Del libro "Nosotros, los Masones", por Amando Hurtado (Edit. Masónica)
Con enérgica voluntad, representada por la maceta, aplicada sobre el cincel, que simbólicamente representa los conocimientos adquiridos a lo largo del aprendizaje masónico, separamos de nuestra piedra bruta las adherencias que ocultan la forma interior del "yo" al que queremos acceder, obedientes al precepto grabado en el frontispicio del Templo de Delfos: CONÓCETE A TÍ MISMO. Conocer nuestra propia naturaleza impedirá que nos mintamos a nosotros mismos al analizar nuestras actitudes y facultades ante situaciones concretas.
En esa búsqueda de nosotros "mismos", es decir, de un ser interior que en sí no es algo "sensible", podemos plantearnos qué papel juegan nuestros sentidos. Cabe preguntarse si el conocimiento sensible es síntoma simbolizador de un conocimiento más profundo y, al mismo tiempo, un punto de partida forzoso en el ser humano. Estaríamos abordando así el viejo tema filosófico que hacía decir a Plotino que los hombres debíamos aprender a mirar, educando nuestra mirada, recogido tambien, de alguna manera, en nuestro ancestral y sabio refranero, que señala que nada es verdad ni mentira, sino según el color del cristal a través del que se mira.
El cristal que matiza, e incluso determina, el color de nuestra mirada es el paradigma concreto que tenemos del mundo en el que gestamos y alimentamos nuestros pensamientos. Los cinco sentidos a los que se refieren nuestros rituales, y en especial el ritual del 2º grado de nuestro Rito, son puertas de acceso sensibles, cuyos datos hemos de ser capaces de transformar gradualmente, superando el relativismo intelectual que nos proponen. En ello estriba el proceso iniciático. Sin esa imprescindible reelaboración íntima no habrá auténtica Iniciación personal. El paradigma iniciático del mundo va más allá del que las ciencias convencionales proponen, puesto que incluye lo metafísico. Los cinco sentidos rituales no son sino instrumentos que, debidamente utilizados, permiten avanzar hacia síntesis que, como la Estrella Flamígera, representan la estructura del arquetipo iniciático humano.
En cada grado masónico se nos recuerda que los adeptos nos reconocemos mediante "signos, palabras y toques". Es evidente que los signos se dirigen a la vista, las palabras al oído y los toques al tacto. En esta enumeración se sitúa en primer lugar la vista. Sin embargo, la gradación hermética de los elementos relaciona el oído con el "éter¨" y la vista con el fuego. El éter es el elemento primordial en el que se expande el sonido del Verbo, de la Palabra creadora. Quien preside la Logia es el Venerable Maestro, a través del cual ha de llegar la Luz, pero el Orador, que es el oído del Taller, ostenta la palabra final, después de haber sabido escuchar.
La prioridad dada a la vista en Masonería, se explica por simbolizarse en la Luz el Conocimiento que buscamos los masones. No obstante, es del Verbo creador, del "fiat Lux" del Génesis, del que parte la Luz del Conocimiento, como nos recuerdan tambien los versículos del Evangelio de Juan sobre los que solemos colocar la Escuadra y el Compás en nuestras Tenidas.
Por otra parte, la trayectoria fisiológica de los sentidos merece ser estudiada desde el punto de vista simbólico. Las primeras sensaciones van desde el exterior al interior, produciéndose allí órdenes que recorren el cuerpo humano en sentido contrario: del interior hacia el exterior, generando acciones y reacciones. En ello vemos una interiorización del conocimiento, previa a la exteriorización mediante la acción, simbolizando el movimiento cíclico en el que toda acción retorna al centro generador que la desencadena.
Cada uno de los sentidos comparte algo de la naturaleza de los demás. En definitiva, todos ellos son formas de contacto o de "tacto" que nos hacen llegar impresiones del mundo exterior. Según esto, en cada sentido están presentes, de alguna manera, los restantes. Interiormente, los sentidos se sintetizan igualmente produciendo sensaciones como la del equilibrio o sentido estático, la álgica , que nos hace percibir dolor y placer, la kinestésica que nos denuncia el estado de nuestros músculos o la cenestésica , reveladora del hambre o la sed. Todos ellos nos advierten sobre "estados" interiores y a ellos se refería Aristóteles (en "De Anima", II-6), cuando decía que "las sensibilidades comunes son el movimiento, el reposo, el número, la figura, el tamaño, pues las sensibiliaddes de este orden no son propias de ningún sentido en particular, sino que son comunes a todos".
Tal vez por ello, los escolásticos trataron de manera especial de otro sentido: el sentido común, a cuyo cargo estaría la sintetización de los datos facilitados por los demás sentidos. Sin él, los hombres percibiríamos, tal vez, cinco mundos diferentes en nuestro entorno, viviendo sumergidos en una permanente disociación. El sentido común sería el que nos permite unir lo disperso, creando estructuras concretas a partir de las sensaciones visuales, auditivas, táctiles, etc. El sentido común carece, sin embargo, de órgano físico manifiesto. Por un lado, es el sentido que coordina los datos aportados por los demás sentidos, realizando su síntesis, pero por otro representa un principio común con el que todos ellos están conectados. Los diferentes sentidos no serían sino especificidades de ese único principio común a todos.
En definitiva y simbólicamente, es todo nuestro cuerpo el que "ve" la luz o tiene cierta capacidad de percibirla, aun contando con un órgano especializado para la percepción visual. Esto mismo, y no simbólicamente, parece atestiguar la ciencia médica profana actual referido al feto humano. Pero precisamente esto nos lleva a preguntarnos sobre una posible jerarquía de los sentidos, a partir del principio común del que emanan y en el que confluyen.
Del orden hermético de precesión de los elementos podríamos deducir, por analogía, el orden de importancia de los sentidos. Como ya se ha apuntado, siendo el "éter" el primer elemento o quintaesencia universal de cuanto existe, en el que se expande el Verbo como primera manifestación del Ser, sería el oído, al que correspondería la captación del Verbo, el primero en la escala gradual de los sentidos. Pero en la simbología masónica , aun siendo el Verbo la raíz de cuanto existe, es la Luz la que, disipando las tinieblas y manifestando las formas, viene a ser el principio de la individuación. Y es esa individuación el punto de partida del trabajo masónico, al que se refiere de manera precisa el trabajo de la piedra bruta. Por ello el simbolismo solar es el que preside los ritos masónicos.
Los ojos se nutren de luz y transmiten más nítidamente la sensación espacial, situando las cosas en un espacio-tiempo que nos permite aprender a esbozar el concepto de eternidad., que es el estado de realización a partir del cual todo ocurre simultáneamente. Nada extraño es, por ello, que en masonería representemos mediante un ojo aquéllo que simboliza lo Eterno y que lo simbolicemos inserto en el Triángulo, formado por la síntesis energía-espacio-tiempo.
Otras tradiciones sitúan al oído como el primero de los sentidos: Lao Tseu recibe el nombre de "Orejas Largas" en la tradición china, asociando el sentido de la audición a la sabiduría. En muchas iniciaciones chamánicas se procede a la perforación de las orejas en los rituales de iniciación. En el concilio de Nicea se denunció como heterodoxa la opinión según la cual el Espíritu Santo habría penetrado en María por la oreja, y el misal de Estrasburgo continuó afirmando, en el medioevo: "Gaude, Virgo, mater Christi quae per aurem concepisti". Tambien una antífona del breviario maronita dice : "Verbum Patris per aurem Benedicta intravit". Y Plinio recoge que Minerva, nacida del cerebro de Júpiter, vió la luz a través de una oreja del padre de los dioses.
Por otra parte, decía Aristóteles que cada sentido participa de la naturaleza de lo sentido y que la luz es percibida por el ojo porque hay luz en él, recordando que Platón, en su Timeo, señalaba que lo semejante es reconocido por lo semejante. En nuestros sentidos se halla la capacidad de percibir el mundo y, por ello, las manifestaciones de lo divino que contiene. Pero si los sentidos son aberturas hacia el mundo, tambien es cierto que velan todo lo que no es de "este" mundo, es decir, todo aquello que no sea evidente o no sepamos detectar en nuestro universo circundante. Nuestros sentidos están parcialmente condicionados por el uso que de ellos hacemos y por el paradigma al que nos atenemos del mundo en el que nos movemos. Si es la luz de nuestros ojos la que nos permite "ver", habremos de aprender a mirar para ver, como indicaba Plinio.
El gusto y el olfato son sentidos destacadamente activos en la simbolización plasmada en las libaciones que se ofrecen al iniciando e, igualmente, durante los ágapes rituales, ya que, en ellos, los Hermanos no sólo viven de manera especial la fraternidad con quienes comparten los alimentos, sino que, para cada comensal, la ingesta debe ser, en sí misma, motivo de meditación respecto a la función transformadora que comienza con la masticación, como fase previa a la asimilación, concretando el principio hermético de correspondencia entre "lo de arriba" y "lo de abajo" o "lo de dentro" y "lo de fuera". Olores y sabores son manifestaciones sensibles de "estados" materiales que el Iniciado ha de saber distinguir y valorar, estableciendo correspondencias espirituales.
Para tallar la piedra bruta no bastarán, pues, nuestra firme voluntad de hacerlo y el buen bagaje de conocimientos adquiridos (maceta y puntero o cincel), sino que será preciso que aprendamos a depurar la calidad de esa síntesis que se ha llamado nuestro "sentido común", mediante el afinamiento de cada uno de los sentidos que concurren en ella.
Hay otros "mundos", otros paradigmas, pero están en éste, velados, a menudo, por prejuicios individuales o culturales que tenemos que aprender a discernir.
Amando Hurtado.