Franco, por dos veces, intentó ingresar en la masonería, y en ambas ocasiones fue rechazado. La primera, cuando aún era teniente coronel, presentó su solicitud en la logia “Lukus”, de Larache. La segunda, ya en la República, y también fue rechazado.
Estos datos, bien avalados por una interesante investigación histórica llevada a cabo por el profesor José Antonio Perrer Benimeli, uno de los mejores especialistas en la materia, aparecen en el número correspondiente a Julio de la revista mensual “Historia 16″.
Dos negativas
La logia “Lukus” estaba formada por civiles y militares. Y fueron estos últimos quienes no aceptaron la candidatura de Franco. Según el testimonio del teniente coronel Morianes, los motivos alegados para no admitirle en la masonería fueron varios, aunque el principal de ellos se relacionaba con la aceptación por Franco del ascenso a teniente coronel, cuando se había comprometido, al igual que el resto de la guarnición de Marruecos, a no aceptar ascensos por méritos de guerra. Hubo otros motivos más, pero ninguno de ellos de índole estrictamente política.
La segunda vez que Franco quiso entrar en la masonería fue en 1932 y en Madrid. También esta vez fueron los militares los que se opusieron a su ingreso (Núñez de Prado, Cabanellas, Pozas Perea, Julio Mangada, Pérez Farras y su propio hermano, comandante Ramón Franco, entre otros). Este segundo rechazo también está avalado por la declaración Jurada del teniente coronel Morlanes.
A partir de esta segunda negativa, según los testimonios de algunos de sus compañero de armas, nació en Franco su obsesión antimasónica, una de las constantes en el perfil psicológico del dictador, que en muchas ocasiones rayó con la locura.
Represión
Franco, hasta en su última aparición en el balcón del Palacio de Oriente, en 1975, conservó una fobia antimasónica enfermiza, alimentada por su segundo en el Gobierno, almirante Carrero Blanco, quien era, asimismo, otro obseso de la masonería. Franco, aquel 1 de octubre, volvería a repetir sus obsesiones: “… la conspiración masónico-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social”.
Franco, que siempre se sintió perseguido por la masonería, inició desde el comienzo de la guerra una depuración sistemática contra los masones, llegando a establecer una serie de penas que iban desde veinte a treinta años de prisión para los grados superiores y de doce a veinte para los simples colaboradores. El 1 de marzo de 1940, Franco dictó la ley para la represión de la masonería, el comunismo y demás “sociedades secretas”, creando en la misma fecha el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo, en vigor hasta la creación del TOP en 1963. El aparato de represión franquista contra la masonería inició desde el primer momento una requisa sistemática de todos los archivos, bibliotecas y editoriales pertenecientes a las diversas obediencias y logias masónicas. Todo este material fue concentrándose en el que luego se llamaría Archivo de los Servicios Documentales (más conocido como Archivo Secreto Masónico Español), con sede en Salamanca.
La fobia antimasónica franquista llegaría al extremo de abrir 80.000 expedientes personales contra masones o presuntos masones, cuando está demostrado con datos fehacientes que los masones españoles en 1939 no pasaban, según los cálculos más “hinchados”, de 10.000 afiliados. Obsesiones Quizá sea el hecho de unir la masonería y el comunismo uno de los pocos rasgos “originales” que formaron el entramado de la ideología franquista. Esta extraña obsesión, tan absurda como inútil, es todavía más paradójica si se considera que, tal como indica el profesor Perrer Benimeli en el mismo trabajo, sólo Rusia mantiene, junto con España, la prohibición de la masonería.
En la más inmediata posguerra, la obsesión franquista por acusar de “masón” a todo tipo de personalidades, políticas o no, llegó a extremos delirantes. Posiblemente fuera el general Aranda, defensor de Oviedo con el bando nacionalista, uno de los depurados más conocidos. Cuando un grupo de falangistas le acusó de masón, el general Aranda —pasado a la reserva en 1949— respondió: “Decidle a vuestro amo que también lo era cuando resistí en la capital de Asturias.” No obstante, la fobia antimasónica del régimen franquista no acabó con la muerte del dictador. Otros personajes, como Julio Rodríguez. García Rebu, Alvarez-Arenas o Alberto Royuela, mostraron públicamente su animadversión contra la masonería y se mostraron convencidísimos de que todos los actos que conducían a la caída del Régimen dictatorial de Franco estaban movidos por los masones. En este sentido, órganos de prensa de la ultraderecha, como “El Alcázar” o “Fuerza Nueva”, han publicado numerosos trabajos en los que se intenta demostrar este carácter masónico de todos los movimientos de izquierdas. “El Alcázar”, por ejemplo, llegó a afirmar que la muerte del estudiante Carlos González, asesinado por un comando de extrema derecha en las calles de Madrid, era también obra de los masones y comunistas de París.
Últimamente, siempre empleado por la extrema derecha, ha vuelto a ponerse de moda el insulto de “masón”. Se lo han llamado a Fernández-Miranda y a Gutiérrez Mellado.
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