Ante los vertiginosos avances de la ciencia y las técnicas médicas en materia de reproducción, y a la vista de los extensos horizontes de posibilidades que éstas nos abren respecto a la posibilidad de actuar directamente sobre el patrimonio genético de los seres vivos, y por tanto, también en el de los seres humanos, la Franc-masonería tiene un papel relevante que desempeñar.
La Franc-masonería intenta traer el cielo a la tierra, ayudando a los hombres a asumirse a sí mismos, a diseñar sus vidas "con escuadra y compás", lo que quiere decir "con rectitud y apertura a un mismo tiempo"; ayudándoles a ser dueños de sus propias vidas y en todas sus dimensiones.
Si la primera gran victoria de la medicina consistió en hacer retroceder a la muerte, la segunda consistirá en cambiar el concepto mismo de la vida. Ésta dejará de definirse en el futuro según los términos de la fórmula de Bichat ("el conjunto de funciones que ofrecen resistencia a la muerte") para hacerlo en términos de una relación preferencial con el entorno. Ya no se trata sólo de subsistir, sino de dirigirse hacia un mayor bienestar y, por qué no decirlo, hacia una felicidad mayor.
Las nuevas condiciones creadas por las biotecnologías exigen que se tomen decisiones con extrema rapidez en un terreno donde las relaciones entre la vida y la muerte y los individuos con su propio cuerpo y con la sociedad, resultan íntimamente conmovidas. Para valorar la decisión de abortar o no, por ejemplo, sólo puede abordarse en toda su complejidad por medio de un análisis "caso por caso", pues la situación general se fragmenta en un gran número de casos particulares. Esta consideración "caso por caso" de cada comportamiento concreto o casuística permitirá "construir" un valor universal en lugar de "deducirlo". Todo el mundo puede reconocerse en este itinerario, originalmente talmúdico y adoptado posteriormente por los Padres de la Iglesia nexo de unión entre nuestra experiencia íntima, nuestra reflexión autónoma y nuestras leyes y análisis crítico.
La procreación es algo propio del hombre: apropiación del tiempo y apropiación de su transcurrir; y derecho que le asiste de huir de su soledad, suspendiendo el tiempo. Guardián de su propia especie, el hombre está obligado a preservar en el tiempo su genoma, esa matriz contenida en el Arca santa. Esto es lo que desde una perspectiva masónica puede considerarse esencial.
Esta vida confiada a su guarda posee una gran riqueza, como los bosques, los océanos o los ríos, y una clara singularidad: que cada uno de nosotros es el vehículo que la transporta. Este encargarse de la vida tiene su corolario: velar porque el material no se degrade, pues ello equivaldría a degradarnos a nosotros mismos y a arruinar nuestra especie.
Esta vida, que nos viene de un ya lejano soplo de Dios sobre el barro, hay que considerarla como si de un material se tratara. Lejos de idolatrarla, hay que cuidarla como un patrimonio que, por espacio de muchos siglos y con una gran paciencia, hemos acumulado. Una herencia procedente del fondo de los milenios y cuya custodia nos corresponde por un instante. Tal es la única forma de amar verdaderamente la vida y de compartirla con el resto de los hombres.