Los masones no podemos confundir las palabras con las ideas. Eso sería caer en la trampa de las apariencias y no ir más allá.
Nuestra sociedad está siendo, desde hace tiempo, condicionada para el rechazo sistemático del mundo espiritual como algo incoherente con lo que muchos se siguen empeñando en llamar "progreso". La Masonería, basada en una tradición iniciática, busca la potenciación de la innata espiritualidad humana y representa uno de los más rotundos testimonios de verdadera coherencia filosófica, armonizadora de lo inmanente con lo trascendente.
Es evidente que el universo es mucho más complejo y profundo de lo que la simplista dicotomía materia-espíritu (puesta de moda en el siglo XVIII por el obispo Berkeley), se empeña en enfrentar antagónicamente. Más real es, a la luz de la Tradición iniciática que lo que conocemos como "materia" no sea otra cosa que una manifestación de lo que llamamos "espíritu". También la Física actual parece estar apuntando en ese sentido.
El mudo espiritual es el mundo de las ideas, el mundo de los arquetipos inscritos en cada ser humano, caracterizándole como miembro de una especia animal evolucionada y destinada a una ulterior evolución. Lo Bueno, Lo Bello, Lo Justo, son esos arquetipos hacia los que espontáneamente tendemos cuando no nos aparta de ellos lo ilusorio. La voluntad de realización de esos arquetipos en nuestro entorno, en nuestra sociedad, genera los hábitos que llamamos "virtudes". Esa auténtica espiritualidad no se puede basar en dogmas, sino en parcelas de la Verdad alcanzable con el esfuerzo personal, aprovechando las enseñanzas acumuladas en las diversas tradiciones iniciáticas y caminando hacia un mayor Conocimiento.
Tanto la Fraternidad como la Igualdad de nuestra triple divisa son fruto natural de la Libertad iniciáticamente entendida y no de la mera "libertad", a la manera en que es interpretada políticamente (que puede y debe ser, sin embargo, un factor previo o precursor). La libertad y la Igualdad están plasmadas en el método de expresión simbólica de nuestras logias, que iguala al muy erudito con el menos erudito de sus miembros, por cuanto no es un bagaje de datos académicos (ciertamente favorecedor) lo que condiciona el acceso a la libertad espiritual, sino la consolidación de un sentimiento al que cada uno puede llegar a partir de ricas vivencias personales, seleccionadas e interiorizadas a través de su relación con los demás hombres y con la naturaleza.
Sólo proponiéndonos ser, en nuestros entornos personales y día a día, ejemplos concretos de esa manera masónica de entender la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad espirituales podremos contribuir a consolidar la libertad, la igualdad y la solidaridad ciudadanas que los Estados de Derecho, tan lentamente y con tantos altibajos, afirman buscar. En definitiva, sólo eso nos hará ser realmente la "sal de la Tierra", a la que se refería nuestro Oswald Wirth.