Salvar a África

Las fugas en masa, desde el profundo continente africano, de gentes que huyen de la miseria, parecen imparables a pesar de contar allí con recursos materiales, como el petróleo de Nigeria o las diversas materias primas del Congo, etc. Y desde el norte de África, el flujo de la migración ilegal se está haciendo crónico en dos frentes: Italia y España (Lampedusa, Sicilia, Canarias...)

La Historia humana nos tenía acostumbrados a las grandes migraciones de pueblos enteros en busca de nuevas tierras de pastoreo o de labor. En no pocas regiones y momentos, el pillaje sustituyó o precedió a la colonización progresiva, en función de las características de la amenaza de la que se tratara de huir: escasez de recursos o presiones demográficas y sociales diversas, para no hablar de movimientos motivados por el egoísmo, la ambición o el fanatismo de líderes coyunturales...

Lo que está pasando en África es, en realidad, más de lo mismo. Las pobres gentes que arriban ahora a nuestras costas lo hacen huyendo de la tragedia que sus antiguos colonizadores contribuyeron en gran medida a poner en marcha. El derroche publicitario global de imágenes televisivas de bienestar y de abundancia, que llega hoy hasta las más apartadas zonas del mundo, no hace sino provocar el deseo de compartir, ignorando la frágil trama social, resultante de sangre, dolor y lágrimas, en la que de este lado se basan tantas vidas...

Rechazar a los inmigrantes clandestinos llegados a territorio europeo es algo extremadamente difícil. Es raro que los inmigrantes ilegales lleguen en posesión de documentación que permita identificar su nacionalidad y facilite la repatriación. Por tal razón, en Canarias, los polémicos "centros de acogida temporal" están atestados y resultan insuficientes. Pero para controlar la "invasión", no bastará cualquier endurecimiento de las penas previstas contra los operadores del contrabando de personas.

La cuestión africana requiere medidas complejas, puesto que no bastan las ayudas urgentes a las zonas afligidas por la extrema miseria, o las más eficaces condenas de todo suministro de armas destinadas a las guerras tribales. Para que África se quede en África y controlar el flujo migratorio, sería obligado terminar, o al menos reducir, las barreras aduaneras europeas que asfixian la producción agrícola de aquellas tierras, incluso si hay que enfrentarse con la indudable oposición de las empresas agrarias europeas y norteamericanas. ¿No es concebible coordinar una estrategia mundial (inicialmente euro-americana, por ejemplo), poniendo en marcha un programa común para África? . Decía nuestro Joaquín Costa, el "regeneracionista", en la España de 1900, que lo que hacía falta era que cada niño viniera al mundo con un pan bajo el brazo y tuviera una escuela en la esquina de su calle...Ese simbolismo es el que sigue siendo imperativo desarrollar en África y en otras regiones mundiales, dejando en su sitio la "caridad" no comprometida con la que algunos creen poder quedar en paz.

También es cierto que la Unión Europea no puede asumir la carga inherente a la promoción de todo ese populoso continente, pero puede invertir inteligentemente en las áreas de posible o más verosímil desarrollo, no controladas por la oligarquías irresponsables. Respecto al carácter complejo del tema, es indispensable recordar una vez más, entre otras cosas, que los africanos, que suman hoy 852 millones de almas, se calcula que eran unos 107 millones hace un siglo y que, según los historiadores economistas, vivían en mejores condiciones de subsistencia que en nuestros días.

La proliferación humana, sin ninguna forma de contracepción, es la causa principal de la creciente miseria que, junto a la situación sanitaria y a la desertización, impulsa la gran fuga. Pero continuar repitiéndolo es como gritar en le fondo de un pozo. Prevalecen los llamamientos genéricos y caritativos para "salvar a África", sin precisar cómo, en qué medida, con qué medios y comenzando por dónde. Así se salva solamente la elocuencia o la autojustificación de los monitores públicos, inspirados por credos o ideologías que desprecian la consideración práctica y efectiva de los hechos.

 

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