarse que se ha atendido más al peso y fuerza política que no a la razón material y moral.

En una valoración cuantitativa y cualitativa de la acción represiva de la Dictadura resulta que ningún partido político, ninguna ideología, es tantas veces específicamente nombrada en ordenes persecutorias, y encausada delictivamente, como la Masonería. De hecho, además de quedar englobada en todas las referencias generales sobre los “enemigos del Estado”, le fueron de aplicación un sinnúmero de disposiciones represivas particulares, y ello ya desde el
mismo momento del origen de la revuelta militar hasta el final de la Dictadura.

Cronológicamente se detallan a continuación los eventos jurídicos que conformaron el holocausto de la masonería perpretado por el Estado Español de Franco:

18 de julio de 1936

Ya en el mismo día en el que se inicia la rebelión, y en consecuencia la Guerra Civil de España, el General Franco desde el avión que lo traslada de Canarias a Tetuán para tomar el mando del ejercito faccioso de África, redacta una curiosa proclama cuyo interés viene dado por el hecho de utilizar en este caso un léxico y filosofía puramente masónico:…la Constitución por todos suspendida y vulnerada sufre un eclipse total: ni igualdad ante la ley, ni libertad aherrojada por la tiranía, ni fraternidad cuando el odio…justicia igualdad ofrecemos, libertad y fraternidad…5

Pero llegado Franco a Marruecos ya aprobó la ejecución de su primo hermano masón el Comandante Lapuente Bahamonde que en el aeropuerto de Tetuán se había opuesto a la rebelión. Esto es un ejemplo de la compleja personalidad de Franco, que a pesar de los muchos estudios históricos realizados, nunca ni se ha podido explicar sus implicaciones y conocimientos de la masonería ni el porque de su enfermizo odio y aversión hacia la misma. También en el mismo día, y en Santa Cruz de Tenerife6, de la Provincia de la que era comandante militar Franco, fue ocupada por la organización fascista española “La Falange” la Logia Tinerfe, y todos los masones detenidos “in fraganti” fueron fusilados en las primeras horas del golpe militar y unos días
después, el 30 de julio, abierta la Logia al público para visitar la sala de reflexión del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, previo pago de 50 céntimos, que con sus velas, calaveras, azufre, etc., sacado todo ello fuera de contexto, servía de propaganda para mostrar la “maldad” de los masones.

19 de julio de 1936

Al día siguiente de la rebelión se proclama en el Norte de España un Bando7 del General Mola declarando el Estado de Guerra donde anuncia:…quedan sometidos a la jurisdicción de guerra y tramitados por procedimientos sumarísimos….los delitos de desacato injuria calumnia …al personal militar…los dirigentes de las entidades que patrocinen ,fomenten o aconsejen tales delitos…no precisará intimación ni aviso para repeler por la fuerza…-y el General Saliquet en la Ciudad de Valladolid añade…se tendrá en cuenta la misma norma para impedir los intentos de fuga… Este General Saliquet será después de la Guerra Civil el primer presidente del Tribunal para la Represión de la Masonería8. En este ambiente seguiría la declaración del General Mola del 18 de agosto de 1936: …en este trance de la guerra yo ya he decidido la guerra sin cuartel. Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo…. Naturalmente en este contexto los masones fueron los primeros en ser fusilados.

28 de julio de 1936

Es creada por los rebeldes una llamada Junta de Defensa Nacional ésta emite una Orden9 represiva que engloba la masonería y a todo aquello que arbitrariamente consideren los militares y fascistas como sus enemigos:

…quedan sometidos a la jurisdicción de guerra y sometidos a procedimiento sumarísimo…los delitos contra las personas por móviles políticos o sociales…los realizados por medio de la imprenta u otro medio cualquiera de publicidad… 
Esta Junta de Defensa Nacional se dirige10 el 31 de agosto y el 8 de septiembre a los Tribunales del Ejército y la Marina para
que procedieran en los juicios con la mayor rapidez posible. A partir de este momento se instaura un régimen de terror y persecución indiscriminada, sin ninguna garantía jurídica, en simulacros de tribunales dirigidos por militares, situación que se mantendrá luego durantes décadas.

15 de septiembre de 1936

Y a solo dos meses después del inicio de la rebelión Franco ya emite y firma la primera disposición directamente dirigida contra la Masonería y que dice 11:

Artículo 1º.- La francmasonería y otras asociaciones clandestinas [más adelante queda probado que se refería a los clubes rotarios y sociedades teosóficas] son declaradas contrarias a la Ley. Todo activista que permanezca en ellas tras la publicación del presente Edicto será considerado como crimen de rebelión.

Artículo2º.-El cobro o pago de cotizaciones a favor de dichas asociaciones serán considerados como crimen de rebelión, sin perjuicio de la multa de
5000 pesetas que puede ser además impuesta por la Junta de Defensa Nacional.

Artículo 3º.- Toda pieza de identidad, recibos, correspondencias, emblemas, etc. deberán ser quemados por sus poseedores en los tres días siguientes a la publicación del presente Edicto; pasado este plazo, el descubrimiento de dichos objetos, sea en la persona de los interesados, sea en su casa, será considerado como crimen grave de desobediencia, sin perjuicio de la multa de 10.000 pesetas fijada por la Junta por este motivo.

Artículo 4º.- Los escritos de propaganda relativos a las asociaciones en cuestión serán considerados incursos en el Artículo 7 del Decreto del 3 de Septiembre último y deberán ser destruidos en un plazo máximo de tres días por sus poseedores.

Artículo 5º.- Los inmuebles pertenecientes a las susodichas asociaciones serán confiscados por mis representantes y aplicados al uso que ellos determinen. Las casas alquiladas serán igualmente evacuadas y puestas a disposición de sus propietarios respectivos.

Aunque los fusilamientos y aniquilación de la Masonería comenzaron desde los primeros instantes de la sublevación militar es a partir de este Edicto que se oficializa legalmente la cruzada antimasónica. Durante el año 1936 fueron “depurados” todos los militares masones, y
hay que recordar que ya en 1935, siendo Franco Jefe del Estado Mayor ya cambio de destino a seis generales considerados como tales. Son expresivos, como ejemplos históricos de la represión, el fusilamiento en los primeros días de la rebelión de treinta masones de la Logia Helmatia de Salamanca, treinta de la Constancia de Zaragoza, quince de la Zurbano de Logroño, siete de la Libertador de Burgos, siete de la Joaquín Costa de Huesca, diecisiete de la Hijos
de la Viuda de Ceuta, veinticuatro de la Trafalgar de Algeciras, nueve de la Resurrección de La Línea, tres de la Fiat Lux de La Línea. En Málaga lo fueron ochenta presos políticos, fusilados bajo la pena de ser masones.

El periódico ABC del 23 de septiembre 193612 publica la siguiente noticia de Granada:… se apoderaron de los ficheros de las dos logias masónicas que existían en la capital e hicieron prender a todos los masones. En camiones los trasladaron al vecino pueblo de Viznar, donde fusilaron a los venerables, y después de tener encarcelados varios días a todos los demás los condujeron al campo y les obligaron a cavar sus propias sepulturas, tan pronto las terminaban eran muertos a tiros… Salvo raras excepciones todos los masones, y en muchos casos sus allegados también, que no habían podido huir de la zona controlada por la rebelión fueron fusilados. Read more

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Masones, los constructores de catedrales

MasonesMaestros de obras y albañiles crearon las grandes catedrales góticas y sus ritos dieron origen a la moderna masonería.

Por José Luis Corral. Universidad de Zaragoza, Historia NG nº 102

Durante siglos, en la Edad Media cristiana, los edificios se erigieron con materiales bastos y efímeros, como el adobe o la madera. Eran construcciones por lo general de poca altura, de proporciones modestas, oscuras y poco resistentes. Quedaban muy lejos los tiempos del Imperio romano, con sus expertos ingenieros capaces de levantar espléndidos edificios en piedra: murallas, anfiteatros, templos, termas, acueductos, puentes… No fue hasta el siglo XI cuando la contemplación de esos modelos de la Antigüedad inspiró una arquitectura que volvía a basarse en la piedra y que imitaba las soluciones arquitectónicas del ilustre pasado romano como el arco de medio punto, la bóveda de cañón y la de aristas. Así pudieron construirse edificios «al estilo romano» –de ahí el término de arte románico– como no se habían vuelto a erigir desde hacía siglos: castillos, puentes y palacios, iglesias y ermitas, y, sobre todo, catedrales. Décadas más tarde, el gótico dio un nuevo impulso a la arquitectura en piedra. Un nuevo tipo de arco, el ojival, permitió cubrir de vidrieras casi por completo las paredes, que ahora ya no sostenían la cubierta, cuyo peso descansaba en pilares y gruesos contrafuertes. Se inauguró, así, la edad de oro de las catedrales, máxima expresión del esplendor de la cultura medieval, y también de aquellos que construyeron estos edificios a lo largo y ancho de toda la Cristiandad: los arquitectos y los canteros, llamados en francés maçons, masones.

La construcción de estos edificios de piedra suponía una empresa colectiva muy compleja y costosa, y un alto grado de especialización técnica y división del trabajo. Al frente se hallaba un personaje clave: el arquitecto, denominado por lo general «maestro de obras», aunque en alguna ocasión también es citado como arquitector. Era un oficio muy selecto, al que se llegaba al término de un ascenso en la jerarquía de los gremios, tras superar un duro examen en el que otros maestros juzgaban a los que pretendían alcanzar ese nivel.

El maestro, el artífice del templo

En la época del románico, los maestros de obras ya estaban muy bien considerados y gozaban de gran prestigio social, aunque san Benito, en el capítulo 57 de su regla monástica, había indicado que quienes trabajasen en las obras del monasterio deberían hacerlo con total humildad. Esa reputación se reforzó en la época del gótico, en la que los arquitectos aparecían como quienes podían construir en la tierra la verdadera obra de Dios: la catedral gótica.

Ser maestro de obras requería poseer amplios conocimientos técnicos. Por un lado, el arquitecto elaboraba el plan del edificio, que presentaba al promotor de la obra, fuera éste un noble, un rey o un eclesiástico. En este último caso, la financiación se obtenía por las rentas que recaudaba la llamada «fábrica», institución integrada por el obispo y el cabildo de canónigos de la catedral, encargada de aprobar los proyectos presentados por el maestro.

Pero la tarea del maestro de obras no se limitaba a hacer los planos. Como un auténtico empresario, contrataba a los operarios que intervendrían en los trabajos, con los que constituiría un taller que se mantendría mientras durase la obra. La contratación se hacía a menudo en función de la oferta y la demanda. Por ejemplo, en el siglo XIV un maestro de obras de París llamado Raymon asumió el encargo del obispo de Beauvais de construir un colegio para su diócesis en la capital. Raymon «redactó un informe sobre la forma, los materiales y la profundidad del edificio, y lo mandó copiar a su secretario y lo expuso en la plaza del Concejo para que la obra y el presupuesto fueran conocidos por todos los obreros solventes y competentes que quisieran participar en la obra y llevarla a buen término al precio más bajo». Así fueron seleccionados Jean le Soudoier y Michel Salmon, «maçons y talladores de piedra», por el plazo acordado, pero advirtiendo de que si pasado éste surgía una oferta más económica se cambiaría el equipo.

El maestro de obras debía ser experto en la organización del trabajo, pues a menudo tenía que dirigir equipos de trabajadores muy amplios. En la construcción de una catedral participaban unas trescientas personas de diversos oficios y se sabe de casos en que los obreros superaron el millar. El trabajo tenía que estar bien coordinado y dirigido para evitar que se retrasaran o interrumpieran las obras. Asimismo, el maestro de obras debía tener conocimientos muy variados para dirigir y, en su caso, corregir, a carpinteros, escultores, vidrieros, pintores, incluso herreros e ingenieros. Y también debía saber de economía para evitar el colapso de los trabajos por una mala planificación.

Los artistas de la piedra

Los obreros empleados en cada obra eran de diversos tipos y tenían diferentes niveles de cualificación. Los porteadores eran a menudo jornaleros o trabajaban a destajo, y se les contrataba en el lugar. Los amasadores de mortero, en cambio, recibían una paga más elevada. En lo más alto del escalafón estaban los maçons, maestros y albañiles, encargados de dar forma a la piedra, desbastarla y poner cada sillar en su sitio. Hay documentos que muestran las diferencias de salarios entre los trabajadores. A finales del siglo XIII, en Autun, los simples manobras cobraban siete dineros; los fabricantes de mortero, entre 10 y 11, y los maçons y talladores de piedra cobraban de 20 a 22 dineros.

Durante el románico los maçons estaban asociados con instrumentos de precisión, como escuadras, cartabones, cuerdas anudadas y plomadas, que sólo ellos sabían usar y con los que tallaban sillares bien escuadrados para muros y bóvedas. Además, los canteros podían ser auténticos escultores; tallaban figuras humanas y de animales, formas vegetales y geométricas para decorar portadas, ventanas, fachadas, capiteles y ménsulas. En la construcción de la catedral de Santiago de Compostela, a principios del siglo XII, trabajaban unos cincuenta canteros, bajo la dirección del maestro Bernardo el Viejo y de su ayudante Roberto; las obras fueron rematadas medio siglo más tarde, en 1183, por el maestro Mateo, autor del famoso pórtico de la Gloria.

El masón era un trabajador libre o franco: de ahí el término francés francmaçon o, en inglés, freemason. El oficio se acabó de perfilar coincidiendo con el apogeo de la arquitectura gótica, a lo largo de los siglos XII y sobre todo en el siglo XIII. Su carrera profesional comenzaba como aprendiz, a los 13 o 14 años. Se le encomendaban los trabajos más sencillos, bajo la supervisión de expertos. Tras unos cinco años, y siempre que demostrara buenas maneras en su oficio, se convertía en oficial, título que otorgaba el maestro. En ese momento, a los 19 o 20 años, ya podía realizar trabajos especializados, bien como cantero o bien como escultor, si tenía la habilidad requerida. Su prestigio se reflejaba en el hábito de firmar sus sillares con signos específicos, las marcas de cantero, cuyo significado sigue debatiéndose entre los historiadores.

Una catedral gótica era la suma total de cada una de las especialidades necesarias en el arte de la construcción, pero de todas ellas la de los masones era la principal. Era un masón quien colocaba la primera piedra del edificio, la angular o de fundación, normalmente en la base de la cabecera de la catedral, y también era un masón quien culminaba la obra con la colocación de la última piedra, la angular o clave de bóveda. Era, así, el ejecutor del principio y del fin, el alfa y el omega de la catedral.

En cierto modo, su trabajo en la tierra era equiparable al de Dios en el cielo. Dios era el sumo arquitecto, el constructor del universo y su forma, y el maestro masón era su homólogo mortal. No en vano una catedral gótica se consideraba la representación de la obra de Dios en la tierra. Un maestro constructor era una especie de mago, un alquimista capaz de emplear materiales cotidianos y simples para construir a partir de ellos una obra celestial y extraordinaria.

Para saber más

Catedrales góticas. Olga Pérez Monzón, Jaguar, Madrid, 2003.
El número de Dios. José Luis Corral, Edhasa, Barcelona, 2004.
Los pilares de la tierra. Ken Follet, Plaza y Janés, Barcelona, 1991.

Fuente: Nationalgeographic

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“La Masonería no es un lobby, es un círculo de sociabilidad”

orienteEl programa de la Cadena SerA Vivir que son dos Días“, que conduce Javier Del Pino, entrevistó al catedrático de Historia de la Universidad Pontificia de Comillas y Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia Pedro Álvarez, que comenzó hace más de 40 años a estudiar la Masonería en el Archivo de Salamanca. “El Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo confeccionó una serie de expedientes que fueron terribles porque valía todo. Una acusación sin probar era suficiente para encausar a una persona. Nos encontramos con la existencia de 80.000 expedientes por acusaciones masónicas cuando en realidad durante la II Republica y la Guerra Civil apenas había 5.000 masones en España. Esto puede dar una idea del aparato de persecución y represión que se montó para erradicar una institución por encima de todo“, explicó Álvarez. No obstante, el historiador recordó que esta situación vivida por la Masonería en España no fue extraordinaria. “Todos los regímenes dictatoriales de izquierdas y de derechas han prohibido a la Masonería. ¿Por qué? Por su esencia, por su naturaleza democrática“.

En la entrevista, que puede escucharse íntegra aquí, el historiador explicó que en los países anglosajones, de larga tradición democrática, no existe prevención sobre el conocimiento público de la membresía. Sin embargo, el secreto iniciático es propio de la masoneria. “La Masonería sera siempre secreta, porque para entrar se necesita pasar unos ritos de iniciación y eso es totalmente personal. Es como el que se enamora. Si tú estás hablando a otra persona que no se ha enamorado nunca de lo que es el enamoramiento, esa persona te va a entender racionalmente pero no integralmente“.

Álvarez define al masón como una persona que pretende una fraternidad por encima de las ideologías políticas y religiosas entre los miembros de las logias y que cree en un perfeccionamiento moral a través de los trabajos que se hacen en logia mediante un sistema didáctico de símbolos y ritos. La Masonería, añade el historiador, “tiene una dimensión Política, pero Política con mayúsculas, no partidista de partidos políticos sino de constructores de la ciudad, que eso es la polis“.

¿Es la Masonería un lobby? La respuesta de Álvarez es rotunda: “No, es un círculo de sociabilidad, que es distinto. Un lobby encierra una relación para conseguir un poder o mantenerse en ese poder económico, político, religioso… un círculo de sociabilidad es un espacio, un laboratorio. Las logias son lugares cerrados que permiten una relación entre sus miembros, una comunicación al margen de intereses políticos o religiosos determinados“.

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La imagen que la gente tiene de la Masonería

Ricardo Serna

Hace dos semanas, tres veinteañeras universitarias hablaban animadamente entre ellas en el interior del tranvía, mientras se desplazaban hacia el campus poco antes de las nueve de la mañana. Yo viajaba en el mismo convoy, muy cerca de ellas, y todos íbamos casualmente al mismo sitio: a la universidad. De pronto, una dijo a sus amigas que su profe de Contemporánea —de Historia Contemporánea, quiso decir— le había encargado hacer una reseña sobre un libro de contenido masónico. ¿Ma… qué? —interrogó otra, como preguntando qué diantre era eso de la Masonería—. Y entonces, la tercera aclaró a las demás que la Masonería era «una organización secreta que, durante la República española, hacía misas negras y perseguía a los curas y las monjas». Textual.

Mandil-de-maestro-del-Rito-EscocesDebemos explicar que las chicas eran cultivadas y bien educadas, pero en absoluto se las veía finolis ni meapilas; eran chicas normales y corrientes, ubicadas probablemente en familias de extracción media.

Inmediatamente, la primera matizó la definición dada por su compañera puntualizando que la Masonería no era exactamente eso, sino más bien «una secta de anticlericales y gente de extrema izquierda». También textual.

Apenas les dio más tiempo para recrear nuevas definiciones del término; el tranvía llegó a la parada de la plaza de San Francisco y allí nos apeamos los cuatro. Ellas, unos metros por delante de mí. Y el caso es que, a pesar de mi discreción habitual, no pude por menos que acelerar el paso para alcanzarlas y decirles que la información que tenían de la Masonería no era fiable; incluso les aconsejé que leyesen un libro genérico acerca de la historia de la Orden, escrito por un reconocido historiador del tema.

Me miraron extrañadas al principio, con cierta prevención, como quien no se fía del tipo extraño que inopinadamente las aborda y se mete donde no le llaman. Comprensible. Luego, cuando percibieron mi buena intención, cambió la actitud de las jóvenes, y hasta me dieron las gracias al final por mi repentina intervención. Fuimos los cuatro juntos hasta el pórtico del campus y allí nos despedimos con simpatía y cordialidad.

Contamos esta reciente anécdota porque resulta sorprendente que todavía hoy, con medio siglo casi de sistema democrático a las espaldas, un gran porcentaje de universitarios de este país tengan, de la Francmasonería, la misma o parecida imagen que se podía tener de ella, en los círculos conservadores, en 1935. Entonces, la media España tradicional y católica sí tenía determinados motivos para contemplarla negativamente desde el subjetivismo, pero parece sorprendente que a fecha de hoy se siga opinando igual de esta institución con tanta raigambre en buena parte del planeta.

No vamos a negar que cada vez son más los españoles informados y leídos, pero no nos engañemos:la mayor parte de nuestros conciudadanos sigue creyendo que la Masonería es una cosa bien antigua, rara y secreta, cuando no siniestra y complotista, contraria en cualquier caso al poso cultural judeocristiano que conforma las raíces históricas de las sociedades europeas occidentales.

Se reconozca o no, desde la calle aún se identifican las logias con las épocas de republicanismo, sobre todo con la II República y los umbrales de la guerra civil, y se asocia siempre a los masones con movimientos antimonárquicos o insurreccionales proclives al anticlericalismo iconoclasta.

Es verdad que algunas logias y obediencias de antaño mantuvieron furibundas posturas anticlericales; y que algunos iniciados, afiliados en aquel entonces a partidos republicanos o a sindicatos de signo radical, pudieron coprotagonizar a título individual ciertos episodios lamentables que hoy son mera historia, como la quema de conventos en la Barcelona de la Semana Trágica (entre el 25 de julio y el 1 de agosto del año 1909), o las sacrílegas exhumaciones de cementerios cenobiales en los conventos saqueados en la ciudad condal, en Madrid y en otras capitales de provincia. Está claro que la Masonería, como institución, nada tuvo que ver con estos desmanes u otros episodios similares, aunque la leyenda negra señaló a la Orden del compás y la escuadra como la instigadora en la sombra de algunas de esas atrocidades históricas.

Aquella Masonería que antaño apoyó decidida y públicamente los movimientos republicanos y anticlericales, y que acogió en su seno a miembros radicales del sindicalismo anarquista, fue una Masonería teñida por la nefasta influencia política y el partidismo insolente, convirtiéndose por dichas razones en ágil correa de transmisión de una determinada ideología que acabó por dañar sensiblemente a las logias en el centro neurálgico de su esencialidad. La Masonería se politizó de tal forma que al final hubo de tomar partido. Y lo tomó, ya lo creo que lo tomó. Es posible que la coyuntura política del momento no diese opciones distintas, no lo sabemos con certeza, pero los hechos están ahí. Y de aquellos barros vienen estos lodos. Han pasado tres décadas largas desde que la Masonería regresó a sus aposentos españoles tras el fallecimiento del general Francisco Franco. Y este tiempo debería haber bastado para aclarar las cosas y enviar a los ciudadanos un mensaje sereno, claro y unitario: la Francmasonería no es en realidad lo que se dijo que era, incluso a pesar de las innegables y muy dañinas inclusiones políticas que horadaron sus esencias y su sentido último. Parece inexplicable que una persona culta y joven pueda definir esta Orden a día de hoy como una secta oscura y perversa al servicio de quién sabe qué terribles y extraños intereses. Definiciones peores y más erróneas hemos oído, no obstante, en estos últimos tiempos.

En treinta años, la Masonería ha tenido tiempo de limpiar su emborronada imagen social, de paliar su mala prensa, de romper con el pesado lastre de su leyenda tenebrosa. Pero las ocasiones de hacerlo se han malgastando neciamente por diversas razones. Entre ellas, por la pugna interna desatada, desde antes incluso de 1983, entre las distintas potencias masónicas, al objeto de dominar los horizontes interiores.

Nos parece lícito preguntarnos por qué motivo se piensa todavía que las obediencias masónicas tienen carácter anticlerical, secreto o conspirativo. Es verdad que en democracia se han convertido en asociaciones reconocidas y legales; es cierto que algunos masones, a título individual, han procurado hacerse visibles para explicar las cosas como es debido, pero es obvio que el mensaje adecuado no ha llegado a las calles ni ha calado en el ambiente. El esfuerzo de unos pocos ha sido insuficiente para poner los puntos sobre las íes. Y por otro lado, el hecho de que las logias mal llamadas liberales estén abanderando, desde hace cuatro o cinco lustros, el combate en pro del laicismo, tampoco ayuda demasiado a que la sociedad se desenganche por fin de los viejos clichés. El ciudadano de a pie no asocia a los masones con ideales de presente, y menos aún con retos o proyectos de futuro, sino que los contempla como miembros de una asociación trasnochada sumida en la hojarasca otoñal de nuestro pasado patrio; una institución anacrónica, en cualquier caso.

Nos reunimos con tres iniciados en las logias, uno integrado en la denominada Masonería regular y los otros dos en la liberal. Y los tres, curiosamente, nos expresan su convencimiento de que la institución debe adaptarse al presente buscando la renovación de cuadros y un cambio sustancial en el fondo y la forma del mensaje. «El tiempo de los dinosaurios ya pasó, y lo que toca es replantearse las cosas con ojos de modernidad y de sentido común y trabajar de lo lindo. Y no precisamente —señalan con énfasis— en pro del laicismo o del aborto libre (asuntos extramuros de los talleres que afectan a muchas sensibilidades y fomentan filias y sobre todo fobias, nos explican), sino en la senda de mejora del ser humano, en la construcción del yo íntimo de los iniciados, en la concienciación de que el ser humano es un templo digno de cultivo, de atención y perfeccionamiento».

Cuando ellos mismos se expresan de esta forma y no parecen tener desacuerdos de hondura en lo que dicen, nos parece que convendría reparar esos rotos, o de lo contrario esta organización no hallará el camino franco para volver a ser tomada en serio en este país a medio o largo plazo. La fraternidad debería instruir con ganas a sus nuevos aprendices, tanto cultural como espiritualmente, y enseñarles lo que de verdad significa ser hombres libres y de buenas costumbres. Nada como volver a las raíces para renovarse en condiciones.

 

Joya.-Escuadra-y-geometrias-de-Pasado-V.·.M.·.Los principios elementales del pensamiento masónico siguen sin conocerseA veces, lo que es peor, ni tan siquiera dentro de las logias. No estaría mal —me consta que a muchos masones les encantaría— que los responsables últimos de las numerosas obediencias y tendencias masónicas que cohabitan en España, que son más de veinte, se sentasen alrededor de una mesa para dialogar, zanjar pleitos intestinos y formar luego un frente común que, reconociendo y respetando las diferencias entre unos y otros, ofreciesen sin embargo una imagen única y sólida a los ojos de lo que se viene llamando «mundo profano», cantera única y frágil de la que se alimenta la institución. No desconocemos que se están dando los primeros pasos en este sentido en el seno de las obediencias liberales, pero son avances lentos y poco aireados, de los que no se percata casi nadie en la sociedad civil.

«Los masones —nos dicen ellos mismos desde su deseo de anonimato— deberíamos mostrarnos, tanto hacia dentro como hacia fuera, como lo que decimos ser: hermanos. Y como tales, enseñar a nuestros conciudadanos los valores intrínsecos de esta fraternidad, que no debe buscar otra cosa distinta al mejoramiento de los individuos. Después, la extensión social de esos valores dependerá de los iniciados en particular, de su quehacer y buen ejemplo como ciudadanos responsables». No podemos estar más de acuerdo. Es preciso que la Masonería se modernice, que abandone por fin los antiguos traspiés y las viejas infecciones nocivas, que deje de agitar banderas que no le son propias y trabaje resueltamente en ese cambio de imagen tan necesario para sus propios intereses.

Que se sepa que los masones no hacen política partidaria ni ideológica, y que no andan por ahí —creemos— persiguiendo curas ni conspirando en el interior sombrío de sus templos, sino laborando por la consecución de fines más constructivos, en especial en pro de las personas y su idiosincrasia moral.

Los tiempos han cambiado, y algunos estudiosos del tema damos por sentado que la Francmasonería también ha mudado sus ideas impropias y ha dejado atrás sus metas inapropiadas y caducas; y si no lo ha hecho del todo aún, estaría bien que concluyese cuanto antes el proceso inevitable de actualización.

Sería deseable, y con esto acabamos, que esas tres simpáticas jovencitas del tranvía consiguieran en breve respuestas claras a su laguna de ignorancia sobre qué es la Masonería, y que no fuera yo precisamente quien tuviera que dárselas.

Ricardo Serna
Ricardo Serna es Licenciado en Filosofía y Letras, Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española y escritor. Ha publicado hasta la fecha catorce obras, tanto de ensayo como de novela, relato y poesía. Fue profesor de Literatura Española. Es miembro del prestigioso Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española [CEHME, Universidad de Zaragoza].
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