EL ARCA VIVIENTE DE LOS SÍMBOLOS
ANDRE BACHELET
(extracto)
Denys Roman (1901-1986) afirmaba que la Orden Masónica tiene vocación de ser para Occidente el ” Arca viviente de los Símbolos “
La brillante síntesis de esta expresión es la conclusión de una profundización, de una “manducación” –verdadera “alquimia” interior– de las Escrituras, de las doctrinas tradicionales, y de las múltiples consideraciones que René Guénon había dedicado especialmente a la Masonería, y que el autor supo llevar hasta sus últimas implicaciones.
D. Roman orientaría su obra masónica hacia la puesta en evidencia de las “innumerables” posibilidades que contiene el Arte Real, tanto en el dominio microcósmico como en el macrocósmico .
Para ello, el autor conduciría su reflexión según tres ejes esenciales, poniendo el acento en los puntos destacados por R. Guénon:
- El proceso del iniciado (tomando este término en el estricto sentido indicado por R. Guénon), el cual todavía dispone, en Occidente, de una organización que permite a sus miembros cualificados alcanzar lo que habitualmente se designa como “el retorno al origen”.
- El “reconocimiento” y la valoración de las múltiples herencias o depósitos que se han agregado a la Orden masónica, debidos a una elección selectiva, los que hacen de ella y para Occidente en su especificidad iniciática de carácter universal, el Arca para los tiempos futuros.
- El cuidado, para el occidental, de una vinculación esotérica “posible”, es decir, que no esté en contradicción práctica y en cuanto a lo esencial con el proceso masónico.
El camino masónico solamente puede conducirles a la restauración efectiva de esa última estación para lo humano que es el estado primordial, si el verdadero eje práctico sobre el que él se funda –es decir el ritual– presenta garantías de conformidad doctrinal y simbólica estrechamente relacionadas con el Arte Real.
El ritual (lo recordamos nuevamente, dado que este punto se descuida con frecuencia) ha de vehicular, en su estructura básica, los elementos simbólicos que permitan “actualizar” un método apropiado para el trabajo colectivo específico del Oficio, siendo desde luego este contenido simbólico, luego doctrinal, de origen suprahumano.
La constitución de los “altos grados” escoceses y side degrees anglosajones contienen elementos simbólicos fundamentales (verdaderos depósitos, algunos de los cuales calificados por D. Roman de “Tierra Santa”) de otra naturaleza (caballeresca e incluso sacerdotal) que aquella limitada únicamente al Oficio.
El término “limitado” no es peyorativo en este caso, pues, el Oficio que es la base indispensable del camino masónico, ejerciéndose en el marco de los “pequeños misterios”, está forzosamente limitado en algunas de sus posibilidades por su misma naturaleza. Lo que queremos decir en este caso, es que la completitud del Oficio –por lo alto–, constituye una transformación de la Masonería, la cual, por ese hecho, ya no es hoy, strictu senso , una organización únicamente artesanal. En efecto, algunas de las herencias cuyo beneficio ha recibido, por un favor electivo sobre el que conviene interrogarse, permiten a sus miembros cualificados acceder –independientemente de aquella que permite el Oficio–, a una plenitud iniciática, sin que por ello haya en eso ninguna “mezcla de formas”. En cuanto a la Orden misma, ¿es necesario insistir sobre las posibilidades últimas que le confieren tales depósitos –verdaderas “Tierras santas” equivalentes a la “Tierra de los Vivos”–, que abren una perspectiva sobre los “Grandes misterios” y hacen de ella un Arca para los tiempos futuros?
conviene recordar, en esta oportunidad, que las bases simbólicas del Oficio que participa del Arte Real, y que son estrictamente asimilables a una vía de constructor, se completan (en función de la existencia de depósitos caballerescos en el seno de la Orden) mediante la vía del kshatriya , para utilizar la terminología del hinduismo
Así D. Roman ha podido decir que: “(…) a quienquiera que sigue las reglas rigurosas de esta ciencia exacta que es el simbolismo universal, no le queda ninguna duda de que esas palabras a veces alteradas, esas fórmulas enigmáticas y leyendas lo más a menudo inverosímiles son los vestigios, debilitados pero todavía vivos, de una doctrina sublime y un método eficaz inspirados por una Sabiduría no humana. (…) su olvido definitivo sería un acto de excepcional gravedad. Conviene por el contrario volver a darles ‘fuerza y vigor’, pues esta ‘reunión’ (esta reintegración) de los elementos ‘dispersos’ del lenguaje, es decir del ‘verbo’ masónico, constituye una condición necesaria para el redescubrimiento de la ‘Palabra perdida’.
Y, respecto a esto, la siguiente cita de R. Guénon, que él tomaría como referencia y desarrollaría en su legítima interpretación, resume en cierto modo lo esencial de la obra de D. Roman: “Habría ciertamente mucho que decir sobre el papel ‘conservador’ de la Masonería y sobre la posibilidad que éste le da de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual.” ( Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tomo 2, p. 40).
Conforme con las nociones capitales abordadas a veces alusivamente por R. Guénon, D. Roman, al tratar los puntos históricos que ahora vamos a examinar sucintamente, tampoco se situó en el punto de vista del historiador, cuyo método, en el dominio que nos ocupa que es el de la iniciación, resulta bastante inadecuado, por no decir irrisorio. De hecho, para dar cuenta de casos de transmisión como los que representa la traslación de ciertas herencias como la del Santo Imperio, por ejemplo, sería vano, en la medida en que se reconoce su realidad, esperar descubrir huellas documentales de los mismos, pues: “los medios por los cuales se han efectuado [esas transmisiones] no son de aquellos que pueden ser accesibles [a los] métodos de investigación” [de la historia ordinaria], (R. Guénon , Formes traditionnelles et Cycles cosmiques , p. 73). Tan sólo la aprehensión simbólica (recordemos que, según R. Guénon, el simbolismo es una ciencia exacta) es efectivamente susceptible de permitir obtener una respuesta satisfactoria. Por ejemplo, cuando nos dice que en Occidente “no hay más que dos [organizaciones] que (…) puedan reivindicar un auténtico origen tradicional y una transmisión iniciática real” , y que “estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería” ( Aperçus sur l’initiation , Ed. Traditionnelles, 1953, p. 41, nota 1), ¿en qué se basa para afirmarlo? Sabemos que no existen documentos que relacionen los dos aspectos aludidos, y ¿han existido alguna vez? ¿Se trata por eso de una opinión en vista de su común espíritu? La carencia de pruebas formales ¿anula la certeza basada en la coherencia y la lógica inducidas por la ciencia y el lenguaje simbólicos inaccesibles a la mentalidad profana? Y además, ¿qué alcance puede realmente tener el método “crítico” de los historiadores en relación con una Revelación (en el sentido general del término) a propósito de la cual las “pruebas formales” todavía están por ser presentadas, y manifiestamente no están cerca de serlo?
se refieren, en relación con lo que ahora nos importa, a la transferencia de unos depósitos de los que la Masonería se ha beneficiado en el curso del tiempo, especialmente en los siglos XVII, XVIII y XIX, a favor de situaciones y acontecimientos a menudo turbulentos que fueron utilizados con provecho. Podrá observarse que no se trata de épocas indiferentes, pues se sitúan en el transcurso de la larga mutación especulativa de la Masonería. Así es como se explican dos cosas: de un lado la restitución de una parte de lo que se había perdido o comenzaba a perderse, de manera que se asegurase una base lo suficientemente fuerte y estable capaz de perpetuarse en el tiempo, y de otro el aporte simultáneo de unos depósitos simbólicos, caballerescos o de otra naturaleza, procedentes de organizaciones iniciáticas a punto de extinguirse, y que encontraban refugio en su seno. La Orden masónica, escribe D. Roman, “ha sido ‘elegida’ constantemente para convertirse en el ‘Arca’ en la que se produce el ‘amontonamiento’ de todo lo que ha habido de verdaderamente iniciático en el mundo occidental” (R. Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie , prefacio).
Recordemos, dado que esto parece perdido de vista, si es que no incomprendido o rechazado, que la Masonería es una iniciación propiamente occidental, que el Oficio, que es su soporte fundamental de carácter universal, puede al mismo tiempo servir de base a todos los depósitos simbólicos posibles, y que esta iniciación está por naturaleza adaptada y destinada especialmente a los occidentales, pero no exclusivamente.
el componente hermético, cuya presencia en el seno de la Orden es difícilmente discutible (y que no concierne únicamente al “método”), no debe entenderse como perteneciente a estos depósitos tardíos; a falta de los documentos escritos, ahí está el “testimonio de las piedras” para atestiguar su presencia en la misma constitución fundamental del Oficio; además, este “testimonio” permite constatar que el simbolismo no ha sido sobreañadido a un camino más o menos exotérico, en época de la mutación especulativa
Para apreciar la seguridad de discernimiento del autor, cualquiera puede referirse igualmente al capítulo V de su primera obra, capítulo que lleva por título: “Masonería Templaria, Masonería Jacobita y Masonería Escocesa” . Aunque sea totalmente significativo con respecto a lo que acabamos de decir, no podríamos manifiestamente resumir este texto que evidencia la posible filiación espiritual entre la Orden del Temple y la Masonería, la cual conducirá a la creación del Rito Escocés y a su Supremo Consejo del Santo Imperio .
Las razones del lugar privilegiado que concede R. Guénon a la Orden del Temple son demasiado conocidas como para que insistamos más en ellas; ahora, uno de los puntos sobre los que D. Roman funda su obra masónica, es el de la persistencia, en el seno de la Orden, de la herencia templaria –herencia espiritual, desde luego–, revelada por la presencia de símbolos contenidos sobre todo en ciertos altos grados escoceses, y cuyo carácter “rosacruciano” es evidente. Pero la razón esencial de esta certeza, como en el caso de otros depósitos, proviene del contenido legendario vehiculado por los textos y rituales. Pasemos por encima del hecho de que con frecuencia se deja de lado este contenido, por no decir que se lo ridiculiza y desprecia, para advertir, en esta ocasión, sobre los límites de las investigaciones de carácter profano, lo más a menudo propuestas por masones, cuyo resultado conduce inevitablemente a la fácil teoría de los plagios, teoría esencialmente antitradicional.
D. Roman ve, en el Rito Escocés, en función de la presencia del depósito Imperial que constituye el coronamiento indispensable de la Orden, la última restauración de la integridad de la vía de los pequeños misterios, y la perfecta plasmación del arquetipo que representa la Orden del Temple en su finalidad. No entraremos, a este respecto, en las implicaciones “históricas” que permiten entrever el recorrido de una elección excepcionalmente fecunda en las posibilidades que ella contiene, si no es para dar cuenta de la clarividencia del autor sobre este tema particular muy a menudo sugerido por el propio R. Guénon. Es por esto que su preferencia, aun sin ser exclusiva, lejos de ello, le conducía, como a René Guénon, a privilegiar este Rito.
En cunato a las presencia en la Orden de un esoterismo cristiano recordad lo que el Cristo afirmó con respecto a Juan Evangelista, el representante más eminente del esoterismo cristiano, y garante, como santo patrón de la Orden, de la autenticidad y perennidad de la transmisión iniciática: “Si quiero que permanezca hasta que yo venga, ¿qué te importa?”.
Ciertos rituales masónicos sitúan a la Logia, en su “desarrollo” espacial, entre las tres montañas sagradas del Sinaí, el Moriah y el Thabor, correspondiendo éstas a tres “revelaciones” sucesivas: la de Moisés, la de David y Salomón, y la del Cristo (cf . Etudes sur la F. M. et le Compagnonnage , T. II, cap.: “Heredom”). La ubicación de la Logia puede asimilarse entonces a un “valle” situado entre estas tres montañas cuyos respectivos lugares están ocupados por los tres oficiales principales. “La Tradición, de la que Guénon fue el servidor exclusivo y el intérprete incomparable, ha sido calificada por él de ‘perpetua y unánime’. Puede decirse que la Masonería participa de esta perpetuidad, en tanto que sus Logias se reúnen ‘sobre las más altas montañas y en los más profundos valles’. (…) Esta expresión, bien conocida en los rituales de lengua inglesa, está explicitada en ciertos antiguos documentos según los cuales la Logia de San Juan se reúne ‘en el valle de Josaphat’, lo que quiere decir que la Masonería debe mantenerse hasta el Juicio final que señalará el fin del ciclo. (…). Asimismo, cuando el Cristo expresa su voluntad de ver a San Juan ‘permanecer’ hasta su retorno (…) se trata ante todo del esoterismo cristiano, esoterismo ‘personificado’ por San Juan, y que se ha reabsorbido en la Masonería. Puede decirse que las palabras del Cristo sobre San Juan confieren a esta Orden ‘las promesas de la vida eterna” ( R. Guénon et les Destins de la F. M. , p. 199).
Traducción: J. M. Río