“La Magia de la Francmasonería” (1927)
Arthur Powell
CAPÍTULO I
Todo el que sienta los ideales de la Francmasonería se debe haber preguntado alguna vez por qué esta Orden le atrae, y qué es lo que en ella le retiene. En realidad somos muchos los que nos hacemos esta pregunta continuamente, y formulamos respuestas que no afectan más que a los bordes del problema, porque siempre hay un elemento que se nos escapa: algo intangible e indefinido que no podemos localizar, definir o analizar a pesar de que es absolutamente real de que está definido de un modo perfecto y de que existe sin duda alguna algo que ejerce inconfundible seducción; algo que, al mismo tiempo que aplaca el hambre interior, la aumenta en grado extraordinario; algo misterioso, seductor y estimulante; algo que nos arrastra perpetuamente delante, como finito impulso hacia un infinito objetivo.
Más notable todavía es que nos percatemos de ello mucho tiempo antes de que sepamos
lo que es en realidad la Francmasonería (la cual, no obstante, sentimos en el fondo de
nuestro corazón). Pues aunque la mayoría de los candidatos a la Masonería tengan una
idea vaga y general de que ésta es digna de respeto y crean que es una venerable
institución que inculca elevados ideales relativos a la vida no les es dable saber mucho
más acerca de esta asociación. Poco o nada puede saber el profano de sus ceremonias,
aunque sepa que éstas existen. No obstante, la absoluta ignorancia de las enseñanzas y
métodos de la Francmasonería no es obstáculo para que los hombres se sumen a su
Fraternidad. Tampoco explica el problema la cínica afirmación de que la atracción que
los hombres sienten por la Orden se debe a mera curiosidad, pues casi todos los
masones saben por propia experiencia que esto no es cierto.
En todas las demás cosas solemos mirar antes de dar un salto y procuramos informarnos
antes de dar un paso definido o de lanzarnos a alguna empresa. La más elemental
prudencia nos aconseja que averigüemos en qué consiste la institución a que deseamos
adherirnos, o el plan que hemos de seguir. No obstante, poco a nada podemos saber de
antemano acerca de la Francmasonería, pues hasta los mismos masones serían las
últimas personas del mundo en revelarnos algo referente a ellos o a su institución. A
pesar de todo esto entramos en su Fraternidad convencidos plenamente de que no vamos
por mal camino, y nos zambullimos en las tinieblas sin sentir escrúpulos ni cortedad,
respondiendo a una llamada interior que no sabemos explicar ni comprender .
Aún más: sabido es que ningún hombre sensato es capaz de opinar sobre los asuntos
corrientes de la vida antes de haber hecho un examen detenido. Pues bien, cuando se
trata de Francmasonería ocurre lo contrario, porque todos solemos tener una idea
favorable y preconcebida de nuestra Orden, que es la que nos induce a sumarnos a ella.
Así que la Francmasonería tiene un sello característico que la diferencia de todas las
demás cosas del mundo, aun antes de que dé comienzo nuestra vida masónica.
Sin embargo, antes de que sondeemos profundamente en este factor misterioso e
intangible que constituye el corazón y la entraña de la atracción que nos impulsa hacia
la Masonería, es conveniente ,que pasemos revista a unos cuantos de los demás aspectos
de esta atracción, cuyo aislamiento y examen no es difícil de hacer .
El ritual sencillo, dignificado y bello ha desaparecido casi por completo del mundo
moderno. Es cierto que la Iglesia Católica y la alta Iglesia Anglicana conservan todavía
gran parte de ritual, el cual se ha limitado mucho en la gran parte de la Iglesia
establecida y apenas subsiste en las capillas no-conformistas. En la vida cívica subsisten
aún algunas ceremonias, como las de apertura del Parlamento, coronaciones, jubileos,
funciones de lores mayores, inauguración de estatuas y algunas otras, pero estos acontecimientos son relativamente escasos y, además, nada hay en su naturaleza que
forme parte de la vida regular del ciudadano corriente. En efecto, durante muchas
generaciones la creciente influencia del materialismo ha procurado eliminar de nuestra
vida las ceremonias como si se tratara de una superstición.
No cabe duda de que esta tendencia es sana y buena en cuanto hace que los hombres
dejen de tomar parte en ceremonias ritualísticas que, no teniendo sino aparato externo,
no se basan en ninguna realidad interna, ni se fundamentan en lo que en tiempos
primitivos recibía el nombre de magia y se consideraba como llamada para que actuaran
las fuerzas más ocultas e internas de la naturaleza y los seres pertenecientes a un mundo
distinto del nuestro.
Sin embargo, es indudable que casi todo el mundo abriga un secreto amor por las
ceremonias o el ritual. Prueba de ello es la adhesión del pueblo a ciertas instituciones
como por ejemplo, la extravagante y abigarrada guardia de corps, las procesiones del
Lord Mayor, las pelucas de los jueces y cosas por el estilo. El entusiasmo por las
exhibiciones históricas, así como los caprichosos vestidos que idean las madres para sus
hijos y la perenne fantasía de los trajes de los jóvenes y los ancianos, son otros tantos
ejemplos de este incontenible amor por las ceremonias.
Este es, indudablemente. uno de los principales atractivos que tiene la Masonería para la
mayoría de sus iniciados. Hay en la vida moderna tanto bullicio, tanta precipitación,
tanta barahunda, tanta indecencia, tanta actividad, tanta insistencia en los derechos
propios, tan poca consideración por los sentimientos ajenos y tan poca dignidad o
cortesía que brote espontáneamente de bondadosos corazones, que nos causa
extraordinario placer el hecho de entrar en la atmósfera tan opuesta de las logias en
donde reinan la dignidad y el orden, en vez de la indigna inquietud a que estamos
acostumbrados en el mundo externo.
Maravilloso tónico para los nervios fatigados por la tensión de la vida ordinaria es la
entrada en el recinto de una Logia masónica, en donde todo es quietud, orden y paz; en
donde cada cargo del taller y cada hermano tiene su lugar fijo y su deber prescrito: en
donde nadie usurpa las funciones ajenas; en donde, una vez que se ha elegido o
determinado la forma del drama, todos cooperan armónicamente y de buen grado para
llevar a cabo las ceremonias de forma tal que se cree el ambiente que algún día ha de
caracterizar hasta al mismo mundo externo, cuando cesen de disputarse los hombres,
aprendan la lección de la fraternidad fiel y cooperen con la suprema Voluntad de la
evolución a fin de ordenar todas las cosas, bella, fuerte y sabiamente.
También es agradable el goce estético que produce el tomar parte en una ceremonia bien
dirigida en que, no sólo hayan estudiado intensamente todos los hermanos los actos y
palabras que les correspondan, sino que, además, comprendan su significación y pongan
lo mejor de su alma ¡en todo cuanto hagan o digan. La disposición misma de la Logia,
la ordenada y digna colocación de las Columnas, los Oficiales con sus Insignias
especiales que tachonan la asamblea con pinceladas de colores agradables, la situación
de las Luces y todas las demás cosas adjuntas con que estamos familiarizados,
contribuyen a formar un tout ensemble que conforta a la vista, agrada a los sentidos,
place a la mente, satisface a la naturaleza religiosa y al par que contrasta con la mayor
parte de nuestra vida diaria, es una esperanza para el porvenir del mundo.
Otro elemento de gran belleza que conmueve a todo el que siente la poesía y la música
es el exquisito ritmo y eufonía de nuestro antiguo ritual, cuyas palabras y frases no
tienen igual en la literatura inglesa si se exceptúan la Biblia y las obras de Shakespeare.
El antiguo dicho inglés de que “una cosa bella proporciona goce eterno” puede aplicarse
a las sencillas y profundas palabras de nuestro ritual, porque se da el caso de que, a
pesar de ser oídas continuamente todos los años en las diferentes ceremonias, nunca pierden su atractivo ni cansan ni envejecen; antes bien, su belleza, su majestad y su
significación aumentan a medida que nos familiarizamos con con ellas, lo cual es una
verdadera prueba de suprema literatura, de satisfacción ética y de religioso significado.
¡Cuán admirable es la tradición de que las palabras de nuestro ritual han de repetirse sin
añadir, omitir ni alterar nada, porque la mayoría de las sentencias se han redactado en
forma tan perfecta, que cualquier variación rompería su sonoridad o malearía su
significación!
La hermosura del lenguaje contribuye tanto como los demás factores a que las palabras
del ritual nos produzca intensa impresión. Estas amplias y profundas enseñanzas no
deben su poder a sutilezas metafísicas, ni a análisis filosóficos ni a su novedad
intrínseca, sino, más bien, a su sencillez, concisión y universalidad. Propiedad común de
todos los sistemas religiosos conocidos es la identidad de los preceptos éticos; no
obstante, el método de presentación de las antiguas verdades de moral y de amor
fraternal, así como la franqueza, la restricción, la grandeza y verdadera sinceridad del
ritual masónico con su trascendental significado hacen que estas enseñanzas nos
parezcan siempre nuevas, vívidas, inspiradoras y prácticas.
Muchos intelectos modernos, a quienes vienen cortas las estrechas y anticientíficas
ideas de ciertas ortodoxias religiosas, aceptan con verdadera complacencia la carencia
absoluta de dogmas teológicos y de otros géneros de que se jacta la Masonería. Gran
parte de los pensadores de mediana cultura reconocen la fraternidad, aceptan una ley
ética y un código moral basados en la fraternidad; pero no derivan ésta de preceptos
religiosos externos, sino de los dictados de sus corazones y de la innata benevolencia
que sienten hacia sus camaradas.
La Francmasonería expone estas enseñanzas con tanta universalidad y catolicidad que
los hombres pertenecientes a cualquiera de los credos así como los que no acepten
ninguno, pueden subscribirlas sin escrúpulos, reconociéndolas como norma de verdad
que ellos conocen por experiencia interna, sin necesitar el apoyo de muletas teológicas.
Además, ya no es posible negar el hecho de que en los tiempos modernos existe mucha
gente que no profesa una fórmula definida de creencia religiosa, quizás porque está
convencida de que no puede subscribir honradamente los credos que satisfacían a los
hombres del pasado. La necesidad de expresión de fe religiosa que esta gente
experimenta sin poderlo evitar y que todos sentimos prácticamente, puede satisfacerse
en gran parte con la sinceridad sencilla de la ética masónica y su declaración de
fraternal benevolencia.
El conjunto de esta ética, verdadero corazón y nervio de la Francmasonería, lo
constituye la palabra Fraternidad, palabra sin par en todos los idiomas. Si el masón la
acepta sin evasivas, equívocos ni reservas mentales de ningún género, llegará a lograr el
pleno desarrollo masónico; pero si la rechaza, no tendrá derecho a penetrar en el
sagrado recinto del Templo, aunque ostente el más elevado de los grados.
La Fraternidad es para el masón lo que la luz del sol para los seres vivos: y, así como la
luz puede dividirse en infinitos matices y colores y su poder puede transmutar se en
incontables fuerzas y manifestaciones de vida, así el espíritu de Fraternidad que
resplandece en los corazones de los hombres puede iluminar sus naturalezas e inspirar
sus acciones de modos tan infinitos como las arenas del mar y tan diversos, como las
flores del campo. El espíritu fraternal es tan penetrante como el éter existente en todas
las formas de la materia, porque se infunde en la vida toda del francmasón,
iluminándola con su sabiduría, sustentándola con su fuerza omnipotente y haciendo que
su belleza irradie hasta los confines más lejanos de la tierra.
Los hombres se ven obligados a menudo a obrar bajo normas éticas de nivel inferior a
que desearan debido a numerosas razones. Los motivos a que se debe este estado de cosas son sutiles y complejos. Así, por ejemplo, muchos temen que su bondad se tome
por debilidad o su generosidad por sentimentalismo.
Otros tienen miedo de que la gente crea que son capaces de ser más virtuosos que sus
camaradas y, violentando sus ideas y emociones, no despliegan la virtud que sienten
latir en su corazón. Muchas veces los hombres no se atreven a llevar a cabo un acto
virtuoso en público, pero experimentarían gran alegría si pudieran realizarlo sin que
nadie se enterase.
La Francmasonería proporciona a los hombres de este género – de los cuales hay
muchos en el mundo – un medio de expresión seguro y secreto. El que la logia esté a
cubierto de profanos -lo cual constituye el deber primerísimo y constante de todo
francmasón – da una sensación de seguridad y de reserva, que impide que puedan
penetrar las miradas del mundo externo, y proporciona al masón la oportunidad de
“soltar” las riendas que le coartan y de ser su yo real, ese Yo Superior que teme
mostrarse libre y francamente en todas partes, menos en los sagrados recintos del
Templo, en donde los hombres confían en él y le llaman Hermano. Porque el nombre de
Hermano es altamente mágico.
Así como “todo lo del mundo es un escenario y todos los hombres son comediantes”, así
el masón tiene un papel que representar en su Logia en la que puede quitarse la falsa
careta que ha de llevar por fuerza en el mundo y ponerse la máscara mucho más noble
de masón. Y de esta manera, al par que se regocija de que la guisa de masón le permita
hablar y obrar como muchas veces hubiera deseado hacer en el mundo si se hubiera
atrevido, encuentra en su Logia tal oportunidad para manifestar cual es la verdadera
naturaleza de su ser, que rarísimas veces podría hallarla en otra parte. De manera que el
elemento de ficción asociado a algo de carácter dramático hace posible que el hombre
real sea por unos momentos aquello que pretende ser.
Deben haber muchos masones que anhelen la llegada de un día en que sea posible sentir
y obrar en el mundo externo del mismo modo que lo hacen en la Logia y en que las
normas de ésta sean las del mundo. La bondad, la tolerancia, la benevolencia y la
amistad mutuas, la cortesía y la ayuda, la camaradería y la fidelidad son los verdaderos
elementos de nuestra obra en la Logia, son los fundamentos del Templo que, cimentado
en la virtud, ha de ser erigido por la ciencia con mayor sabiduría cada vez. Pero estas
cosas no pueden existir más que parcialmente en el mundo porque el corazón de los
hombres es todavía duro y la ignorancia les ciega. Por esos hemos de cerrar a la fuerza
nuestras Logias, para evitar que sus sagradas cosas sean mancilladas y que sea
manchada la alfombra del templo.
El ideal de la Masonería constituye un factor inmenso en la vida de todo verdadero
masón, porque arraiga más profundamente que cualquier esprit de corps y es el espíritu
mismísimo de la vida. Para el masón la Orden es una Divinidad que no ha de ser
mancillada jamás ni con la más leve mancha, es una estrella eterna, un inmóvil sol de
los cielos, un centro del que no puede apartarse a menos de ser falso consigo mismo.
¡Cuánta poesía encierra el nombre de la Orden! Los hombres han sentido a través de
todas las épocas su ideología: en todos los países del mundo han hecho ceremonias
semejantes a las que nosotros hacemos ahora y a las que los hijos de nuestros hijos
enseñarán a sus vástagos. La celebración de los ritos masónicos se remonta a la noche
de los tiempos prehistóricos. Las ceremonias de que las nuestras se derivan han sido
celebradas por hombres de todas las razas en centenares de idiomas y dialectos en
climas escalonados desde el tórrido ecuador hasta los polos helados, en la ciudad y en el
bosque, en fértiles llanuras y áridos desiertos y sobre las montañas más altas y las
cañadas más hondas. La Francmasonería ha existido doquiera han vivido los hombres y
sus eternas tradiciones y landmarks se han transmitido de generación en generación, enlazando el pasado, con el presente y con el porvenir en una humana solidaridad, y
ligando a todo en indisoluble unidad con el G. A. quien desde el centro trazó las líneas
en que hemos de construir su Sagrado Templo y ordenó a sus fieles obreros que
trabajaran en él para completar la obra de sus divinas manos.
La poesía de la Francmasonería sobrepuja a todas las otras poesías; porque éstas son
temporales y fugaces, mientras que aquélla no tiene en cuenta el transcurrir del tiempo,
ni las mutaciones modifican para nada sus antiguos e inmutables fundamentos
(landmarks).
¿Qué misterio encierra esto? ¿Qué misterios se ocultan tras de estas sencillas y
profundas ceremonias? ¿Puede alguien responder satisfactoriamente a esta pregunta?
¿Será capaz algún hombre de dar una respuesta satisfactoria antes de llegar a ser más
que hombre y de leer estos verdaderos s… de los que únicamente oímos en nuestras
logias los secretos reemplazantes?
Así retornamos como siempre a ese misterioso e intangible elemento que nos agarra con
garra más poderosa que la del león; a ese elemento que constituye la verdadera razón de
que los hombres se hagan francmasones y de que “una vez que uno se hace francmasón
lo sea para siempre”. Cada secreto comunicado es el preludio de ulteriores secretos:
cada nuevo toque no es en realidad sino una llave de paso que nos abre la puerta de
regiones cada vez más próximas al oculto corazón de lo que sustenta el esoterismo de la
Francmasonería.
Todos los diversos elementos de que hemos hablado en particular diciendo que hacen
llamamientos aislados al masón, no son más que los instrumentos individuales que
forman una orquesta: considerada en sí la gran sinfonía es más sublime que todas las
partes a pesar de que la combinada armonía de éstas es la que la hace audible. Ella nos
murmura cosas que no pueden expresar ninguno de los instrumentos del mundo, a no
ser en fragmentos, en sucesiones .de notas y cuerdas, que interpreten en la tierra
sometida a las leyes del tiempo y del espacio las melodías del cielo, las cuales sólo los
celestes oídos pueden escuchar en toda su integridad.
Antes de que hacernos francmasones debemos sentir un débil rumor que, filtrándose a
través de los espesos muros de la cerrada Logia, despierte esos tenues estremecimientos
melódicos en nuestros corazones. Esto es lo que aviva en nosotros ese secreto estímulo
que nos arrastra hacia la escuadra, en donde nuestro primer paso se da en ignorancia, si
bien teniendo la certeza interna de que la luz ha de llegar con toda seguridad. En cuanto
hemos dado nuestros primeros pasos secretos descubrimos muchos elementos
agradables en el Ritual Masónico que nos producen extraño asombro y tanta
satisfacción que jamás nos arrepentimos de haber puesto proa hacia la aventura. Las
magníficas frases antiguas, la dignidad y armonía de los movimientos, del color y de la
eufonía, complacen a los sentidos y a las almas de los hombres fatigados por la tensión
y por la distracción de las cosas mundanales. La amplia y sencilla filosofía de la vida, la
simple declaración de fraternidad, la ética de fidelidad y amistad, la verdad sin dogma,
la religión sin secta, la reverencia sin sacrificio de la dignidad, el amor sin
sentimentalidad: todos estos son importantes elementos que contribuyen a despertar la
Masonería en el corazón del Masón. Y el gozo de vivir en un ambiente de fraternidad. la
oportunidad de quitarse la armadura que por necesidad ha de vestirse el hombre en los
campos de lucha del mundo exterior a la Logia, el libre intercambio de sentimientos
fraternales, sin temor a malas inteligencias y a repulsas, constituyen también valiosos
elementos de la llamada de la Masonería.
Algunos de los factores que unen al masón con la Orden por medio de lazos que nada
puede romper ni aflojar son los siguientes: un cambio de máscara, un nuevo papel que
aprender, un pretexto que es nuestro secreto ideal, un conocimiento anticipado del futuro a que tenemos la certeza de llegar algún día, un homenaje glorioso a una sublime
Deidad, una sumersión en la más grandiosa ensoñación que el mundo ha conocido, un
lazo secreto que nos une con todas las clases de hombres que ha producido la tierra, y
una tradición más antigua y venerable que todas las habidas y por haber .
Pero ¿qué es la llamada en sí? Todas estas cosas no son sino nombres y accesorios:
¿Cuál es la substancia de que todas ellas son sombra?
¿Qué cosa hay en la selva virgen que llama a los seres salvajes? ¿Qué son esas secretas
y sagradas cosas que murmuran las montañas al oído del hombre de las cumbres de
forma tan silenciosa ya la par tan sonora que apaga el estrépito de los demás cánticos de
la tierra: esas cosas que susurra el mar al marino; el desierto, al árabe; el hielo, al
explorador de los polos; las estrellas, al astrónomo, la sana filosofía al observador y los
materiales del oficio al artesano?
En el hombre existe algo que es más que el hombre a lo cual llama la Francmasonería.
Esta llamada recurre a lo más santo y grande que en él existe, a lo que él sólo podrá
conocer cuando se convierta en el Maestro de la Logia de su propia naturaleza, cuando
llegue a ser él mismo. Así como el golpe de mallete que da el M… repercute en todo el
T… hallando eco en el occidente, el sur y el noroeste, y traspasando hasta los mismos
muros de la Logia para llegar al mundo externo, así también la Francmasonería lanza
una llamada en los más recónditos santuarios del sacratísimo ser humano; una llamada
que ha de ser respondida, que no admite rechazo, que le ordena que se vuelva para
afrontar la luz. y así como todos los hermanos responden a la orden del Maestro por el s.
. . así responde el hombre a la llamada de la Francmasonería, aunque no conozca en qué
consiste ésta, y responde con su vida. Él no puede hacer otra cosa que obedecer;
abandonar la empresa es morir; él debe responder y proseguir la eterna búsqueda de la
palabra perdida, que no es ninguna palabra, pero que está oculta en el c…
De manera que la llamada de la Francmasonería es compleja y múltiple, al mismo
tiempo que sencilla y única. En la Francmasonería existen muchas cosas que han de
calmar los anhelos de los corazones humanos, y, sin embargo, la Francmasonería en sí,
es decir, en su espléndida perfección, es una cosa que no puede colmarnos nunca, hasta
que el hombre deje de ser hombre, para convertirse en ser divino, lo cual ha de ocurrir
seguramente en la consumación de los tiempos. La Francmasonería es virtud y ciencia,
ética y filosofía, religión y fraternidad; pero ninguna de estas cosas por sí solas son ella.
No hay multitud de células que pueda hacer un organismo vivo, ni galaxia de estrellas
que pueda formar un cosmos, ni rayos de luz que puedan hacer un sol. Del mismo
modo, ninguna agrupación de elementos de belleza o de fraternidad puede hacer a la
Francmasonería, ésta crea todas estas cosas, da ser a muchos puntos de perfección; mas
continúa siendo un misterio que puede describirse perpetuamente, pero jamás
explicarse.
A esto se debe que la llamada de la Francmasonería sea lo que es, y que nosotros la
amemos, porque el hombre es también un ser que puede describirse perpetuamente, pero
jamás explicarse. De modo que en la Francmasonería el hombre se busca a sí mismo, y,
a lo largo de sus misterios y ceremonias ” Júpiter hace señas a Júpiter” .
Brillante!!!!!!!!
Excelente trabajo que se escribe de manera sencilla que todos lo pueden entender. Debe ser leído cada cierto tiempo para recordarnos que nos debemos a los signos, palabras y a los tocamientos conjugados con las ceremonias; en especial, para aquellos hermanos que consideran que hablar siempre de lo mismo acaba con la Masonería.
S:. F:. U:.
brillante y claro, lamento no haberlo conocido con anticipacion