Tan importante para la historia norteamericana fue la masonería que la mayoría de los que firmaron la Declaración de Independencia de Estados Unidos, el 4 de julio de 1776, eran distinguidos hijos de la viuda, tal como se conoce a los miembros de la hermandad, entre ellos: Ellery, Franklin, Hancock, Hewes, Hooper, Paine, Stockton, Walton y Whipple.
Lo cierto es que la masonería moderna ha ejercido una influencia determinante en el establecimiento de la nación norteamericana, una influencia que ha sido mayor que la ejercida por cualquier otra institución en la historia de este país, algo que no parece haber sido lo suficientemente reconocido no ya por los historiadores al uso sino, irónicamente, por los mismos masones.
Así, nueve de los trece delegados que rubricaron los artículos de la nueva confederación eran masones: Adams, Carroll, Dickinson, Ellery, Hancock, Harnett, Laurens, Roberdau y Bayard Smith, y masones fueron también los hombres que firmaron la constitución estadounidense: Bedford, Blair, Brearley, Broom, Carroll, Dayton, Dickinson, Franklin, Gilman, King, McHenry, Paterson y Washington.
La gran mayoría de los congresistas que ratificaron dichos acuerdos eran igualmente miembros de la hermandad masónica y por otro lado, además, la gran mayoría de los altos mandos del Ejército republicano que se enfrentó a las tropas británicas estaba constituida por iniciados en los misterios bajo la égida de la escuadra y el compás.
Tal fue la preponderancia masónica en los inicios y en el desarrollo de la nación norteamericana, que ha sido denominada por muchos como una nación masónica y, la verdad sea dicha, Estados Unidos ha encarnado como ninguna otra nación en el mundo los principios libertarios del ideal de los hermanos laborantes en las logias filosóficas.
Más allá de lo anecdótico, lo cierto es que la doctrina de la hermandad masónica podría haber motivado a una parte considerable de los miembros de las logias, en el sentido de que los colonos eran víctimas de un complot para socavar sus libertades individuales y, en consecuencia, ver las acciones de los británicos como oscurantistas, tiránicas y opuestas a los principios de la razón y la justicia natural y, por lo mismo, conllevar a que muchos masones se integraran activamente en la faena independentista.
Así, elegir entre lealtad a la corona británica que exigía subordinación a un poder situado allende los mares, visto como abusador, y la defensa de una autonomía política y unos derechos individuales salvaguardados por un poder local, pudo haber decidido a los masones a declararse mayoritariamente a favor de la independencia. Todo lo cual, hay que decir, venía a ser favorecido por el secretismo consustancial a las hermandades juramentadas en lo iniciático; es decir, por la viabilidad para conspirar que otorgan las logias.
Obviamente, no todos los masones serían independentistas, pero no está dentro de lo desacertado pensar que las ideas que aglutinaban a los hijos de la viuda tendrían una participación, más o menos directa, más o menos indirecta, aunque nunca abiertamente, en el desencadenamiento de la revolución norteamericana, pues, como es natural, en aquellos que derivaban en conspiradores a favor de la independencia, ese cuerpo del pensamiento masónico debió haber aumentado sus celos y su convencimiento de defender con las armas en la mano los derechos del individuo; del masón en tanto individuo por excelencia.
Así, si los hombres de la revolución norteamericana estuvieron interesados en el papel de la virtud libertaria, como la historiografía ha enfatizado hasta la saciedad, la masonería pudo entonces haber profundizado o exacerbado este interés libertario y, naturalmente, profundizado o exacerbado también en el sentido de la responsabilidad para con la patria y la obligación de ayuda y protección entre los que se sumaron y dirigieron el movimiento independentista en contra del imperio de los británicos.