En los dos últimos años se ha recrudecido el conflicto árabe-israelí, y más concretamente, el que concierne a Palestina y al Estado de Israel. Asistimos a un espectáculo dantesco de atentados terroristas palestinos y represalias indiscriminadas por parte de las actuales autoridades judías que están causando multitud de víctimas de uno y otro lado, sin que la diplomacia internacional sea capaz de imponer un alto el fuego, preludio de una paz necesaria y justa en la zona.
Al holocausto judío realizado por los nazis siguió como un desagravio necesario y justo la creación del Estado de Israel. La resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, de 29 de noviembre de 1947, de partición territorial, vió frustrados sus objetivos de prevención de un conflicto que hoy nos asola y que compromete la paz internacional.
Varias resoluciones de la ONU se han sucedido después, en el sentido de restablecer las fronteras anteriores a la guerra de los seis días (Resoluciones 242 y 333 del Consejo de Seguridad), al tiempo que se impone como obligatoria una negociación entre las partes implicadas. Otros pronunciamientos posteriores, tanto de la Asamblea General como del Consejo de Seguridad, han deplorado y reiterado la falta de flexibilidad y el incumplimiento sistemático de sus obligaciones por parte de Israel.
Desde la Conferencia de Paz de Madrid en octubre de 1991, la esperanza de una solución justa y pacífica del conflicto se fue abriendo camino, culminando con el Acuerdo de Washington de 13 de septiembre de 1993 que propició la creación de la Autoridad Nacional Palestina. Este proceso se enmarcó en una fase preparatoria de la creación de un Estado Palestino, así como la garantía para Israel de sus fronteras, su seguridad y su reconocimiento por parte del mundo Árabe.
El Premio Nobel de la Paz, distinguió los esfuerzos de tolerancia, sentido político y compromiso con una paz justa y estable, por parte de Y. Arafat, S. Peres e I. Rabin.
La Administración Clinton continuó redoblando sus esfuerzos para hacer realidad los acuerdos alcanzados por ambas partes. Todos estos trabajos por la paz se verían malogrados desde la llegada al poder de B. Netanyahu y posteriormente del actual Primer Ministro de Israel Ariel Sharon, ambos tributarios de la vieja política de intolerancia, de estériles y funestos resultados en la historia de Israel. A lo anterior se ha unido la escalada terrorista desencadenada en el seno de ciertos movimientos palestinos provocando que la situación se desborde, poniendo en evidencia la torpeza política de unos y otros, la dudosa credibilidad pacificadora de la administración Bush y relegando las competencias de las Naciones Unidas a un tercer plano, ineficaz e ineficiente.
De todo lo anterior se pueden extraer muchas reflexiones. Yo en este momento me permito destacar algunas:
Al final, las conciencias de los responsables en este conflicto quedarán marcadas con el signo indeleble de la muerte y el derramamiento de sangre y, una vez más, la vergüenza adornará la memoria de quienes no quisieron tratarse y entenderse como hermanos. Así, las palabras del Profeta Habacuc "maldición a quien construye una ciudad sobre la sangre", resonarán en la historia como un clamor universal de inequívoca condena.