Norteamérica es la culminación formal del proceso histórico de consolidación de la democracia en un país que, como otros, no descartó la esclavitud como forma de existencia humana hasta la segunda parte del siglo XIX. Aquella decisión costó una guerra civil que dejó profundas huellas en la sociedad norteamericana. La lucha por los derechos humanos que, desde entonces, tuvieron que mantener - y siguen manteniendo - los ciudadanos afro-americanos y los de otras etnias y condiciones, constituye toda una epopeya salpicada de vejaciones e injusticias. En ese sentido, Barack Obama constituye todo un símbolo.
Pero esta investidura presidencial tiene otra dimensión, quizás menos emotiva, pero igualmente de alcance universal, polarizando un haz de esperanzas bien diversas: algunos "riquísimos" esperan que Obama se limite a ser imagen patente de democracia madura, finalmente vencedora de una barrera racial que, en Estados Unidos, parecía inexpugnable. Es lógico pensar que los medio-pobres y los "pobrísimos" esperen algo más: justicia y equidad en la distribución de la riqueza social e igualdad de oportunidades para su desarrollo como individuos.
El espítitu de los puritanos peregrinos del Mayflower, recogido por la Constitución norteamericana de 1787, ha dado siempre a la vida pública de aquel país esa pincelada ambigua, que trae a la mente remotas reminiscencias teocráticas, heredadas de la vieja Europa, impulsando a todos sus políticos a concluir sus disertaciones invocando una deseada bendición divina: God bless América! Sin embargo, por primera vez en un acto oficial de tal trascendencia, tras referirse a cristianos, judíos, musulmanes y toda clase de creyentes, incluyó públicamente el Sr. Presidente a "los no creyentes" entre los ciudadanos tambien capaces de contribuir al bien común.
Los padres de la Constitución, algunos de ellos masones, fueron hombres pragmáticos, imbuídos de amor a las libertades burguesas de su tiempo, que pretendían asegurar como "bendiciones para sí mismos y para su posteridad" (según señalaron en el Preámbulo constitucional) y de cuyo disfrute legal excluyeron expresamente a indios y esclavos. Habría que esperar a que otro masón de corazón, Abraham Lincoln, que solicitó ser iniciado en la Tyrian Lodge de Illinois, siendo asesinado antes de conseguirlo, llevara a cabo con denuedo la primera e indispensable parte de la liberación que seguiría siendo el sueño de Martín Luther King, un siglo más tarde.
El discurso inaugural del Presidente Obama fue un canto a los ideales de los "padres fundadores": Libertad, Igualdad, Fraternidad, extendidas ahora a todas las razas, lenguas, creencias...y no creencias de los ciudadanos estadounidenses. "Esos ideales alumbran al mundo y no renunciaremos a ellos por conveniencia". La Biblia de Lincoln, sobre la que juró su cargo, le fue prestada, a petición suya, por la Tyrian Lodge de Illinois. Se trata de un libro, en este caso doblemente simbólico, que muchos han querido siempre hacer dogmático. Es evidente que no ha sido esa la visión del Presidente Obama. . .
La investidura de Barack Obama representa, sin duda, toda una evolución en la historia de los EE.UU. No solo por dar acceso a la Casa Blanca, por primera vez, a un líder mulato afro-americano -lo que es, de por sí, todo un logro - sino porque millones de personas de buena voluntad, en América y en el resto del mundo, han puesto fuertes esperanzas en él para conseguir cambios indispensables en la orientación de la política y la economía internacionales que hagan posible una Paz verdadera entre los hombres. Una paz que ha de nacer en el corazón y plasmarse racionalmente en moldes sociales en los que prevalezcan los valores arquetípicos del Bien.