Mártires del holocausto católico, IBLNEWS (4)

Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya pasado. Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. Esta confrontación descansa dentro de los planes de la Divina Providencia y es un reto que la Iglesia entera tiene que aceptar.

Así se expresaba el Cardenal Karol Wojtyla, en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, Pennsylvania, en 1977, dos años antes de ascender al Papado como Juan Pablo II.

La religiosa agustina y mística alemana Ana Catalina Emmerick (1774-1824), beatificada en Octubre de 2004 por Juan Pablo II y autora de “La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, el libro que inspiró a Mel Gibson su película “La Pasión”, había profetizado, con más de un siglo de antelación, que “…cincuenta o sesenta años antes del año 2000 Satanás será desencadenado del infierno y suelto sobre la tierra”. Los videntes de Fátima insistieron también en esta denuncia, a principios del siglo XX. Desgraciadamente las profecías se cumplieron.

Diabólico siglo XX.

En efecto, la acción diabólica ha dejado casi cien millones de muertos durante el siglo pasado, el más mortífero de la historia de la humanidad, como consecuencia de las guerras mundiales y de las persecuciones y genocidios de judíos y de católicos por los marxistas, las logias masónicas, los liberales laicistas y los nazis. El holocausto de católicos se inició en México, durante el siglo XIX y con mayor crudeza y violencia en el primer cuarto del XX, con la persecución masónica de los católicos “cristeros”. Alcanzó su máxima virulencia sangrienta durante las persecuciones masónica, laicista y marxista de la guerra civil española, al final de los años 30, siendo asesinados en España más de 75.000, sin cargos y sin juicios, sólo por ser católicos.

El número de víctimas contabilizadas, como mártires de esta contienda, desde el 18 de julio 1936 al 1 de abril de 1937 fue de 6.832. De ellos, 4.184 pertenecían al clero secular, doce eran obispos, uno administrador apostólico y varios seminaristas; 2.365 eran religiosos y 238 religiosas. El pasado 29/10/2005, fueron beatificados en la Basílica de San Pedro de Roma otros ocho mártires de la guerra civil española, seis catalanes, un francés y una mallorquina, todos ellos religiosos, que “fueron asesinados por odio a la fe”. Todos murieron ayudándose unos a otros a ser fieles, perdonando a sus verdugos y gritando ¡Viva Cristo Rey!

Con ellos son ya 492 los reconocidos oficialmente por la Iglesia como mártires de las hordas anti-católicas españolas, que estuvieron dirigidas por los masones Manuel Azaña, Lluis Companys i Jover (fundador de la Esquerra Republicana de Catalunya) y de los marxistas Largo Caballero, Negrín y Santiago Carrillo, entre otros muchos masones y marxistas. De ellos, 13 ya han sido canonizados. Aún quedan pendientes otros procesos de beatificación, que elevarán sensiblemente estas cifras en un futuro próximo.

El pasado domingo, tras el rezo del Angelus, el Papa Benedicto XVI dijo que los nuevos beatos son para todos “un verdadero ejemplo de reconciliación y de amor, así como un estímulo para dar un testimonio coherente de la propia fe en la sociedad actual, con una actitud de paz y de convivencia fraterna”.

Oigan las Américas este grito.

Por segunda vez oigan las Américas este grito: Yo muero, pero Dios no muere ¡Viva Cristo Rey!.
Tras este grito agonizaba, cruelmente torturado, víctima de la persecución masónica, el primer viernes del mes de abril de 1927, el “cristero” mexicano Anacleto González López. El mismo grito que pronunciaron los mártires catalanes, diez años más tarde, víctimas de la persecución masónica española. El mismo grito que pronunció, por vez primera en América, varias décadas antes, el que fue magnífico Presidente del Ecuador, Gabriel García Moreno, asesinado a golpes de machete en las escalinatas de la Catedral de Quito por masones que estaban enfurecidos por haber consagrado al Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.

El Cardenal mexicano Juan Sandoval Iñiguez anunció recientemente la próxima beatificación del Anacleto González Flores y nueve laicos mártires de Jalisco, que murieron defendiendo la fe durante la “guerra Cristera” desatada en México por la persecución masónica. Esta beatificación quedó aplazada por la muerte de Juan Pablo II. Mons. José Trinidad González Rodríguez, Obispo auxiliar de Guadalajara, México, señaló que las nuevas beatificaciones “serán una bendición para Jalisco y para México”. “Varios de ellos son de nuestra tierra: de la tierra alteña y de la bella y provinciana ciudad de entonces, Guadalajara”.

La persecución masónica liberal que ocasionó el holocausto católico de la “Cristiada”, entre 1926 y 1929, fue una continuación de la iniciada durante el siglo XIX. Los masones pusieron sus garras en México con el grito del cura Miguel Hidalgo, ayudado decisivamente por el cura Morelos. Tras el breve gobierno del Emperador Iturbide (1821-24), fusilado en Padilla por la masonería, se proclamó la República liberal (1824), perdiéndose con ello, a favor de EE.UU, la mitad del territorio mexicano, en virtud de pactos inconfesables de los masones (1848).

Más tarde, cuando tomó el poder Benito Juárez (1855-72), ex-seminarista y masón, se decretó la “revolución liberal”, impregnada de una terrorífica violencia anticristiana. Impuso, obligado por la Logia masónica de Nueva Orleáns, la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma de 1859, unas y otras abiertamente hostiles a la Iglesia católica.

Furia masónica anticatólica.

La posteriores persecuciones católicas de Porfirio Díaz, Carranza y Obregón agravaron aún más la situación, llegándose, a instancias del gobierno de este último, a poner una bomba frente al arzobispado de México y otra en el altar de la Virgen de Guadalupe, cuya imagen quedó milagrosamente ilesa. Pero aún fue más sanguinaria la persecución y el genocidio católico durante el Gobierno del general Plutarco Elías Calles (1924-29). Anuló cualquier manifestación de culto, exilió al episcopado mexicano y persiguió con saña a los católicos. Esta intransigente crueldad provocó el levantamiento generalizado de los católicos de base (los “cristeros”) que tomaron las armas en legítima defensa, al grito de ¡Viva Cristo Rey!

Llegaron a reunir un ejército de más de 30.000 soldados que, al cabo de tres años de lucha, a punto estuvieron de vencer al anárquico y corrupto ejército federal del gobierno. Un nuevo Presidente, Portes Gil, también masón activo y Gran Capitán del Supremo Consejo del Grado 33 de la Logia “Valle de México”, ayudado por su “hermano” masón, el embajador norteaméricano Morrow, consiguieron engañar a los obispos Ruiz Flores y Pascual Díaz y Barreto, que eran transigentes y permisivos, en junio de 1929. Incumpliendo las Normas escritas al respecto por Pio XI y desoyendo el juicio de los restantes obispos mexicanos, de los heroicos y tenaces cristeros y de la Liga Nacional, firmaron unos “Acuerdos” leoninos con el Gobierno que obligaron a los sublevados a deponer las armas.

Tras quedar éstos dispersos y desarmados, fueron asesinados aislada y sucesivamente por las hordas masónicas del gobierno. Así fueron masacrados más de 30.000 heroicos católicos cristeros que habían quedado inermes voluntariamente, por disciplinada obediencia a su jerarquía. Hace pocos años, Juan Pablo II canonizó a 25 de estos mártires del holocausto católico.

Como se comentó antes, en pocas semanas serán beatificados por Benedicto XVI, otros 10 más, para ser venerados por la Iglesia universal y como ejemplo de fortaleza y de generosa entrega para muchos católicos actuales que se sienten igualmente acosados o perseguidos, en México, en España y en otros muchos países de este mundo de hoy, en el que la libertad religiosa sigue siendo un bien escaso, que hay que defender y fomentar con el máximo celo.

04/11/2005
IBL NEWS
Teresa Castillo Marín