En torno al Gran Oriente de Francia

Bruno Étienne, escritor y publicista francés, miembro del Gran Oriente de Francia y de su Gran Colegio de Ritos. Artículo publicado en Le Monde, el 9.9.2000. Su reflexión se centra. esencialmente, en el Gran Oriente de Francia y no en la Masonería francesa en general, aunque tal vez sea extensible tambien a otras Obediencias masónicas.

La Francmasonería es una curiosa institución. Presenta cierto número de características que explican, en parte, los fantasmas y los custionamientos que suscita desde su creación en Inglaterra, entre 1717 y 1723, por hugonotes franceses emigrados, admiradores de Newton y manipulados por la Royal Society. Se presenta como una sociedad de pensamiento característica del siglo XVIII, deslumbrado por la "scienza nuova".

¿Cómo ha podido sobreponerse a todas las excomuniones, condenas y acusaciones, justificadas o no? ¿Cómo ha podido sobrevivir, por encima de sus vacilaciones y errores, de sus numerosos avatares y derivas, a todos los regímenes políticos, incluídos aquéllos que la han martirizado? Ciertamente, no a causa de su adopción de posiciones contingentes, sino por lo que tiene de arquetípico y de paradigmático; es decir: sus ritos, sus mitos y, sobre todo, su sistema iniciático.

Es una de las raras sociedades iniciáticas que proponen, en Occidente, una vía para vencer a la muerte. Ese método se funda en el simbolismo y en el razonamiento analógico. Tales son los verdaderos valores universales que la vinculan con lo que Jacquart llama la "humanitud".

En Francia, ha producido dos masonerías que cohabitan desde hace tres siglos, volens nolens, pero que parecen estar a punto de estallar hoy día. La primera tiene como slogan "libertad, igualdad, fraternidad" y entiende participar activamente en la construcción de la sociedad ideal. La segunda tiene como divisa "fuerza, sabiduría, belleza" y prefiere trabajar en la construcción del Templo de la Humanidad a partir de la construcción del templo interior, mediante el dominio del ego. La una es extravertida, progresista, mundana; la otra se vuelve hacia el interior y es progresiva y mística. Algunos han creído poder pertenecer a las dos tendencias sin incurrir en esquizofrenia excesiva. Eso no me parece hoy posible en el Gran Oriente de Francia.

El Gran Oriente de Francia, apropiándose el monopolio de la interpretación republicana, identificándose con la república monista, declarándose la única rampa subsistente contra la barbarie pluralista, se ha convertido en un profano que no hace sino parodiar las divisiones de la sociedad francesa. Como ésta, se agarrota en su incapacidad para administrar el nuevo pluralismo cultural y religioso.

En el seno del Gran Oriente de Francia se puede encontrar a republicanos empedernidos, a integristas del laicismo, a "ateos estúpidos", según la expresión de Anderson, redactor de la primera Carta masónica, a soberanistas y a federalistas minoritarios y también a espiritualistas más discretos que los altavoces mediáticos. En este sentido, el GOF es un buen barómetro del estado en el que se halla la sociedad francesa. También está en la encrucijada de un camino y ha de adoptar resoluciones drásticas: ya convirtiéndose en un club político como los demás existentes, con pocas probabilidades de hacerles competencia, a juzgar por la mediocridad insigne de sus producciones públicas, ya proponiendo, por el contrario, una reforma radical que permita a la masonería que representa responder a cierto número de ansiedades de nuestros contemporáneos en el plano espiritual, por la vía iniciática. La importancia de los trabajos de investigación de las logias, sobre todo de las provinciales, que no salen a la superficie, me convence de esa posibilidad. Con tal fin, hay que renunciar a algunas prácticas que conducen a convertir a las Obediencias en máquinas administrativas gestionadas por profesionales cuya maestría es inversamente proporcional a su ego. El GOF ha aireado en la plaza pública disensiones en torno a seis Grandes Maestros en menos de diez años. Resulta un poco desordenado para una "sociedad secreta".

¿Pero como gestionar novecientas logias, de otro modo? No son las convenciones anuales, manipuladas por profesionales, las que pueden adoptar decisiones tan difíciles. Tenemos, pues, que retirarnos del sistema y volver simplemente a las Constituciones de Anderson, a la logia libre - el Gran Oriente de Francia es una federación de logias y de ritos y no una institución magisterial centralizada- reemprendiendo nuestros trabajos discretos, puesto que nos hallamos en la sociedad civil y no en Audimat, aceptando la progresividad de la andadura, para, a continuación, fortalecidos con las verdades adquiridas en el interior, proponerlas al mundo, que por otra parte no pide tanto.

Sin duda, ha llegado el momento de repensar las estructuras que no producen sino entropía y gratificación del ego a aquellos que desean ser califas ocupando el puesto del califa. Son, además, los hombres- pieza elegidos de acuerdo con un sistema complejo a varios niveles, los que hablan más de "transparencia democrática". Ha llegado el momento porque, en el marco europeo, no podremos ya conservar las Obediencias nacionales. Es necesario imaginar y constituir otros conjuntos desde abajo, por afinidad, por ubicación, por opción meditada.

Hay que comenzar por disociar la gestión del GOF como asociación legal de la que corresponde al progreso iniciático. En estos tiempos de Jubileo, en los que se expone todo llanamente, el GOF podría distribuir un patrimonio inmobiliario excesivo entre los necesitados y permitir así a los hermanos volver a una mayor discreción: no tenemos que desplegarnos en la vía pública ni tener casa propia.

Pero, sobre todo, ha llegado el tiempo de releer nuestro ritual respecto a la muerte del Maestro Jiram. El GOF ha alcanzado ese grado de putrefacción en el que "la carne se separa de los huesos" y, por lo tanto, el tiempo para que "florezca la Acacia" y que la Orden masónica sobreviva. Tenemos que renunciar a las estructuras de las Obediencias centralizadas. Hemos de renunciar a actuar por actuar, a toda costa. Tenemos que renunciar a las declaraciones públicas, intempestivas, sin efecto real. Tenemos que renunciar a seguir la demagogia profana y mediaticista. Hemos de reemprender el camino de nuestra propia iniciación, ya que sólo el progreso individual de cada uno de nosotros puede contribuir a mejorar la sociedad que nos alberga. En otras palabras: tenemos que poner el carro detrás de los bueyes y reemprender el trabajo con ascesis y hermenéutica.

¡VIVAT, VIVAT, SEMPER VIVAT!

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