La alianza con la religión, ¿un mal social?

"Pour tout pays, la religion dominante, quand elle ne persécute point, engloutit à la longue toutes les autres"

(En todo país la religión dominante, cuando no persigue, a la larga termina con las otras).

(Lettres philosophiques, 4éme).

Estas palabras de Voltaire en sus Cartas Filosóficas coincidían con un sentir generalizado en su época entre los hombres ilustrados.

La libertad y el principio de tolerancia, así como el respeto de las conciencias, desembocó tras una larga y ardua lucha, en una separación de las religiones o iglesias y la autoridad política. Un multisecular maridaje entre la autoridad religiosa y la política había conducido a una mezcla de elementos heterogéneos cuya unión se había mantenido a costa de la opresión, la violencia y la esclavitud de las conciencias.

La ilustración y la materialización de sus principios en los textos constitucionales, tanto americanos como europeos, desde finales del siglo XVIII, vino a proclamar la estricta separación entre las iglesias y el Estado como condición sine qua non para el triunfo de la libertad y de los derechos del hombre. Sin embargo, esta estricta separación o proclamación laica del poder secular no debe confundirse con el anticlericalismo que algunos defendieron con una virulencia propia del fundamentalismo religioso de sus adversarios.

La religión es una dimensión íntima del ser humano, forma parte de su libre e ilimitada reflexión sobre el sentido existencial y no puede, por ende, ser objeto de vilipendio o desdoro, sino de profundo respeto cuyo libre ejercicio debe proteger el Ordenamiento Jurídico.

Dicho lo anterior, es necesario renovar en nuestros días la naturaleza laica del Estado para que los ciudadanos, que son soporte soberano del mismo, vivan libre y pacíficamente.

El fundamentalismo religioso, en cuanto persigue una alianza cultural y/o jurídica con el poder político, se convierte, como lo fue en el mundo occidental con el cristianismo, en un peligroso adversario de los Derechos Humanos y en un instrumento de dominación ciego que en modo alguno puede ser tolerado.

La Constitución española de 1978, como lo hacen el resto de las de la Unión Europea, proclama la aconfesionalidad del Estado, sin perjuicio de las consideración y cooperación con las diversas confesiones religiosas. Pero esta cooperación o toma en consideración de las creencias religiosas de los españoles no puede conducir a una confusión entre el Poder Político y el Religioso, como el Tribunal Constitucional ha recordado en varias sentencias.

Nuestra moderna sociedad no debe ser contraria al desarrollo de la dimensión espiritual del ser humano, pero sí a todo intento, directo o indirecto, de condicionar la vida individual o social de los ciudadanos. La espiritualidad, en su amplia dimensión universal, no se puede identificar con el fenómeno religioso positivo, revelado e investido de poder. La Francmasonería, que cree profundamente en la capacidad de progreso y mejora del ser humano, fomenta su desarrollo espiritual desde una perspectiva iniciática, que se traduce en una vivencia ciudadana tolerante y abierta, justa y receptiva, defensora de la libertad y celosa de los derechos de todos.

Creemos necesario el impulso de la espiritualidad laica y de sus valores propios: Derechos Humanos, libertad, justicia, solidaridad y un sentido libre de la trascendencia, y para esto es necesario evitar todo tipo de alianza con las iglesias que confunda a Dios con el César y que privilegie a unas respecto de otras. La Francmasonería y su espiritualidad no establecen límites al progreso de búsqueda de quienes se inician en ella al no establecer dogmas ni imponer un magisterio definidor de verdades o reglas morales. Por esto, quienes se acercan al Arte Real desde una determinada convicción religiosa, deben estar dispuestos a convivir con las demás, y a vivir su credo desde una madurez humana lejana de todo planteamiento integrista o fundamentalista. Sólo así es posible la unión entre hombres y mujeres que de otro modo hubieran permanecido ajenos e indiferentes los unos de los otros.

Termino estas letras con otras palabras de mi querido Hermano Francmasón François Marie Arouet:

"Entend, Dieu que j'implore... Mon incredulité ne doit pas te déplaire. L'insensé te blasphème. Et moi, je te révère; je ne suis pas chretien; mais c'est pour t'aimer mieux "

(Escucha Dios mi plegaria... Mi incredulidad no debe disgustarte. El insensato te blasfema y yo te reverencio; no soy cristiano, pero es para amarte mejor"-Poèmes. Le pour et le contre).

 

Enjoyed this article? Share it